domingo, 28 de octubre de 2018

Peronia nos está empujando a una Rebelión del Atlas


Hace algunas décadas, una joven emigrante rusa desembarcó en Estados Unidos, huyendo del flagelo del socialismo. En su lucha ético-moral, decidió, entre otras cosas, escribir algunas historias que reflejen el mindset de las sociedades que son cooptadas total o parcialmente por el espíritu colectivista.

Su nombre era Ayn Rand, y su obra más famosa, “La Rebelión del Atlas”, con algunos matices, da cuenta del proceso de putrefacción de la economía a nivel sistémico, dado el avance del espíritu colectivista por sobre la iniciativa privada.
En esta nota te voy a contar como se vincula eso con nuestra experiencia local actual, donde nuestra clase política, lejos de “encontrarle la vuelta”, nos sigue empobreciendo paulatinamente.
Presupuesto 2019: Entre la urgencia tributaria y la miopía sistémica
El primer ítem que me parece más relevante es este. En concreto, como ya a esta altura conocemos, el gobierno se ha comprometido con el FMI a cerrar la brecha fiscal primaria para 2019.
Esto quiere decir que, en la teoría, Argentina tendría un déficit “operativo” nulo al cierre del próximo año.
¿Cómo se haría esto? Simple, mediante una raspada de olla que, a mi juicio, resulta técnica y éticamente muy cuestionable. En criollo: a cualquier costo.
Impuesto a las ganancias (IIGG):
En primer lugar, continuará la carnicería con este impuesto. En concreto, Macri recibió un país donde “sólo” 1.2 millones de personas tributaban el mismo. Ya a fines de 2017, esa cifra ya se encontraba por encima de los 2 millones, y se estima, en gran medida por la estrepitosa aceleración inflacionaria actual, esa cifra sobrepasará los 2.5 millones a fines de este año. Un avance notable.
En cuanto a 2019, lo cierto es que es muy probablemente se subindexe la tabla, y con ello, el mínimo no imponible. De esta manera, no debería sorprender a nadie que, hacia fines de la administración Macri, cerca de 3 millones de ciudadanos terminen siendo alcanzados por este tributo.
Es importante destacar que 10 años atrás sólo tributaban unas 750.000 personas. O sea, estaríamos hablando de un crecimiento en la cantidad de aportantes del 300% en tan solo 10 años. Esto es, lisa y llanamente, un “impuesto inflacionario con esteroides”, ya que a este ritmo prácticamente hasta los pasantes tributarán IIGG en el futuro próximo.
Por si fuera poco, no solamente se subindexaría la tabla y el mínimo no imponible, sino que también pasarán a computarse dentro de los conceptos tributables gastos como viáticos, movilidad, bonificación especial, y otros conceptos.
O sea, no sólo está pagando muchísima más gente que antes y porcentajes superiores de su ingreso -dado que cuando subindexás el impuesto, se te comprime la tabla- sino que también se eliminarán conceptos deducibles, por lo que tendría un efecto amplificador sobre los ítems previamente descriptos.
¿Por qué? Porque en términos de facto, la inclusión de estos conceptos que hoy no estaban gravados son análogos a un incremento en su ingreso, o sea, como si los trabajadores ganaran más, algo que:
1. Incrementa las chances de que los mismos sean alcanzados por el impuesto,
2. Los que ya estaban pagando, tienen más chances de pagar un porcentaje mayor, dado que a muchos los empujará a escalas superiores, escalas con alícuotas mayores.
Una confiscación hecha y derecha.
Bienes personales:
Luego del exitosísimo blanqueo, donde se invitó a la gente a repatriar su dinero, MM le responde al electorado con un cachetazo similar.
Con el revalúo inmobiliario que está en carpeta, prácticamente todos los propietarios de o el equivalente a un monoambiente en Capital Federal pasarán a pagar el tributo.
Además de este sinsentido, lo que más me preocupa es que se está dejando entrever una dinámica similar a lo que ocurrió con el IIGG. Los mínimos no imponibles y escalas tenderán a subindexarse, lo que implicará una preocupante y crónica suba en la presión tributaria.
Socialismo local: repelente para la prosperidad
Lo perverso de lo descripto en el apartado anterior es que se ejecuta en un contexto tremendamente recesivo, que, de hecho, tiene lugar porque se apretando de más al sector productivo de nuestro país.
O sea, el sector público genera un problema, e intenta solucionarlo redoblando la apuesta que en primera instancia llevó al desastre. Está claro que nada bueno puede salir de allí.
En ese sulfúrico contexto para el ciudadano de a pie y para el productor, donde el PIB se encamina a una caída del 3% (2018) y los salarios reales se estima caerán cerca del 16% -la peor desde 2002- la clase política está decidiendo que se apretará aún más al sector privado en 2019.
Es que los líderes socialistas no saben hacer otra cosa más que gastar e imponer obstáculos a la gente que realmente mantiene todo esto a flote. El problema con ello es que, a partir de cierto punto, el ahogo sobre el sector productivo es tal, que simplemente la estructura colapsa. Algo así como Ayn Rand retrató de manera elegante en su libro Atlas Shrugged (La Rebelión del Atlas, en español), donde, simplemente la gente “productiva” se cansó de los abusos de una clase política parasitaria, y directamente huyó del país, para crear su propia Nación, deshaciéndose de la lacra prebendaria.
Si te parece exagero, te recuerdo algunos hechos objetivos inobjetables:
• Cuando haya terminado 2018, el crecimiento económico de PIB argentino (punta a punta) entre 2011 y 2018 habrá sido del -1%. O sea, la economía argentina a fines de 2018 será más chica que en 2011, incluso cuando la población resulta casi 7% superior a la ese entonces. Una tragedia económica.
• La tasa de inversión, una variable clave para el crecimiento económico de largo plazo, y, además, termómetro del optimismo del sector productivo de cara al futuro, habrá caído a alrededor del 15% del PIB hacia fines de 2018. Una cifra bajísima, no solo con respecto al resto de la región (que promedia un 22%), sino contra nosotros mismos. Esto anticipa una tasa de crecimiento futura raquítica.
Esto da cuenta de que la paciencia de la gente que mantiene todo este circo realmente tiene un límite. Y esto no se resume a la ciudadanía de a pie.
En mi humilde opinión, a mediano plazo, la contracción económica y la extrema dificultad para hacer negocios en nuestro país implicará un adelgazamiento todavía mayor en el impulso de lo que se conoce como “iniciativa privada”, que no es más que el motor de la prosperidad económica.
No hace falta más que ver el caso de Rappi y el surgimiento de su flamante sindicato, que terminará por encarecer el servicio, y, por ende, truncar su desarrollo; ó el crudo combate del oficialismo para con Uber, algo -a mi juicio- lamentable.
Es que las nuevas empresas, que hoy piensan dos veces antes de desembarcar y/o invertir en Argentina, a este ritmo lo van a pensar cinto a 2 años vista. Y eso está claro no resulta para nada bueno, ya que implica las miserias actuales tenderán a recrudecerse a futuro.
Para ir cerrando, queda claro Argentina necesita dar una batalla cultural. El actual “combate al capital”, a largo plazo, termina en una insoportable decadencia económica, y hasta un éxodo de factores de producción (capital y trabajo), tal como bien retrata el clásico de Ayn Rand.

Juan I. Fernández 
Para CONTRAECONOMÍA 
PD: ¿Quién es John Galt?

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