El capitalismo es el mejor sistema económico inventado por la humanidad. Le permite a cada uno desarrollar al máximo su potencial y adueñarse de los frutos de su esfuerzo. Desde Galicia, España, el profesor Miguel Anxo Bastos siempre dice lo mismo: la receta para la prosperidad es el capitalismo, el ahorro y el trabajo duro.
Sencillo y directo. Más capitalismo significa mejor defensa de la propiedad privada. Y eso hace que los empresarios tengan más incentivos para invertir, producir e innovar, generando prosperidad y reduciendo la pobreza.
Estados Unidos se hizo grande por este motivo, porque fue el líder de la libertad económica por muchas décadas. Fue ejemplo a seguir por cómo su sistema institucional, que limitaba el poder del gobierno, permitió un fenomenal e inclusivo crecimiento económico. Los inmigrantes fueron parte fundamental en este proceso.
Sin embargo, hace un tiempo que el gran país del norte abandonó sus valores fundamentales. Según un estudio, desde que Jimmy Carter asumió como presidente en 1977, las regulaciones en Estados Unidos se duplicaron, pasando de 580 mil a 1,07 millones en 2014.
Además, luego de la crisis de 2008 se puso en marcha el herramental keynesiano-monetarista, que prometía que la salida de la crisis se produciría gracias al incremento del déficit fiscal y la emisión monetaria.
De la mano de Keynes, los políticos norteamericanos, desde Bush a Obama, dijeron que sus políticas iban a traer prosperidad. Pero ésta nunca llegó.
El crecimiento económico de los Estados Unidos nunca recuperó el vigor previo a la crisis. Durante los 6 años anteriores a 2008, el crecimiento promedio de la economía fue de 2,9%. Sin embargo, entre 2010 y 2015 se desaceleró al 2,2%.
Además, si bien la tasa de desempleo volvió a sus niveles previos a la crisis, lo cierto es que son cada vez menos los norteamericanos que buscan trabajo.
En el camino, la deuda pública superó el 100% del PBI y la Reserva Federal multiplicó su hoja de balance, llenando su activo de títulos públicos y deuda hipotecaria de pésima calidad.
Es en este escenario en el que surge la figura de Donald Trump. Su victoria refleja el desencanto de la sociedad con las promesas de los políticos y un rechazo al establishment tradicional. En el plano económico, refleja la frustración con las medidas keynesianas.
Ahora la pregunta es si Donald Trump realmente hará algo muy distinto. Lamentablemente sus dichos xenófobos, su arenga proteccionista y la promesa de un mega-plan de gasto público en infraestructura no generan mucha esperanza.
Desde Argentina no deberíamos preocuparnos. Es cierto que a corto plazo habrá más incertidumbre. También es cierto que si Estados Unidos decide cerrarse sobre sí misma, habrá un destino menos para vender nuestros productos. Pero la peor parte se la llevarán ellos, ya que queda todo un mundo abierto para recibir nuestras exportaciones.
Si el populismo en Estados Unidos avanza y se consolida con la presidencia de Donald Trump, los principales perjudicados serán los norteamericanos. En Argentina sólo tendremos que limitarnos a no copiar su ejemplo.
Un saludo,
Iván Carrino
Para El Inversor Diario.
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