domingo, 20 de enero de 2013

Lealtad en la Política
Eduardo García Gaspar-Contrapeso.info
Es algo que se tiene en muchos gobiernos. Es un rasgo esencial de quienes los forman.
En teoría es una cualidad. Pero llevada al extremo, se convierte en vicio.
Hablo de la lealtad.
Es una actitud, un sentido de afecto y unión con alguien, algo que crea una alianza de confianza entre personas.
Sus sinónimos ayudan a entender a la lealtad: adhesión, devoción, fidelidad. Es un lazo que une y que suele ser en muchas ocasiones la cualidad más admirada entre los gobernantes.
La lealtad de uno hacia otro es, tal vez, la causa central de las carreras exitosas en política. No es extraño esto, en un terreno en el que la confianza es vital.
Esta cualidad es particularmente necesaria en regímenes autoritarios. A más autoritarismo, mayor importancia cobra la lealtad. Y llega a ser la gran cualidad buscada por los superiores.
Es una especie de sentimiento de unión y compromiso mutuo, no diferente a los lazos familiares que buscan la protección de sus miembros, por encima de todo.
Tome usted, como ejemplo, al PRI del siglo pasado. La lealtad al presidente en turno era la cualidad central que determinaba futuros. Muy ilustrativo eran los legisladores, obedientes seguidores de órdenes presidenciales, así fueran las más extremas y absurdas.
Ir contra la orden superior es impensable bajo un sistema de lealtad extrema. La expropiación bancaria de López Portillo en 1982 lo muestra.
Si bien, en abstracto, la lealtad es una cualidad admirable y celebrada, tiene una faceta oscura cuando ella se convierte en lo único de valor. Piense usted en esta posibilidad, la de la lealtad convirtiéndose en una causa para romper con creencias personales.
Digamos que usted es fan del Barcelona, pero su jefe lo es del Real Madrid. Bajo una lealtad extrema, su jefe le pide tirar a la basura la camiseta firmada por Messi. ¿Lo hará usted?
En Aída, la ópera, Radamés, el jefe de los ejércitos egipcios se angustia entre su lealtad a su rey y su amor por la esclava hija del rey enemigo. La confrontación es inevitable en muchas circunstancias, como cuando la lealtad pide hacer algo que va en contra de principios propios.
Al menos, hasta aquí es clara una cosa. La lealtad, por buena que sea, no es el único criterio de valor.
Volvamos a México, al caso del PRI, señalado por R. A. Camp. Las convicciones políticas de los políticos de esos tiempos eran variadas. Sin embargo, se consideraba que ellas no debían ser obstáculo para guardar una lealtad absoluta al superior, especialmente al presidente.
En un sistema así, se crean personalidades a las que se debe lealtad. Las creencias y convicciones personales son muy secundarias. En regímenes como el de Venezuela y el de Cuba, por ejemplo, la lealtad a sus comandantes lo es todo.
El sistema político de esa naturaleza crea personalismos políticos, no ideologías ni escuelas de pensamiento. Es fácil de ilustrar con las usuales menciones de salinismo, echeverrismo, villismo, carrancismo. Costumbre que se extendió al foxismo y al calderonismo.
Esto es penoso, porque las personas desaparecen, aunque no las ideas.
Consecuentemente emerge un régimen sin dirección ni ideas, que va al vaivén de las personalidades a las que se debe lealtad.
Cada elección es así una confrontación de candidatos que se supone capaces de crear un nuevo personalismo, en las que se deposita una confianza que no merecen y a las que se cree con capacidades que no tienen.
Una patología que sufren ahora los fans de López Obrador, que se ven como lopezobradoristas antes que nada. Lo que diga su líder, lo que haga, todo es por definición incuestionable.
Mi punto es directo: la lealtad es una cualidad de las buenas personas, pero no es la única. Donde los gobernantes desprecian otras cualidades, se desperdicia talento.
El talento es usado para halagar al gobernante, no para hacer lo bueno. La lealtad extrema crea personas serviles, capaces de toda bajeza personal, para las que no hay sentido moral. La lealtad extrema mata creencias y convicciones.
Me parece que otro caso ejemplar de esto es el de Perón en Argentina, creador, por supuesto, del peronismo. Un gobernante que desvió a toda una nación de una trayectoria prometedora y cuyos efectos duran hasta ahora.
Más actual es el chavismo. Casos que con otros muestran esa íntima relación entre el autoritarismo y la lealtad que exige el personalismo. Fuente: Contrapeso.info

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