En debates abiertos se avanza o
retrocede según sea la calidad y la penetración de los argumentos, pero
cuando irrumpe el envidioso no hay razonamiento posible puesto que no
surgen ideas sino que se destila veneno. Este fenómeno constituye una
desgracia superlativa ya que se odia el éxito ajeno y cuanto más cercana
la persona exitosa mayor es la fobia y el espíritu de destrucción.
Habitualmente el envidioso de los logros ajenos está en relación directa
a la proximidad. En nuestro siglo no se envidian las hazañas
intelectuales de Sócrates sino del vecino, del pariente, del par o de
quienes viven en la misma sociedad.
En el plano económico y jurídico el
problema se torna grave puesto que se pretende limar los resultados de
los que sobresalen por sus talentos y capacidades con lo que tiende a
desmoronarse el edificio de las relaciones interpersonales. Se aniquilan
las ventajas de los procesos de mercado junto a todo el andamiaje
institucional.
Lo insidioso de la envidia es que no se
muestra a cara descubierta sino que se tira la piedra y se esconde la
mano. El envidioso siempre se oculta tras una máscara. Le desagrada la
mejor posición del otro hasta el límite que a veces no toma en cuenta
los propios perjuicios que se generan cuando sus dardos dan en el
blanco. Un destacado empresario cubano exiliado en la Argentina contaba
que un fulano que quedó en la isla, cuando se le señaló los desastres
del comunismo para él mismo y para todos sus compatriotas reconoció el
hecho pero dijo con alegría y satisfacción que “por lo menos” tales y
cuales comerciantes exitosos quebraron.
La manía de la guillotina horizontal
procede también de la envidia además de conceptos errados. De allí surge
el inaudito dicho por el que “nadie tiene derecho a lo superfluo
mientras alguien carezca de lo necesario”, como si nadie pudiera comer
langosta antes que todo el planeta tuviera pan sin comprender que el
lujo es el estímulo para que los eficientes expandan su producción
haciendo que lo superfluo hoy resulte en un bien de consumo masivo
mañana. Las tasas de capitalización que resultan de ganancias
incrementadas es lo que hace posible salarios e ingresos mayores en
términos reales. Que nadie pueda contar con una computadora antes que
todos dispongan de papel y lápiz es tan descabellado como suponer que
nadie pueda tocar la guitarra antes que todos tengan zapatos.
No solo no se ve la conexión entre los
beneficios y mayores márgenes operativos con la mejora en los niveles de
vida de los demás, sino que se suele insistir en las virtudes de la
pobreza como si fuera una cualidad moral excelsa, elucubración por
cierto contradictoria, incompatible y mutuamente excluyente con la
articulación de un discurso que proclama la necesidad de reducir la
pobreza.
Hay una célebre carta del ministro de la
Corte Suprema de los Estados Unidos Oliver Wendell Holmes, Jr. dirigida
al economista de la London School of Economics Harold Laski fechada el
12 de mayo de 1927 en la que se consigna que “No tengo respeto alguno
por la pasión del igualitarismo, la que me parece simplemente envidia
idealizada”. Esto es así, fuera de las conclusiones insensatas sobre la
llamada redistribución de ingresos, ocupa un amplio terreno la envidia
que ingresa de contrabando bajo un ropaje argumental vacío de sustancia.
Hoy en día la mayor parte de los
discursos políticos están inflamados de odio y resentimiento a quienes
han construido sus fortunas lícitamente en los mercados abiertos,
mientras que esos mismos políticos generalmente se apoderan de dineros
públicos y les cubren las espaldas a mafiosos amigos del poder que
asaltan a la comunidad con sus privilegios inauditos.
En realidad, en un contexto de libertad y
de competencia la asignación de recursos depende de los gustos y
preferencias de la gente a través de los votos en los plebiscitos
diarios del supermercado y equivalentes. Entonces, la diferencia de
patrimonios y rentas derivan de esas votaciones, las cuales no son
irrevocables ya que son cambiantes en la medida en que se acierte o se
yerre en satisfacer los requerimientos de los demás. Y cuando se habla
de monopolio lo que debe resultar claro es que deben combatirse los
otorgados por el poder político puesto que los naturales son
consecuencia del apoyo del público consumidor. En otros términos, el
monopolio que no surge del privilegio estatal constituye un paso
necesario en los procesos abiertos ya que el que primero descubre un
producto farmacéutico o una nueva tecnología no debe ser combatido por
ser el primero sino que debe mantenerse la competencia para que la
cantidad de oferentes sea la que la gente vote en el mercado.
Competencia no quiere decir que haya uno, varios o ninguno, todo depende
de las circunstancias imperantes, el tema central es que el mercado se
encuentre permanentemente abierto de par en par al efecto de que
cualquiera desde cualquier punto del planeta puede ingresar al mercado
con sus bienes o servicios.
Los Gini ratios y similares pueden
constituir curiosidades de algún valor para conocer la dispersión del
ingreso, pero son irrelevantes para concluir que el delta es mejor o
peor. Como ha escrito el premio Nobel en economía James Buchanan
“mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras la fuerza y
el fraude queden excluidos, aquello sobre lo cual se acuerda es, por
definición, eficiente”. Por eso es que Friedrich Hayek ha consignado que
“La igualdad de normas del derecho es la única igualdad que conduce a
la libertad y la única que debe asegurarse sin destruir la libertad”,
Ludwig von Mises apunta que “La desigualdad de los individuos respecto a
la riqueza y los ingresos es una característica esencial de la economía
de mercado” y Robert Nozick se detiene a mostrar las incoherencias de
la guadaña estatal tendiente a reducir las diferencias de ingresos y
patrimonios y lo mismo hace Robert Barro al mantener que “el
determinante de mayor importancia en la reducción de la pobreza es la
elevación del promedio del ingreso [ponderado] de un país y no el
disminuir el grado de desigualdad”.
Como hemos señalado antes, el
igualitarismo de resultados no solo contradice las indicaciones de la
gente en el mercado con lo que se consume capital y consiguientemente se
reducen salarios, sino que, estrictamente, es un imposible conceptual
puesto que las valorizaciones son subjetivas y, por ende, no habría una
redistribución que equipare a todos por igual (además, las comparaciones
intersubjetivas no son posibles) y, para peor, aún no considerando lo
dicho, en cualquier caso debe instaurarse un sistema de fuerza
permanente para redistribuir cada vez que la gente se salga de la marca
igualitaria. Este es el problema de autores como los Rawls, Dworkin,
Thorow, Tobin o Sen para citar los más destacados propulsores del
igualitarismo.
La llamada “justicia social” puede
significar una de dos cosas: o es un pleonasmo grosero ya que la
justicia no puede ser vegetal, mineral o animal o, de lo contrario, se
traduce en la facultad de los aparatos estatales para sacar lo que les
pertenece a unos para darlo a otros a quienes no les pertenece lo cual
contradice la clásica definición de Justicia de “dar a cada uno lo
suyo”. Por eso es que Mencken explica que para el envidioso el problema
no es la injusticia sino que “es la justicia lo que duele”.
Como queda dicho, en los debates
aparecen las contradicciones y los saltos lógicos pero frente al
envidioso no hay defensa sobre todo porque opera en las sombras alegando
otras razones que son meros disfraces y máscaras que ocultan su
disgusto mayúsculo para con los que sobresalen y, en general, contra
cualquier manifestación de excelencia. De más está decir que la envidia
no solo arremete contra los exitosos en el mundo de los negocios, la
emprenden también con virulencia contra los que se destacan en ámbitos
académicos, deportivos y artísticos. El odio está dirigido a los
mejores, sin atenuantes. Para recurrir a la terminología de la teoría de
los juegos, se presenta aquí un proceso de suma cero: el triunfo del
prójimo es la derrota del envidioso que la siente como una pérdida
personal irreparable.
Tal vez las tres obras que tratan con mayor rigor y solvencia el peligro de la envidia sean la de Helmut Schoeck (La envidia. Una teoría de la sociedad, Buenos Aires, Club de Lectores), la de Robert Sheaffer (Resentment Against Achivement, New York, Prometheus Books) y la editada por Peter Salovey (The Psychology of Jealousy & Envy, London, The Guilford Press).
Termino con una cita del primero de los
libros mencionados que resume magníficamente el tema que nos ocupa en
esta nota periodística: “La mayoría de las conquistas científicas por
las cuales el hombre de hoy se distingue de los primitivos por su
desarrollo cultural y por sus sociedades diferenciadas, en un palabra,
la historia de la civilización, es el resultado de innumerables derrotas
de la envidia, es decir, de los envidiosos”.
Fuente: Publicado en Libertad y Progreso- http://www.libertadyprogresonline.org
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