Cuando estaba en el colegio secundario, mi profesor de historia, Mariano Eloy Rodríguez Otero, solía hablarnos de la novela italiana El Gatopardo, que siempre resumía con la frase “cambiar todo para que nada cambie”.
De acuerdo con Wikipedia, “en ciencias políticas se suele llamar “gatopardista” al político que inicia una transformación política revolucionaria pero que, en la práctica, sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente el elemento esencial de estas estructuras.”
¿Estamos los argentinos frente a algo similar?
De acuerdo con las estimaciones de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP), el gasto público total avanza, en lo que va de 2016, un 35,4% en términos nominales. Este incremento se explica principalmente por la suba de las remuneraciones al personal (34,8%), las prestaciones de la seguridad social (38,0%) y las transferencias corrientes al sector privado, como los subsidios económicos, que crecieron un 35,5%.
A mismo tiempo, el PBI este año estará creciendo aproximadamente un 34,5% en términos nominales (con caída del 2% en términos reales), por lo que el gasto público total, expresado como porcentaje del PBI, prácticamente no cambiará. Incluso, será mayor.
El gobierno de Cambiemos, al menos en términos de gasto público, cambió todo, pero para que nada cambie.
Es una pena. Al aprobarse en la cámara de diputados el proyecto opositor que modificaba el impuesto a las ganancias, el gobierno podría haberse mostrado a favor de aceptar la baja impositiva, vetando los nuevos impuestos y reduciendo el gasto por la caída de la recaudación que se estimaba.
Sin embargo, en una especie de repetición de la “campaña del miedo” sciolista, tildaron de irresponsable al proyecto y buscaron, a toda costa, convencer a los senadores para que no aprobaran el “mamarracho”.
Finalmente, gobierno y oposición llegaron a un acuerdo y en estos momentos se está votando un proyecto que considera una menor reducción de la carga tributaria para las personas físicas que la planteada por la oposición, la creación de nuevos impuestos (entre ellos un “Impuesto Extraordinario Por Única vez a Operaciones Especulativas con Dólar Futuro” de dudosa legalidad) y ningún anuncio de reducción del gasto.
Las conclusiones que deja este nuevo acuerdo son claras: la primera es que el “estado presente” hay que pagarlo y que cuesta muy caro. Hasta noviembre de este año, el gobierno había recibido por el impuesto a las ganancias $ 390.500 millones, solo el 26% de lo gastado ¡hasta octubre!
La segunda es que, en política, bajar el gasto público equivale a cometer una herejía. Incluso un gobierno que todos insisten en llamar liberal, no quiso reducir el gasto público en un año donde la crisis producto de su exceso se hizo más que evidente.
El caso del empleo en el estado es la muestra más clara. De acuerdo con las cifras del Ministerio de Trabajo, el empleo total en el sector público, que había comenzado a caer a principios de año, volvió a su nivel original en junio. Así, hoy el estado emplea a la misma cantidad de personas que en diciembre de 2015.
Es decir, el “neoliberalismo” de Macri y el “populismo” de Cristina tienen la misma cantidad de empleados, que pagas vos con tus impuestos. ¿Cambiamos?
En medio de tanto debate por la modificación del mínimo no imponible, las escalas del impuesto a las ganancias y su progresividad o regresividad, mucho se habló del “costo fiscal”, que se refiere a lo que van a dejar de recaudar los políticos cuando bajen los impuestos.
La verdad que esta frase es, como mínimo, poco feliz. Los políticos que están en el gobierno nacional, provincial y municipal ya toman demasiado de los bolsillos de los argentinos. Sin embargo, hacen que eso se vuelva insuficiente porque gastan a dos manos.
“Costo fiscal”, en realidad, debería llamársele al hecho de que los contribuyentes argentinos ya pagamos 96 impuestos diferentes, y que la presión tributaria creció 17 puntos del PBI durante la gestión kirchnerista.
Un verdadero cambio en la política económica sería emprender un plan de reducción de gasto público, que lo lleve, como mínimo, al 30% del PBI. Si eso sucediera, el espacio para reducir impuestos sería increíblemente mayor sin necesidad de incrementar el déficit fiscal, que genera inflación y endeudamiento.
A pocos días de que llegue la navidad, tal vez podamos pedirle a Papá Noel que nos traiga ese regalo.
¿Podrá el simpático barbudo convencer a nuestros políticos? Está difícil.
Un saludo,
Iván Carrino - Para El Inversor Diario.
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