jueves, 9 de mayo de 2019

Breve historia de un fracaso monetario

El lunes pasado, antes que abriera el mercado de cambios, el Banco Central emitió un nuevo Comunicado de Política Monetaria. En él, modificó una vez más su regla de intervención cambiaria.
Lo que alguna vez fue una zona de no intervención ajustable por inflación, y luego pasó a ser un techo a partir del cual podía vender dólares por un monto de USD 150 millones diarios, hoy es un sistema de intervención discrecional, ya que el Banco Central:
“… podrá realizar ventas de dólares aún si el tipo de cambio se ubicara por debajo de $ 51,448, cuyo monto y frecuencia dependerán de la dinámica del mercado”.
Es decir que el esquema monetario es una combinación de dos cosas. Hasta cierto precio del dólar, un esquema de base monetaria congelada y libre flotación. Luego de cierto precio, que ya no es $ 51,448 sino alguno por debajo pero que le parezca demasiado alto a Guido Sandleris, un esquema de tipo de cambio fijo.
En ese precio, el BCRA vende dólares y absorbe pesos.
La idea es cortar con la suba del dólar. Y que eso, a su vez, corte los saltos en la inflación. Y que eso, finalmente, ayude a Macri a ganar las elecciones.
El mercado, por ahora, reaccionó positivamente.
Cinco sistemas en 30 años
Más allá del análisis puntual de esta nueva modificación cambiaria, que algunos ven muy bien porque frenará la suba del dólar y otros miramos con escepticismo por el efecto en la credibilidad, es interesante mirar la película más larga.
Es que uno tiende a pensar que un requisito para el crecimiento económico es la previsibilidad. Sin embargo, Argentina no es ejemplo de ello. Mucho menos en el campo monetario.
Durante los últimos 29 años, el país cambió cinco veces, y de manera radical, su esquema cambiario.
Durante el período 1991-2002, rigió en Argentina la Ley de Convertibilidad. Este esquema tenía dos características fundamentales. La primera era que fijó el tipo de cambio en “un peso por un dólar”. La segunda, que ató la emisión monetaria a la cantidad de reservas del Banco Central. Es decir, fijó un respaldo de 100% en dólares a la base monetaria. La emisión para financiar déficit fiscal se terminó.
Los resultados en materia de inflación fueron excepcionales. La convertibilidad terminó con la hiperinflación de Alfonsín y generó aproximadamente 10 años de estabilidad. Ahora enfrentado a una nueva crisis fiscal y de deuda, un nuevo gobierno decidió abandonar el esquema.
Tras la megadevaluación de Duhalde, se instaló en Argentina un sistema de “flotación administrada”. Es decir, un esquema donde el Banco Central intervenía discrecionalmente en el mercado de cambios. Durante un período, entre 2003 y 2011, el Banco Central –que quería mantener un “tipo de cambio competitivo”- compró USD 41.700 millones de reservas.
Sin embargo, a partir de julio de 2011, comenzó a vender aceleradamente para evitar una devaluación.
¿Qué había ocurrido? Que como el Banco Central se había convertido en la “chequera” del kirchnerismo, la emisión monetaria volaba y la inflación acumulada en dicho período fue 240%. El dólar estaba barato, y más con la posibilidad casi cierta de que CFK comenzara un nuevo período en el poder.
La suerte de este nuevo esquema también estaba echada.
Del cepo a las Leliq
Como cualquier gobierno intervencionista frente a su propio fracaso, el kirchnerismo decidió intervenir más. Para frenar la devaluación y la pérdida de reservas, impuso un “cepo cambiario”. Es decir, un precio máximo para el dólar y el racionamiento en las cantidades a comprar.
El cepo fue un desastre y destruyó los incentivos a exportar e invertir en el país. Pero además también fue un fracaso desde el punto de vista del objetivo del gobierno de Cristina: durante la vigencia del cepo, las reservas cayeron USD 26.600 millones, y el tipo de cambio (medido por el dólar paralelo) se multiplicó por 3,3, subiendo 230%.
Tras la salida del cepo, Argentina experimentó un nuevo salto inflacionario. En septiembre de 2016 se decidió implementar un nuevo esquema: Metas de inflación con flotación cambiaria.
Este sistema, que funciona en alrededor de 30 países en el mundo, se puso como objetivo reducir la inflación a un dígito en 5 años. Para ello, el instrumento sería la tasa de interés. No obstante, el frente fiscal no acompañó.
El gobierno gastó mucho más de lo que estaba dentro de sus posibilidades, se endeudó mucho con el mundo y, cuando el mundo se cansó del gradualismo que proponía la gestión, dejó de prestar. Obviamente, sin esos dólares que llegaban para financiar la deuda, no había mucho para hacer.
El dólar comenzó a descontrolarse luego del 28 de diciembre de 2017, y en junio del año siguiente, con un dólar que había subido 44% desde entonces, y reservas que se habían vendido por USD 7.100 millones, Federico Sturzenegger abandonó la presidencia del Banco Central.
Entre junio y octubre no hubo ninguna regla clara de política monetaria, y recién en octubre se lanzó el “Plan Sandleris”, cuyas modificaciones ya comentamos al inicio.
La última bala
En medio de la alta volatilidad y desconfianza que se manifestó la semana pasada, el Banco Central volvió a “ajustar” su política cambiaria y monetaria. El objetivo es calmar al dólar para llegar a las elecciones.
La verdad es que se trata de “la última bala” a disparar. Podría salir bien, en la medida de que logre calmar la incertidumbre y quebrar las expectativas al menos a corto plazo. Pero también podría salir mal, al reducirse la credibilidad del Banco Central y darle a los inversores un dólar “subsidiado” para liquidar todavía más posiciones en pesos argentinos.
Esperemos que ocurra el primer escenario, ya el segundo sería realmente calamitoso para nuestra economía.
Saludos,
Iván Carrino
Para CONTRAECONOMÍA

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