A Luis Almagro
Hay un convidado de piedra en la asamblea general de la OEA: Cuba. No se la menciona, es un tótem y un tabú, y nadie, ni siquiera su Secretario General Luis Almagro, el mejor que haya pasado por sus tablas desde su creación y uno de los más valiosos políticos latinoamericanos vivos, osa mencionarla. Es el poder en las sombras, el fantasma de la Ópera, que ni siquiera sus vicarios y acólitos, como quien dirige la cancillería de su satrapía en Tierra Firme, o su plenipotenciario en funciones ante la OEA, osan mencionar. Pues sería como mencionar la soga en casa del ahorcado. Cuba es, así, como la carta del cuento de Edgar Alland Poe: está sobre la mesa, pero nadie alcanza a verla.
Todos los miembros de pleno derecho de la con razón llamada Organización de Estados Americanos, sean ellos de derechas, de izquierdas o de centro, tienen perfecta conciencia de que el dueño del desventurado país sobre cuyos destinos se discute, es, por ahora Raúl Castro. Hasta su muerte fue su hermano Fidel. Luego de su muerte, será su nieto. Versión tropical y caribeña de Corea del Norte. Pero ninguno hace mención del hecho: Maduro es un agente cubano, puesto frente a la administración de la dictadura a la sospechosa y discutible muerte de Hugo Chávez Frías, sucedida en Cuba, en La Habana, en el CIMEQ y bajo la directa, secreta y blindada observación de Fidel y Raúl Castro. Y ni la señorita Delcy Rodríguez, ni sus embajadores en Washington, ni ninguno de los funcionarios que los acompañan en dichas discusiones estarían ocupando sus puestos sin la aprobación del supremo gobierno cubano. Piensan, hablan y gesticulan como si fueran monigotes: son títeres de Raúl Castro. Pero se los toma en serio, se discute con ellos y se pretende convencerlos de verdades tangibles – crisis humanitaria, insurrección, manifestantes asesinados, narcotráfico de dimensión planetaria, pobreza, falta de alimentos y medicinas – como si no fueran los apasionados voceros de la cancillería cubana. Los perros que ladran a sus indicaciones.
El poder del amo cubano es omnipresente y ubicuo: desde el papa Francisco a la canciller alemana Angela Merkel y desde Donald Trump a la socialista chilena Michelle Bachelet, pasando por Mauricio Macri, Temer y PPK – los liberales latinoamericanos de la partida -, todos de consuno, le recomiendan a la oposición venezolana, que se sabe maniatada, aherrojada y amenazada de muerte por las fuerzas combinadas de la satrapía venezolana y la tiranía cubana, que la amaestra, la maneja y la domina, le recomiendan a esta oposición que dialogue con Nicolás Maduro. Como si Nicolás Maduro fuera algo más que el títere de Raúl Castro y Ramiro Valdés. Como si en verdad dispusiera de mayor poder del de quienes lo naricean a su antojo. Pues no es más que su agente in partibus.
¿Por qué no hablan con la verdad por delante y le recomiendan a nuestra oposición que se reúna en sitio neutral, ante un tercero, con Raúl Castro? ¿Por qué darle a la tiranía cubana la insólita ventaja de su absoluta transparencia, no tocarla ni con el pétalo de una rosa y hasta abrirle los brazos en gloria y majestad, con caras sonrientes y amabilidad desbordada, como lo han hecho Barak Obama y Jorge Alejandro Bergoglio? ¿Por qué insólitas y extrañas razones tanto el Departamento de Estado de la Sra. Hillary Clinton como el Vaticano de Monseñor Parolin prefirieron abrirse a la tiranía cubana, en absoluto desmedro de la democracia venezolana? ¿Por qué todas las cancillerías del mundo, con la natural excepción de Corea del Norte, Rusia, China y los cipayos latinoamericanos, expresan sus angustias ante la tragedia venezolana y callan la razón de tal tragedia: la colonización de Venezuela por Cuba y el implacable manejo de sus fuerzas militares, policiales y parapoliciales – un ejército de “asesores”, “médicos”, “preparadores deportivos” y “técnicos de gobierno” que constituyen un ejército de ocupación de tropas de combate altamente preparadas para la guerra, de decenas y decenas de miles de funcionarios cubanos, que controlan desde notarías hasta registros de identidad, manejan quién cómo y cuándo merece tener o no tener un pasaporte y se llevan la tajada del león de los ingresos de nuestra esquilmada industria petrolera? ¿Y cien mil barriles diarios de petróleo a cuenta de inventario?
Evidentemente, Susana Malcorra y Heraldo Muñoz, cancilleres de Argentina y Chile, lo saben tan perfectamente como lo sabe Monseñor Parolín, canciller del Vaticano, Rex Tillerson, el jefe del Departamento de Estado de los Estados Unidos, y todos los ministros de relaciones exteriores de las naciones democráticas del orbe: Venezuela es una dictadura “exógena”, para usar un término creado por quienes la administran: su cerebro, su alma y su corazón se encuentran en La Habana. Y si no lo saben no merecen ocupar los puestos que ocupan. ¿Si sus servicios de inteligencia no los proveen de la verdad de lo que ocurre en nuestro atribulado país, de qué es que los proveen?
Una palabra de Raúl Castro es una orden para Nicolás Maduro y una de Ramiro Valdés una decisión que no será discutida por el general Vladimir Padrino, jefe de los ejércitos venezolanos. Ni Maduro, ni Padrino ni ninguno de los funcionarios de la dictadura tienen poder real para actuar por propia iniciativa. Y quien de la alta nomenclatura del régimen, como la Fiscal General de la República Luisa Ortega Díaz, las contraríe, corre el riesgo de ser suicidada, como lo insinuara con su perversa y estúpida brutalidad uno de los máximos sigüises del dictador y ex guardaespaldas a todo servicio de Hugo Chávez, Pedro Carreño. Sin el consenso de los tiranos cubanos o la decisión unilateral de sus estados mayores de retirarse del campo de batalla temiendo graves consecuencias para la supervivencia de su “revolución”, Venezuela no saldrá de su tragedia. Para Cuba, la dictadura venezolana es un “essential”, un territorio ocupado, una conquista innegociable.
Héctor Schamis, el gran columnista de El País, escribió en abril de 2015 que en Venezuela no existían las fuerzas internas capaces de dirimir el grave conflicto en el que estábamos. La insurrección en marcha, de una dimensión, una fuerza y un alcance inéditos en la historia de América Latina y sólo comparable a los sucesos de Ucrania o a la Primavera Árabe, demuestra que existen de la parte opositora las fuerzas para reconstruir el país y echar a andar una Nueva República, liberal, democrática, próspera y poderosa, si sólo se enfrentaran a una dictadura endógena, fracasada, arruinada y acorralada, como esta farsa trágica del castrochavismo. No le pidan al pueblo venezolano, cuyas fuerzas armadas lo han traicionado vendiéndose al enemigo, que venza a las tropas cubanas invasoras. ¿Esperan por un nuevo Vietnam?
Es la hora de que la comunidad democrática internacional abra los ojos y venga en nuestro auxilio. Con todos sus medios. Venezuela es, para la región y los mismos Estados Unidos, inmensamente más valioso e importante que Siria. Esperamos que por lo menos lo entiendan.
FUENTE: http://www.frentepatriotico.com/inicio/2017/06/13/venezuela-cuba-y-la-oea/
ENVIADO DESDE VENEZUELA
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