En la Argentina lo que más sorprenden son las sorpresas. Por ejemplo la del director teatral Carlos Rivas con la actitud facciosa de Estela Carlotto a favor de un gobierno con el que está asociada desde hace una década. Tanta fue su decepción que lo escribió a La Nación que de acuerdo al Ministerio de la Verdad K es hoy por hoy el centro de la conspiración mundial contra el fútbol para bobos y la movilidad social de Lazaro Baéz.
Otros se sienten decepcionados por el aval y luego el “yo no fui” de un señor de los servicios de inteligencia. No hablo de Milani, sino de Horacio Verbitsky.
¿Verbitsky también? ¿No era un gurú moral, el ejemplo a seguir por el periodismo la intelectualidad permitida y la cultura cartonera? El hecho de que fuera el número dos de la inteligencia de Montoneros, una banda de facinerosos dedicada al secuestro extorsivo, el ataque terrorista, en función de la instalación de un régimen totalitario (o llamale terrorismo de estado si te parece), no solo no era obstáculo sino que era la explicación de la admiración.
Desde su puesto de lucha el admirado espía supongo que se dedicaría a ver a qué hora salían del colegio los niños de Fulano o el empresario tal dónde tenía su cuenta bancaria, además de qué destino darle al botín del secuestro de los Born ¿Qué otra cosa hace un señor de inteligencia de una organización criminal, además de servir de norte de anciano a la juventud nac&pop?
Si seguimos el derrotero de lo que son llamados “organismos de derechos humanos” en la Argentina entenderemos un poco mejor el tamaño del problema. Empecemos con Alfonsín creando una comisión de notables que recibía denuncias de ilegalidades en la represión y desapariciones. Un órgano formado por el Poder Ejecutivo, un decreto que determinó a quiénes investigar, un período permitido para el estudio, un procedimiento y un tribunal especial que terminó con una condena expiatoria.
Hasta ahí parte de la sociedad reclamaba que también se juzgara también a los guerrilleros y terroristas. Nadie se animaba a llamarles “militantes”. El propósito expresado era juzgar la clandestinidad, los daños colaterales, los inocentes incluidos en listas, la falta de procedimientos legales, las torturas y las desapariciones. Durante años eso fue variando y nos fueron haciendo a la idea de que sólo importaba lo que hubiera hecho el estado en contra de sus “militantes”. Por ejemplo no había que contabilizar lo que el estado hubiera hecho a su favor (como la liberación de los criminales que con orgullo pidió Rivas en el 73 y que contó como aval de su crítica actual).
Después vimos que los “organismos de derechos humanos” reivindicaban regímenes criminales como el de Cuba y que pasaron a sostener la heroicidad de sus culpables, no los inocentes que cayeron en la brutalidad de la lucha. Ya no se quejaban de la ilegalidad de la represión sino que fueron estableciendo el estándar de que frente a esa violencia solo cabía dejarse matar o hacer volar por el aire ¿Y si eras de esos a los que no les cae bien que ellos te quieran matar? Entonces eras un fascista. Así lo enseñó el estado, no el sector privado, durante estas tres décadas. Toda la sociedad los siguió llamando “organismos de derechos humanos” pero sin comillas.
Hubo que olvidar a los muertos que ellos mataron. Con el kirchnerismo se le prohibió a las fuerzas armadas homenajear a sus víctimas. El aparato de propaganda de verdad fascista del gobierno estigmatizó y persiguió a los familiares y amigos de esos muertos que querían nada más recordarlos.
Hicieron del Nunca Más un libro sagrado y Alfonsín jamás cumplió su promesa de contar la historia de la violencia terrorista de los idealistas militantes que hubiera permitido separar la condena a la ilegalidad de la represión de cualquier sospecha de reivindicar los crímenes de aquellos grupos homicidas.
Después no fue suficiente esa omisión, porque el que fuera héroe máximo del Nunca Más Ernesto Sábato había dejado claro que no se tenía que interpretar que el informe era una defensa de la bomba, el tiro por la espalda o el secuestro extorsivo por amor. Los “organismos de derechos humanos” nos explicaron en esta etapa que condenar esas cosas o ponerlas al lado de crímenes de agentes del estado (ellos son unos consistentes defensores de la actividad privada, pero solo de la violenta) era sostener una “teoría de los dos demonios”. Demonio hubo uno solo y ellos nos lo señalarían. Los derechos humanos se convierten en unas prerrogativas que corresponden a los combatientes de un tipo de proyecto totalitario y a nadie más.
En el ínterin hubo que reescribir conceptos como la cosa juzgada, el derecho de defensa, anular leyes, establecer un filtro para ver quienes entran y salen de la justicia federal para que no se vayan a equivocar los jueces acerca de a quién condenar, a quién absolver y a quienes asegurar impunidad, que cosa es contra la humanidad (ellos) y cuáles solo contra las personas corrientes.
Ahí fue cuando llegaron ellos mismos al estado. De un día para el otro todo lo que se dijo sobre las cosas malas las hace el estado se aplicaron al revés. Los jodidos eran los “sectores concentrados”. El poder contra el que ellos luchaban no era el estatal, sino el de las corporaciones ¿Y corporaciones que eran? ¿Acaso grupos privados sin responsabilidad como los Montoneros o el ERP? No, grandes peligros de los que el estado tenía que defendernos como programas de P+E. Una cosa son tonterías como bombas y granadas y otra unos pesados criminales que hablaban contra la estatización virtual de las exportaciones agropecaurias. O cualquier persona fuera del estado que no lo defendiera o los denunciara. Ahora que estaban del otro lado del mostrador, los derechos humanos pasaron a resumirse en la frase fascista: dentro del estado todo, fuera del estado nada. Es decir al revés de lo que nos venían diciendo cuando eran privatistas.
La cosa se puso cada vez más explícita. Los enemigos actuales pasaron a ser enemigos históricos editando la historia y aparecían por todos lados sus vinculaciones con uniformes. Pero siempre afuera de la facción. Dentro de la facción, la de los cada vez más pocos que son humanos, podían explicarnos desde los trabajos de Verbitsky en la Fuerza Aérea en plena etapa caliente, hasta el cargo de Juez de Zaffaroni, el de Alicia Kirchner en el Sur, las fotos y solicitadas de los Kirchner en el Santa Cruz, o la dirección de don Timermann del pasquín La Tarde, lo que sea. Los organismos de derechos humanos evitaban que nos fuéramos a confundir en cuanto a quién tenía que ser condenado y quién salvado. Un salvado podía pasar a ser condenado si se peleaba con el gobierno como la señora de Noble.
Lo de Milani es como el final de este largo cuento. Carlotto ya dice que como la Biblia para los católicos, el Nunca Más no puede ser leído de manera directa sino que debe pasar por las aclaraciones de ellos los intérpretes finales.
Y todos son millonarios, viajan en primera, hacen de sus fundaciones empresas constructoras, están llenos de cheques rebotados y una eterna lista de etcéteras.
Entonces amigos progres, esta es su realidad. No son los limpios de la sociedad que se molestan por algunas transgresiones, son esta cosa. Ustedes no pueden decepcionarse entre si porque no hay cosa espantosa que no hayan hecho, defendido o promovido. A los que los miramos de afuera no nos asombran, no nos decepcionan, continúan comportándose como el culo de manera sistemática y coherente desde hace treinta o cuarenta años. No nos jodan más con el aparente escándalo con el que toman cada vez que quedan al descubierto siempre que el horizonte sea el posible agotamiento de la vía para seguir robando con el pasado mal editado en el que viven. Les gusta más la guita que el sexo. Y cuando no les gusta le guita, que los hace más humanos, les gusta la mentira, la violencia, la banalización de cualquier principio general y odian todo sentido real de justicia.
Estas facturas casi dan ganas de pedirles que se las pasen en privado. A los demás no nos interesan. Nos tienen los huevos al plato.
(*) http://josebenegas.com Es un abogado, ensayista y periodista especializado en temas filosófico políticos, institucionales y económicos. Nacido en Buenos Aires, se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 1987 y obtuvo una maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE con diploma de honor en el 2005.
PUBLICADO CON LA AUTORIZACIÓN DE SU AUTOR