Ante la crispación ciudadana generalizada, debemos preguntarnos por qué los dirigentes dicen "o" cuando sería mejor decir "y". Eligen la conjunción disyuntiva en lugar de la copulativa. La exclusión en lugar de la inclusión. Muchas veces las palabras no son inocentes y menos aún, cuando se utilizan en los discursos políticos o económicos con los que se dirimen relaciones de poder.
En la historia argentina hay muchas disyunciones acompañadas por el léxico de la imposición violenta. "Unitarios o federales", "Perón o muerte", fueron expresiones destinadas a desalojar por la fuerza al que se oponía a su voluntad.
La tendencia a disociar, a usar "o" en lugar de "y", tiene otro efecto, menos evidente, pero más dañino y perdurable: Conduce a plantear los problemas del país bajo la forma de opciones de dos unidades que no admiten mediación. Esta conducta constante constituye un error histórico de la clase dirigente, y también la perfecta coartada para imponer la totalidad de los intereses de una facción sobre la otra.
Los padres fundadores de la Argentina moderna como Juan Bautista Alberdi, al referirse a la vocación política de las constituciones, escribió que éstas están llamadas a contemporizar entre intereses contradictorios para combinarlos con prudencia y del mejor modo posible, para atender al progreso de la Nación. Pordesgracia a la visión de Alberdi, prevalecieron los intereses sectoriales sobre el interés general.
La Argentina actual tiene muchas disyunciones espurias, todas funcionales a un conflicto de intereses al que nadie cede. Una es la separación entre la memoria y la historia. Atravesamos tiempos de apelación a la memoria, pero la historia de una Nación exige una memoria equilibrada. Otra disyunción es entre la competencia y el consenso político. La competencia es indispensable, porque sin ella no existe alternancia política, pero no encolerizada como esta hoy. Entonces el consenso, que es la instancia para resolver los problemas comunes, queda sofocado. La clase dirigente argentina no se detiene a considerar asuntos de interés general, cada facción va a lo suyo, y así decaen las instituciones y los bienes públicos. Prevalece el interés del poderoso de turno, siendo el gobierno la facción que tiene todo el poder, y la división entre lo público y privado es inexistente, y no sienten el menor escrúpulo en disponer de los bienes públicos para usos privados, porque creen que les pertenecen.
Existe también, la disyunción entre el Estado y la iniciativa privada. Se le asigna al Estado el rol de asegurar la distribución justa de la riqueza, mientras se sospecha de la iniciativa privada porque se entiende que ella atenta contra ese objetivo. Se desecha el desarrollo económico, impulsado por la iniciativa privada, que si es supervisado con sensatez por el Estado, se lograría una mejor distribución equitativa del ingreso.
Otra disyunción es la que separa el interés nacional de la apertura al mundo. Esta es la vieja consigna del populismo, que le atribuye al extranjero malas intenciones: Lo popular es nacional, por tanto autárquico y contradictorio con el mundo exterior. La versión contraria es que sólo de afuera vendrá la salvación, y que las relaciones carnales nos convienen. En materia de política internacional, fuimos del total rechazo a la entrega sexual.
Finalmente, nuestra clase política, con el acuerdo de los grupos económicos que crecen a la sombra del poder, no ha distinguido ni reconcilió gobierno y administración pública. Llegar al gobierno siempre fue a apropiarse del Estado. Nunca existió auditoría estatal rigurosa de los actos del Ejecutivo, el gobierno vivió abusando de las provincias. Su obsesión máxima fueron los medios de comunicación, a los cuales dedica la mayor parte de sus desvelos porque allí creen reside el poder real de la actual sociedad, y se proponen dominarlos como sea. A los medios no los desprecian ni subestiman como al resto de las instituciones, sino que los quieren hacer suyos. A los medios en manos de otros los odian, pero los aman en sus manos.
Con todas estas conductas destructivas se provocó transferencias brutales de poder de un sector a otro. El objetivo, de los bandos en pugna, es invalidar las razones de existencia del adversario, desconocer su respetabilidad y derecho, convertirlo en un enemigo y tratar de destruirlo. La clase dirigente argentina está jugando así durante demasiado tiempo, y se ha valido para eso de una sintaxis perversa: Separar los términos en lugar de unirlos. Las consecuencias podrían ser devastadoras, pudiendo quedar el país incendiado y detrás del humo, como siempre, ocultos sus dirigentes…
Abogado - Desde Formosa -
ENVIADO POR SU AUTOR
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