El circo presidencial de 2016 no ha acabado todavía, pero no importa el resultado, ya ha demostrado ser una temporada electoral frustrante para los libertarios. Las campañas tanto del senador Rand Paul como del exgobernador Gary Johnson han decepcionado a la mayoría de sus respectivas bases y ahora mismo parece improbable que Johnson alcance el objetivo nacional del 5% para el Partido Libertario para apoyarle en campañas futuras. ¿Qué lecciones deberían aprender los libertarios?
Tal vez la lección más importante sea que el objetivo de un salvador libertario cabalgando hacia Washington y arreglando las cosas es de por sí una tontería. Este objetivo olvida lo burocrático e indisoluble en que se ha convertido la mayoría del gobierno federal. Al contrario que la campaña presidencial del congresista Ron Paul, que se centró principalmente en educar a la gente en asuntos como la Reserva Federal y las represalias, tanto el senador Paul como el gobernador Johnson se centraron en el valor personal que cada uno podía aportar a la Casa Blanca y en la promesa implícita de que podían hacer a Washington más libertario.
Pero los libertarios tienen que darse cuenta de que Washington no es salvable, por razones que Ludwig von Mises entendía muy bien.
Mientras que Murray Rothbard amaba odiar el estado, Ludwig von Mises no lo hacía. A lo largo de su vida, Mises fue un defensor del minarquismo liberal y creía que era necesario un estado vigilante para la protección de la propiedad privada y la libertad individual. Pero como implacable defensor de los mercados libres y fiero oponente de la planificación centralizada, Mises era muy consciente de los peligros de una clase gobernante profesional sin responsabilidad.
Quienquiera que haya leído su libro Burocracia o cualquier otra de sus obras relacionadas con el tema, conoce el desdén que tenía Mises por esta clase profesional de trabajadores públicos. Los gobiernos burocráticos y tiránicos eran desastrosos, no necesariamente debido al carácter de las personas implicadas, sino debido a la naturaleza asfixiante de la burocracia pública:
El burócrata no es libre para buscar mejoras. Está obligado a obedecer normas y regulaciones establecidas por un ente superior. No tiene derecho a lanzarse a innovaciones si sus superiores no las aprueban. Su tarea y su virtud son ser obediente.
En Planificando para la libertad, Mises también destaca los incentivos financieros perversos dentro de las burocracias públicas, escribiendo:
Visto desde un punto de vista del grupo de intereses particulares de los burócratas, toda medida que aumente la nómina pública es un progreso.
Por desgracia, el tipo de sistema que condena Mises aquí, junto con sus otros escritos condenando políticas económicas intervencionistas, son descripciones todavía más apropiadas de Washington actual de lo que lo eran cuando Mises estaba vivo. El propio gobierno federal no sólo ha añadido toda una colección de diversos departamentos, agencias y fuerzas de policía, sino que con esa expansión hemos visto un enorme crecimiento de cabilderos, think tanks y otras organizaciones que existen únicamente para influir en asuntos públicos en la capital.
Mises era también un defensor de la democracia, no porque creyera en la superioridad de la regla de la mayoría, sino porque pensaba que servía como un mecanismo importante para destituir a los malos líderes públicos. Aunque esto siga siendo bastante cierto para nuestros políticos electos, la mayoría de los que toman las decisiones a Washington no son elegidos, ni siquiera dentro del poder legislativo. Entretanto, incluso funcionarios federales de bajo nivel disfrutan de un nivel de protección laboral que envidiaría la mayoría de la gente.
Poner al mando a “las personas correctas” no resolverá el problema
Lo que los libertarios deberían tener en cuenta en una evaluación honrada de Washington es que el embrollo que tenemos se debe al sistema y no a las personalidades. Como demuestra el decepcionante historial de Ronald Reagan, el gobierno estadounidense no puede arreglarse sencillamente eligiendo a un político que haya leído a Mises o a F.A. Hayek.
Por tanto, una campaña política libertaria no debería centrarse en la capacidad de un candidato individual para arreglar Washington, ni en vender el libertarismo como una postura centrista de compromiso entre los dos partidos. Por el contrario, lo que se necesita es un mensaje populista que muestre al propio Washington como el problema y a la abolición (no la reforma) como la solución. El objetivo debería ser la descentralización política en lugar de la influencia política. Necesitamos una estrategia que sea más “bréxit” y menos “Revolución Reagan”.
El gobierno federal nunca va a arreglarse desde dentro, pero puede ser atacado desde fuera
Las principales éxitos de la guerra contra las drogas, por ejemplo, han venido de la anulación de las leyes federales. La doctrina “non-comandeering”, que prohíbe que el gobierno federal obligue a la aplicación en el estado de las leyes federales se ha empleado para ayudar a combatir los excesos de Washington sobre las leyes sobre armas de fuego. Y los movimientos más prometedores en temas como la política monetaria no han provenido de Washington, sino de iniciativas estatales, como el banco del oro de Texas.
Esto no quiere decir que la política presidencial sea inútil: después de todo, un punto común entre estos movimientos es que muchos de los fundamentos organizativos vienen de personas que estuvieron implicadas en las campañas presidenciales de Ron Paul centradas en la educación. De hecho, el efectivo ataque populista del congresista Paul a la Reserva Federal ha transformado la retórica en contra de la Fed en la ortodoxia republicana, convirtiendo lo que en un tiempo se consideraba un tema en buena parte académico y de “empollones” en una cuestión que afronta la mayoría de los congresistas cuando vuelven a casa. Pero el éxito de Ron Paul vino de hacer su campaña sobre ideas que puedan cambiar el mundo, en lugar de venderse como un personaje que podía llevarlas a cabo. La elección del propio Ron Paul fue siempre secundaria frente a la educación de los que le escuchaban.
Dados los antecedentes de otras aproximaciones durante este ciclo electoral, ojalá veamos una vuelta al libertarismo de principios de Ron Paul. Porque tratar de “hacer sensato de nuevo a Estados Unidos” no funcionará hasta que los estadounidenses identifiquen al propio gobierno federal con un manicomio.
Tal vez la lección más importante sea que el objetivo de un salvador libertario cabalgando hacia Washington y arreglando las cosas es de por sí una tontería. Este objetivo olvida lo burocrático e indisoluble en que se ha convertido la mayoría del gobierno federal. Al contrario que la campaña presidencial del congresista Ron Paul, que se centró principalmente en educar a la gente en asuntos como la Reserva Federal y las represalias, tanto el senador Paul como el gobernador Johnson se centraron en el valor personal que cada uno podía aportar a la Casa Blanca y en la promesa implícita de que podían hacer a Washington más libertario.
Pero los libertarios tienen que darse cuenta de que Washington no es salvable, por razones que Ludwig von Mises entendía muy bien.
Mientras que Murray Rothbard amaba odiar el estado, Ludwig von Mises no lo hacía. A lo largo de su vida, Mises fue un defensor del minarquismo liberal y creía que era necesario un estado vigilante para la protección de la propiedad privada y la libertad individual. Pero como implacable defensor de los mercados libres y fiero oponente de la planificación centralizada, Mises era muy consciente de los peligros de una clase gobernante profesional sin responsabilidad.
Quienquiera que haya leído su libro Burocracia o cualquier otra de sus obras relacionadas con el tema, conoce el desdén que tenía Mises por esta clase profesional de trabajadores públicos. Los gobiernos burocráticos y tiránicos eran desastrosos, no necesariamente debido al carácter de las personas implicadas, sino debido a la naturaleza asfixiante de la burocracia pública:
El burócrata no es libre para buscar mejoras. Está obligado a obedecer normas y regulaciones establecidas por un ente superior. No tiene derecho a lanzarse a innovaciones si sus superiores no las aprueban. Su tarea y su virtud son ser obediente.
En Planificando para la libertad, Mises también destaca los incentivos financieros perversos dentro de las burocracias públicas, escribiendo:
Visto desde un punto de vista del grupo de intereses particulares de los burócratas, toda medida que aumente la nómina pública es un progreso.
Por desgracia, el tipo de sistema que condena Mises aquí, junto con sus otros escritos condenando políticas económicas intervencionistas, son descripciones todavía más apropiadas de Washington actual de lo que lo eran cuando Mises estaba vivo. El propio gobierno federal no sólo ha añadido toda una colección de diversos departamentos, agencias y fuerzas de policía, sino que con esa expansión hemos visto un enorme crecimiento de cabilderos, think tanks y otras organizaciones que existen únicamente para influir en asuntos públicos en la capital.
Mises era también un defensor de la democracia, no porque creyera en la superioridad de la regla de la mayoría, sino porque pensaba que servía como un mecanismo importante para destituir a los malos líderes públicos. Aunque esto siga siendo bastante cierto para nuestros políticos electos, la mayoría de los que toman las decisiones a Washington no son elegidos, ni siquiera dentro del poder legislativo. Entretanto, incluso funcionarios federales de bajo nivel disfrutan de un nivel de protección laboral que envidiaría la mayoría de la gente.
Poner al mando a “las personas correctas” no resolverá el problema
Lo que los libertarios deberían tener en cuenta en una evaluación honrada de Washington es que el embrollo que tenemos se debe al sistema y no a las personalidades. Como demuestra el decepcionante historial de Ronald Reagan, el gobierno estadounidense no puede arreglarse sencillamente eligiendo a un político que haya leído a Mises o a F.A. Hayek.
Por tanto, una campaña política libertaria no debería centrarse en la capacidad de un candidato individual para arreglar Washington, ni en vender el libertarismo como una postura centrista de compromiso entre los dos partidos. Por el contrario, lo que se necesita es un mensaje populista que muestre al propio Washington como el problema y a la abolición (no la reforma) como la solución. El objetivo debería ser la descentralización política en lugar de la influencia política. Necesitamos una estrategia que sea más “bréxit” y menos “Revolución Reagan”.
El gobierno federal nunca va a arreglarse desde dentro, pero puede ser atacado desde fuera
Las principales éxitos de la guerra contra las drogas, por ejemplo, han venido de la anulación de las leyes federales. La doctrina “non-comandeering”, que prohíbe que el gobierno federal obligue a la aplicación en el estado de las leyes federales se ha empleado para ayudar a combatir los excesos de Washington sobre las leyes sobre armas de fuego. Y los movimientos más prometedores en temas como la política monetaria no han provenido de Washington, sino de iniciativas estatales, como el banco del oro de Texas.
Esto no quiere decir que la política presidencial sea inútil: después de todo, un punto común entre estos movimientos es que muchos de los fundamentos organizativos vienen de personas que estuvieron implicadas en las campañas presidenciales de Ron Paul centradas en la educación. De hecho, el efectivo ataque populista del congresista Paul a la Reserva Federal ha transformado la retórica en contra de la Fed en la ortodoxia republicana, convirtiendo lo que en un tiempo se consideraba un tema en buena parte académico y de “empollones” en una cuestión que afronta la mayoría de los congresistas cuando vuelven a casa. Pero el éxito de Ron Paul vino de hacer su campaña sobre ideas que puedan cambiar el mundo, en lugar de venderse como un personaje que podía llevarlas a cabo. La elección del propio Ron Paul fue siempre secundaria frente a la educación de los que le escuchaban.
Dados los antecedentes de otras aproximaciones durante este ciclo electoral, ojalá veamos una vuelta al libertarismo de principios de Ron Paul. Porque tratar de “hacer sensato de nuevo a Estados Unidos” no funcionará hasta que los estadounidenses identifiquen al propio gobierno federal con un manicomio.
FUENTE: http://www.miseshispano.org/2016/11/elegir-a-las-personas-correctas-no-arreglara-washington/ - Desde Mises Hispano
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