Imaginemos que tenemos un primo lejano. Nuestro primo vive a 5 mil kilómetros de distancia, pero se da la particularidad que se apropia del 50% de nuestros ingresos y es el encargado de realizar el 50% del gasto de nuestro hogar.
Viviendo tan lejos, y con poco interés en que nuestra calidad de vida mejore, los resultados esperables de tal esquema son fáciles de predecir. El hogar tendrá problemas de mantenimiento y nosotros estaremos bastante desmotivados para producir, sabiendo que hay que mantener a este primo bobo que vive de nosotros.
Algo similar ocurre con el estado.
El gobierno toma dinero del sector privado y gasta buscando generar bienes públicos. Desde el punto de vista keynesiano, este sistema es beneficioso para la economía, puesto que el gasto estimula la demanda y eso genera crecimiento económico por la vía del famoso “multiplicador”.
Sin embargo, la realidad es más parecida a la de nuestro primo. El gasto del gobierno es de mala calidad y, dado que hay que pagarlo con mayor carga tributaria, desincentiva el ahorro, el trabajo y la inversión.
Un caso paradigmático es el de la economía argentina. Entre 2004 y 2015, el gasto consolidado de nación, provincias y municipios pasó de 26,6% del PBI a 47,1%. Durante los últimos 4 años, donde el promedio del gasto fue de 44,1% del PBI, la economía no solo no creció, sino que cayó en términos per cápita. Es decir, nos empobrecimos como sociedad.
Pero el caso argentino no es una anomalía de la economía global. Un reciente análisis divulgado por la consultora Oikos Buenos Aires a través de su cuenta de Twitter, muestra que existe una relación inversa entre el tamaño del gasto del estado y el crecimiento económico.
Con datos del FMI y a partir de una muestra de 168 países para los últimos 16 años, llegaron a la conclusión de que a mayor gasto estatal, menor es la tasa de crecimiento de la economía. Limpiando el análisis y dejando solo a los países ricos, la relación es similar.
Más gasto es menos crecimiento.
Problemas de incentivos
La relación negativa entre gasto público y crecimiento tiene varias explicaciones. La primera es que el gobierno, enfrenta un problema de incentivos. Como explicaba de manera sencilla Milton Friedman, existen cuatro formas de gastar. O se gasta el dinero propio en uno mismo; o se gasta el dinero propio en un tercero; o se gasta el dinero de un tercero en uno mismo; o se gasta el dinero de un tercero en un tercero.
Para Friedman, la forma más eficiente de gastar es la primera. Ahí, uno se preocupa por el costo de lo que compra, y también por la calidad. La última forma, en cambio, es la menos eficiente. El comprador no cuida los recursos, porque no son propios, y además no mira mucho la calidad de lo que compra. El resultado es una compra cara y de mala calidad.
Cuando el gobierno gasta, emplea una combinación de las formas 3 y 4, generando ineficiencia en la economía. Gasta dinero ajeno (de los impuestos) en bienes ajenos (subsidios, por ejemplo); o usa dinero ajeno para beneficio propio, como campañas electorales o asignando obras públicas a grupos conectados con el poder que nada tienen que ver con la maximización del bienestar social.
Otro tema relacionado son los incentivos que el propio gasto genera. De acuerdo a una reciente publicación del Institute of Economic Affairs de Londres:
“El gasto de consumo del gobierno tiende a disminuir el crecimiento. El gasto en programas sociales mal diseñados puede ser especialmente dañino, ya que reduce los incentivos al trabajo.”
El gobierno no tiene los incentivos correctos para gastar de manera de maximizar el crecimiento económico. Además, su gasto distorsiona los incentivos de la sociedad, reduciéndolo.
Problemas de información
Un segundo punto a considerar es la diferencia de información con la que se maneja el sector privado y el sector público.
En el sector privado prevalece el sistema de precios, lo que ayuda a los empresarios a asignar de manera eficiente los recursos. Si un precio es demasiado alto, esto refleja que los consumidores están necesitando mayor cantidad de ese bien, lo que estimula a los empresarios a incrementar la producción. En este esquema, se produce lo que genera beneficio económico, y ese beneficio es el reflejo de la mejor satisfacción de las necesidades de los consumidores.
El sector público no produce con criterio de beneficio económico. De hecho, si en cualquier emprendimiento público se pierde dinero, eso está justificado porque el gobierno persigue “objetivos sociales”. Esto puede estar bien de acuerdo a criterios de solidaridad o igualdad, pero refleja ineficiencia económica y, por tanto, reduce el crecimiento.
Por ejemplo, debido a que el gobierno no se guía por el sistema de precios, es probable que termine construyendo un puente que no dirija a ninguna parte y que se haga con materiales demasiado onerosos. En ese caso, es claro que dichos recursos podrían haber sido mejor utilizados por el sector privado.
Por el problema de información al que se enfrenta el gobierno, su gasto es menos eficiente y asigna peor los recursos de la sociedad. La consecuencia es un menor crecimiento de la economía.
Más gasto es más impuestos
La última cuestión a considerar es que un mayor gasto público significa, a corto o largo plazo, mayor carga tributaria. El gobierno no gasta nada sin antes tomar dinero de la sociedad en la forma de impuestos. Si incurre en déficit y se endeuda por ello, entonces en algún momento deberá cobrar más impuestos para pagar esa deuda.
Así, los impuestos son la contrapartida del gasto y su efecto sobre los incentivos para ahorrar, trabajar y crear empresas es destructivo. Los impuestos son una mochila pesada para todos los creadores de riqueza de la sociedad, e incrementarlos subiendo el gasto público es la receta perfecta para que la economía se estanque.
En conclusión, el gasto público es el enemigo del crecimiento económico. Y tanto argumentos teóricos como empíricos sostienen esta afirmación. Para que la economía se reactive, el gobierno debería considerar seriamente reducir el gasto.
De lo contrario, seguiremos festejando los pequeños brotes verdes, sin jamás ver ningún bosque.
Saludos,
Ivan Carrino
Para CONTRAECONOMÍA
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