El martes por la tarde me invitaron al programa de Mauro Viale, que se emite por A24 todos los días a partir de las 16:00 Hs.
La entrevista había sido pactada con unos días de antelación, en momentos en que nadie pensaba que ese día iba a terminar habiendo 16 empleados del subte detenidos por la Policía de la Ciudad de Buenos Aires.
Al llegar al piso, el caos estaba en su momento más alto y en el estudio habían invitado a 5 gremialistas. El tema del momento era el conflicto del subte, y no hubo espacio para hablar de economía.
Comprensible…
Por fortuna, hace tiempo que no tengo que tomarme el subte todos los días para ir a trabajar. Sin embargo, sí lo hace mi mujer, y no hay semana que no me cuente de una demora, un paro sorpresivo, y el caos que todo eso genera.
Ahora yo me pregunto, si a mí no me gustan las condiciones laborales en las que me contratan: ¿tengo derecho a romperle la empresa a mi empleador?.
Claramente, no.
La esencia de los contratos voluntarios (y el contrato laboral es uno de ellos) es que somos libres de aceptarlos, o no. Y si se da este último caso, entonces agarrás tus cosas y te vas. Punto.
Ahora bien, los “Metrodelegados” (quienes encima no tienen personería jurídica para reclamar) dicen que sus salarios son demasiado bajos. Que tienen “derecho” a un aumento mayor.
Perfecto, sin duda que lo tienen… Ahora: ¿van a ir a reclamarlo a punta de pistola? ¿Van a ir a reclamarlo impidiendo por la fuerza el funcionamiento normal del subte y perjudicando a millones de usuarios?
Lo que vivimos el martes fue una demostración clara de que el sindicalismo argentino (o al menos gran parte de él) opera como una organización mafiosa en donde, si no se hace lo que él dice, entonces a sufrir las consecuencias.
Los hechos me hicieron recordar una sección de mi anteúltimo libro, Historia Secreta de Argentina, en donde describo cómo, en lugar de vivir en una democracia donde la “voluntad popular” (si es que existe eso) se manifiesta a través del voto, vivimos en un país cooptado por las corporaciones… Corporaciones que, sin ganar una elección, deciden con diferentes métodos de presión, para dónde va el país.
Si seguimos por esta senda, sin duda seremos inviables.
Aquí abajo encontrarán ese segmento de mi libro.
Los sindicatos que se oponen a la productividad
Los sindicatos pueden cumplir un rol muy importante en el mercado, pero también pueden terminar siendo un impedimento para el desarrollo y el crecimiento de los países.
El rol importante consiste en facilitar las negociaciones salariales entre las empresas y sus empleados. En una empresa pequeña, donde trabajan el dueño y 4 o 5 empleados, esto puede no ser necesario. Sin embargo, en la medida que crece el tamaño del emprendimiento, y la cantidad de empleados empieza a ser mayor, se vuelve necesaria la figura del mediador, representante, o delegado.
Sin embargo, hay una faceta no tan deseable. Veamos lo que sostiene el periodista especializado Ricardo Carpena:
“En Argentina han cambiado los partidos, la dirigencia empresarial, las fuerzas armadas, hasta la Iglesia. Pero los sindicatos siguen en manos de los mismos hace 30 años. ¿Cómo lo logran? Porque son funcionales al poder. Hasta los militares pactaron con ellos. Siempre existió la sensación de que sin los sindicalistas no se puede gobernar Argentina. Todos siguen la máxima instalada por Augusto Timoteo Vandor, líder de los metalúrgicos en los 60: ´golpear para negociar´. No para cambiar el mundo ni hacer la revolución. Para negociar”
No creo que haya una definición más exacta del estado profundo que la ofrecida por este periodista sobre los sindicatos. Organizaciones comandadas por las mismas personas hace 30 años, y sin las cuales no se puede gobernar el país.
¿Pero cómo, no vivíamos en democracia?
Los sindicatos son verdaderas organizaciones de dinero y poder en nuestro país. Gracias a la administración de las obras sociales que proveen servicios de salud, administran cajas multimillonarias con el dinero que el gobierno toma de los trabajadores y les asigna directamente.
Además, sus negociaciones salariales pueden convertirse en un verdadero calvario para todos los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Si los salarios ofrecidos no son de su agrado, convocarán a un paro general, trastornando por completo el tránsito de la ciudad más poblada del país. Si el descontento es mayor, entonces cortarán calles, o bloquearán la salida de los camiones de las empresas con las que estén “negociando”.
En cualquier ciudad grande del país hemos sido testigos del poder de los sindicatos. Es una muestra de que en nuestra democracia, “lo público” no solo lo deciden quienes votamos en los comicios abiertos, sino grupos de presión claramente establecidos, que poco se preocupan por el bienestar general.
Dos ejemplos bastarán para entender hasta qué punto llega el deseo de estas organizaciones por defender sus intereses particulares sin importarles el daño sobre el conjunto.
Recientemente, el Banco Central de la República Argentina quería permitirles a los bancos decidir libremente si enviaban por correo de papel o vía “e-mail” los resúmenes de cuenta. Sin embargo, el sindicato de camioneros frenó la medida. Con el argumento de que la elección del email dejaría a los transportistas sin empleo, los sindicalistas bloquearon los ingresos al Banco Central. Finalmente, Federico Sturzenegger, presidente de la entidad, decidió dar marcha atrás con la medida.
Otro caso emblemático se dio también recientemente en la línea C de subtes. En dicha línea la empresa Metrovías había decidido hacer unas reformas en una de las estaciones de cabecera, de manera de ofrecer un mejor servicio a los pasajeros. El tema fue que las reformas se hicieron en la zona de los vestuarios de los empleados, por lo que dichos vestuarios se tuvieron que sustituir momentáneamente por baños químicos, por supuesto, más incómodos.
Ahora frente a esta situación, en lugar de consensuar una salida o tolerar el mal rato transitorio, los “Metrodelegados” decidieron hacer un paro y cortar el servicio del tranvía subterráneo por 24 horas.
Derecho a huelga
Uno de los economistas a nivel global que se dedicó a estudiar a los sindicatos durante la década del ’80 fue Friedrich A. Hayek. El austriaco de nacimiento sostenía que si bien él no se oponía a que hubiera asociaciones que representaran a los trabajadores, sí le molestaba que estos grupos estuvieran, de alguna manera, operando por encima de la ley e imponiendo su voluntad a terceras personas.
En un párrafo que parecería describir la realidad nacional, Hayek sostenía:
“Dado que la huelga ha sido aceptada como un arma legítima de los sindicatos, se ha llegado a creer que se les debe permitir hacer lo que sea que les parezca necesario para conseguir una huelga exitosa. En general, la legalización de los sindicatos ha llegado a significar que cualquier método que consideran indispensable para sus propósitos también debe considerarse legal”.
En Inglaterra, por ejemplo, una ley de 1906 blindaba a los sindicatos contra la persecución judicial por coerción y violencia. Como uno puede suponer, esto simplemente llevó a mayor violencia y coerción ejercida por los sindicatos. Esto es algo que cambió cuando Margaret Thatcher asumió la presidencia.
En nuestro país la violencia y la coacción sindical están a la orden del día. Si no se hace lo que quieren, entonces pueden suspender las actividades comerciales, bloquear ingresos y salidas, o cortar calles y avenidas públicas. El poder intimidatorio de los sindicatos persigue un objetivo principal: aumentar el salario por encima de aquél que prevalecería en un mercado libre. Pero cuando esto se consigue gracias al poder de coerción, entonces las consecuencias indeseadas aparecen.
El primer efecto de la distorsión en los salarios que pueden generar los sindicatos es el desempleo. Al director de un gremio y a sus miembros no les interesa si, producto de sus exigencias, otros individuos se quedan sin trabajo.
Su único interés es recibir más dinero por el esfuerzo que realizan, de la misma forma que los empresarios prebendarios solo quieren incrementar sus ganancias.
El problema es que cuando los sindicatos logran imponer salarios mayores a la productividad, algunas empresas deben cerrar sus puertas, o achicar costos en otro lado, o bien frenar la contratación de nuevos empleados.
Imaginemos la siguiente situación. Una empresa de tazas de cerámica tiene dos empleados. Juan produce 5 tazas por hora, mientras que Pedro solo produce 4 tazas. Si cada taza tiene un valor de mercado de $ 1, entonces la productividad de Juan será de $ 5 por hora, mientras que la de Pedro será de $ 4. En este escenario, el empresario dueño de la fábrica podría pagar a cada uno salarios distintos. Para ganar dinero, asumamos que le paga $ 4,5 a Juan y $ 3,5 a Pedro, de manera que por cada hora de trabajo de sus empleados (e ignorando otros costos), se lleva a su bolsillo $ 0,5.
Ahora supongamos que el sindicato de trabajadores de la cerámica llegó a un acuerdo con los capitostes de la industria y decidieron que el salario mínimo no podrá ser inferior a $ 4,5 por hora de trabajo. En un primer momento, Pedro puede estar contento. Antes le pagaban $ 3,5 y ahora el sindicato sostiene que deberán pagarle $ 4,5 (igual que a Juan). Sin embargo, si la empresa comienza a pagar ese salario, pasará de recibir una ganancia de $ 0,5 por hora de trabajo, a sufrir una pérdida de la misma magnitud.
En este escenario, a más horas de trabajo de Pedro, mayor es la pérdida de la empresa. Es lógico, entonces, esperar que la empresa decida echar a Pedro, para evitar seguir perdiendo.
Finalmente, por intentar que Pedro gane más dinero, se terminó reduciendo su salario a cero.
Flexibilidad laboral, salarios más altos
Siguiendo el libreto sindical, la economía y el mercado de trabajo se encuentran fuertemente regulados. Frente a eso, suelen aparecer propuestas de “flexibilización laboral”.
Obviamente, esto último le genera urticaria a más de uno.
Es que de acuerdo con el libreto políticamente correcto, la flexibilización es lo peor que puede pasarles a los trabajadores, porque los empresarios los comenzarían a “explotar”.
Este argumento es falso. En primer lugar, porque, como decíamos, si las regulaciones son excesivas, aparecerá el mercado negro, donde el estado pierde todo el control sobre lo que allí sucede.
En segundo lugar, porque un mercado laboral más libre no solo es bueno para las empresas, sino para todos los que quieran obtener un empleo.
Una institución que mide la libertad de los mercados laborales en el mundo es la Fundación Heritage de los Estados Unidos. Para evaluar los mercados de trabajo, Heritage toma en consideración la existencia y el monto del salario mínimo, la rigidez en las horas de trabajo, la dificultad para despedir empleados, el monto de las indemnizaciones que se imponen a las empresas, el preaviso y las trabas para contratar.
Si los obstáculos son altos, dirán que el mercado es poco libre, mientras que de haber pocas trabas, estaremos en un mercado flexible.
Los cinco países de más de un millón de habitantes que mejor se ubican en este índice son Estados Unidos, Singapur, Hong Kong, Dinamarca y Nueva Zelanda. Entre ellos, en Estados Unidos y Dinamarca el despido es libre, por lo que las empresas no deben indemnizar al empleado si deciden no continuar empleándolo.
Uno podría pensar que con tanta libertad, muy mal les está yendo a los trabajadores de esos países. Sin embargo, estamos frente a los salarios más elevados del planeta.
Cuadro 1.3. Libertad laboral, salario y desempleo.
Fuente: Elaboración propia en base a Heritage.org, Banco Mundial, OCDE y Trading Economics
En promedio, un danés tiene un salario anual de USD 63.700; un norteamericano ingresa USD 58.700; un neozelandés USD 43.100, mientras que en Singapur los trabajadores ingresan USD 38.800 y en Hong Kong USD 23.900.
Por si esto fuera poco, las tasas de desempleo también son muy bajas. Y, no casualmente, muy inferiores a las existentes en Argentina.
Claro que no todo pasa por la rigidez o flexibilidad del mercado laboral. El país que sigue en este ránking es Namibia, cuyo desempleo supera el 18% y cuyo PBI per cápita es de USD 4.500.
Obviamente, a la libertad del mercado laboral hay que acompañarla con una democracia republicana, paz y respeto por los derechos de propiedad, entre otras cosas.
Sin embargo, dado que muchas de esas cosas sí tiene nuestro país, no es un mal momento para pensar en tener un mercado laboral más libre. Pero eso implicaría disminuir el poder de los sindicatos, y enfrentarse finalmente al estado profundo, algo que no parece estar en las prioridades de nuestros políticos.
Para leer el libro completo, hacer clic aquí.
Saludos,
Iván Carrino
Para CONTRAECONOMÍA
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