viernes, 12 de agosto de 2016

Olimpiadas: Una parodia belicista. Por Aníbal Hardy

Cada cuatro años, en la antigua Grecia, los helénicos dejaban de lado las profundas diferencias e intereses políticos que separaban a sus ciudades estados, dirimidas con el uso masivo y compulsivo de espadas, flechas y lanzas, para sumergirse en fiestas de confraternidad deportiva, ofrendadas a sus dioses, pero destinadas, en realidad, al regocijo de ellos mismos.
Ni la guerra más enconada, era capaz de postergar tamaño acontecimiento. Llegado el momento, flameaba la bandera de tregua y el código de honor imponía abandonar el campo de batalla para marchar alegremente hacia la competencia, a sabiendas que habría tiempo para dilucidar el conflicto. Muchas veces, las maratones deportivas servían para ventilar pleitos de trinchera, pero siempre el espíritu deportivo primaba por sobre toda especulación bélica.
Fueron notables los juegos píticos, celebrados en Delfos, los ístmicos, en Corintios, y los nemeos en Argólida, pero ninguno alcanzó la celebridad de los olímpicos. Es que en Olimpia se levantaba el santuario mayor de Zeus, (Júpiter para los romanos) divinidad superior de aquella cultura, y desde allí partía la antorcha flameante para encender el fuego sagrado de la ceremonia inaugural.
Los griegos antiguos se acostumbraron a medir el tiempo por olimpiadas, a partir del solsticio de verano del año 776 antes de Cristo. Así la vida, la memoria y la historia comenzaron a girar en torno a las olimpiadas. En el año 394 de nuestra era, ante la trascendencia que alcanzaron los juegos olímpicos, el emperador romano Teodosio resolvió suspenderlos porque sospechaba que aquellas festividades eran focos de rebelión de la sometida Grecia contra el Imperio conquistador.
Bajo el lema “lo importante es competir y confraternizar”, en el año 1896, el barón francés Pierre Coubertin exhumó los juegos olímpicos, organizando en Atenas la primera olimpiada contemporánea. A causa de la Segunda Guerra Mundial estos juegos se interrumpieron, luego la Unión Soviética no concurrió a Los Ángeles, arrastrando tras ella a otros países del mundo comunista. En 1980, en represalia a la invasión de la URSS sobre Afganistán, James Carter lanzó un boicot contra los Juegos de Moscú, sumados a estos hechos las amenazas y atentados terroristas, los juegos olímpicos empezaron a entrar en el ocaso.
Hoy en Río de Janeiro, con el nuevo escenario mundial, la provocación del terrorismo internacional por una lado y EE.UU como policía mundial, al modo de la pax romana, como se llamaba en tiempos del imperio a la misión que se había auto asignado Roma de imponer el orden en todo el mundo antiguo. La mayoría de los países buscan la construcción de un escenario más equilibrado y multipolar, con relaciones internacionales más justas y la erradicación del flagelo terrorista. En síntesis, la paz, y que los recursos que se destinan a la fabricación de armas, sean destinados al desarrollo y a mejorar la vida humana.
El deporte, como vehículo de entendimiento entre los pueblos, debe hacer recordar tanto la civilización islámica, como la occidental que todo comenzó en Grecia siendo una parodia de la guerra, y lo sigue siendo.
* Abogado - Desde Formosa
ENVIADO POR SU AUTOR

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