Cuando CFK inauguró el nuevo Hospital de Niños de Jujuy y luego se encaminó hacia la sede de Tupac Amaru para reunirse con Sala. El jefe político de ésta es Luis D’Elía. Pero el crecimiento político y económico de la jujeña, hizo que se manejara directamente con CFK.
El vertiginoso desarrollo de Tupac Amaru en muchas provincias tuvo que ver con una característica original: es la única organización social que capta políticamente a las comunidades indígenas. Sala lidera los reclamos de tres comunidades, los guaraníes, los coyas y los mapuches, siendo los dos últimos los más activos. Pese a ser una dirigente que era promocionada por la ex Casa Rosada K, su terminal política no eran los Kirchner sino Evo Morales. En la ceremonia del Tiwanako del año pasado, Sala se sentó a pocos metros del mandatario boliviano para festejar el” renacimiento de los pueblos originarios”. Sala es una extraña mezcla de sindicalista con líder indigenista y jefa de grupos de choque. Tupac Amaru forma parte del proyecto de “Constituyente Social” en el que convergen cientos de grupos de izquierda de todo el país y que se define confusamente como una especie de “refundación revolucionaria de la Argentina”. En un reportaje declaró: “antes que ser argentina soy americana” y “antes que reconciliarnos con los blancos ellos nos tienen que devolver todo lo que nos robaron”. Los numerosos enemigos políticos que Sala y sus patotas se ganaron en Jujuy formularon diversas acusaciones, entre ellas, que el Registro Nacional de Armas le habría entregado 500 portaciones. Realidad o mito, lo cierto es que la jujeña siguió expandiéndose por el territorio nacional con el poder que le dio la impunidad, su participación en la caja oficial K y el apoyo político del gobierno boliviano.
Fomentar el conflicto y la inestabilidad era una forma de distraer la atención respecto de los verdaderos responsables de los problemas. Fue evidente que Néstor Kirchner, arrogándose un protagonismo y funciones que no le correspondían, intentaba llevar a la Argentina a una escalada de conflicto social que no sabemos dónde pudo terminar. En dos palabras: Saturó tanta agresividad, prepotencia e intolerancia; aburrieron a la ciudadanía ese monótono discurso demagógico que tergiversaba la realidad y la constante descalificación de sectores y personas que pensaban diferente.
El problema radicó que en los doce años del matrimonio Kirchner, las lealtades se fueron tamizando y muchos se dieron cuenta de que habían sido utilizados. Unos piqueteaban y otros se llenaban los bolsillos. Así algunos, apoyados por la caja, consolidaron su adhesión, pero otros, desplazados, ninguneados, se tuvieron que replegar.
Con los piquetes y cortes de ruta, el desplazamiento de gente, las colas interminables, la inestabilidad emocional de los ciudadanos fue un clima al que hubo que acostumbrarse. No eran otra cosa que ensayos. De una gimnasia prerrevolucionaria, y casi llegó el momento de que los palos que esgrimían ya eran caños y algo más, algunos transformados en tumberas; las bombas de estruendo en molotovs y los vehículos detenidos se transformarán en enormes parapetos incendiados.
Esto, lejos de ser una visión profética, es una conclusión que se puede sacar leyendo cualquier manual sobre control de masas. No es otra cosa que la bestia que alimentó el Kirchnerismo, ahora el problema, no sólo del gobierno actual sino de todos los argentinos, porque cuando la bestia se quite la cadena, va ser muy difícil detenerla. El gobierno ha decidido actuar, pero por desgracia algunos todavía dudan si reprimir es político o impolítico.
Abogado- Desde Formosa - ENVIADO POR SU AUTOR
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