jueves, 15 de agosto de 2013

Más Malena y menos Massa

Por José Benegas(*)
Estoy lejos de creer que sea una solución decirle a cada pedazo de forro que lo es, ese no es mi punto. Pero la Argentina luego de una década oscura de autocensura necesita tanto un destape como lo necesitó España después de Franco y como nosotros no llegamos a hacer de verdad después de sucesivas experiencias autoritarias. Apenas los hemos simulado con patotas culturales y la televisión “transgresora” alquilable. Al contrario de una explosión, la Argentina a través de sus voceros y pésimos líderes parece estar siempre preparada para la vuelta de las botas, pero no las del uniforme verde oliva, sino de cualquier tipo. Entonces el valor es hacer como que en realidad no ha pasado nada tan grave y quienes estuvieron advirtiendo horribles crímenes cometidos ante los ojos de todos están un poco locos de verdad, porque si no esa generalidad de los bienpensantes quedarían expuestos en sus miserias.
Me podrán decir que con los militares fue la única excepción. Error, esta etapa también está teñida de mantos de autocensura, por eso los uniformados son chivos expiatorios de todas las porquerías de una década venerada por cobardía.
En la Argentina por las dudas, como medida preventiva, nunca hay que señalar a ningún pedazo de forro por la sencilla razón de que no se está seguro en ninguna posición destacada de no tener de manera más o menos inmediata la necesidad de hacer de descerebrado ante nuevas verdades obligatorias. Complicidad, como diría Ayn Rand, es lo que hay en la manía de apagar los juicios. Es una complicidad preventiva, de gente que sabe que no tiene la libertad de establecer parámetros objetivos de conducta en base a los cuales medir lo que pasa, porque no se cree ni que se los pueda cumplir, ni mucho menos que sea conveniente. Se sabe que no se vive sino de incorporarse a algún sistema relatado de intereses. Verdad no, dosis elegidas de develaciones hasta ahí.
Si querés le llamamos oportunismo. Eso y no buena educación es lo que hay detrás de los que no quieren ver ningún pedazo de forro por más que tengan uno enfrente del tamaño del obelisco.
Todos entendemos lo que es una campaña electoral. Ahí hay que cuidarse y administrar lo que se dice para no ahuyentar a algunos de los nichos de votantes que se quieren conquistar. Es más que comprensible, pero atrás de la represión a los denunciantes (¿y denunciantas?) de los preservativos fraccionados, para no insistir con la procacidad, no hay marketing electoral. Está la consciencia de que en la misma mesa están los que han hecho de condones hasta la semana pasada y en los comentarios en los medios ni hablar, ahí directamente hay montañas de cinturones de castidad. Con todos ellos habrá que hacer la próxima ronda tomados de la mano para la nueva etapa de negación.
El insulto no es un argumento. El problema para un suizo es que al usarlo se evita explicar que es lo importante. Pero no estoy reivindicando el rapto de Malena Massa como forma de discusión, sino como destape, como liberación de todo lo que este país se ha callado frente a la exhibición inmunda y sin límite que ha sido esta década miserable que nos ha dejado como país en un estado catatónico moral tal, que se vuelve a valorar a los que minimizan esta experiencia y eso nos hace otra vez vulnerables a una gran estafa. Lo que digo por lo tanto es que lo necesitamos como terapéutica, no como recurso literario o analítico.
De otro modo volvemos al círculo. Del reviente a la tibieza como si fuera un valor y de nuevo al reviente pero ya como principio. Sin que nadie conteste con claridad a nadie. Sin que los montoneros sean montoneros y con mucho de que los delirantes armados nos enseñen que lindas son sus convicciones y cómo sus víctimas ni existen.
Son muchas décadas de esconder, de simular, de venerar el inicio de todas las oleadas de destrucción y de tímidas formas de tangentes para no entrar en conflicto con los sectores más agresivos de la sociedad. Vamos, nadie cree que Carlotto y Bonafini sean unas heroínas. Son una excusa para no hablar de la violencia revolucionaria y concentrarse en una forma forzada de compadecerla.
La prioridad por lo tanto es hacer ídolos de los que son capaces de debilitar a los malos que nos están cansando sin levantar ninguna razón moral que eche demasiada luz sobre lo que son, para que no se vean los rincones oscuros del chiquero en el que comen todos los chanchos.
Desde la marginalidad en la que viven los que dicen la verdad, con sus múltiples puntos de vista, los que no se suben a ninguna nube de pedo (poquitos, muy poquitos), como la que ya se está armando alrededor del marido de Malena, no se logra por ahora perforar nada. Porque todavía no hay grietas, al contrario de lo que piensa Lanata. Se necesita una grande de una vez. Los sistemas inmediatos se van suplantando, pero el gran sistema permanece intacto. A lo mejor se necesitan más insultos, menos ganas de comprenderlos, más estómago. Y si ni eso da resultado al menos nos pondrá de buen humor para tomar una cerveza mientras vemos la misma película de siempre.
(*) es un abogadoensayista y periodista especializado en temas filosófico políticos, institucionales y económicos. Nacido en Buenos Aires, se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 1987 y obtuvo una maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE con diploma de honor en el 2005.
PUBLICADO CON LA AUTORIZACIÓN DE SU AUTOR

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