Por el Dr. Gabriel
Boragina (*)
El diccionario de la
Real Academia Española define la:
"envidia.
(Del
lat. invidĭa).
1.
f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se
posee."
Del análisis de la
anterior definición, no resultará difícil concluir que el paradigma del envidioso
es -sin lugar a dudas- el ladrón. Es precisamente la envidia lo que lleva al ladrón
a robar. Y si bien todo ladrón es un envidioso, no todo envidioso resulta ser
un ladrón. Podría afirmarse además que, una mayoría muy importante de envidiosos
no llegan al extremo de robar por sí mismos. No nos interesan por el momento
los envidiosos que encomiendan a expertos ladrones el despojar de sus pertenencias
a las personas envidiadas, sino que concentraremos nuestra atención en ese gran
número de envidiosos que encargan a la clase política y –específicamente-
al gobierno robarles a unos para darles a otros.
Esto es precisamente
lo que sucede en aquellas sociedades donde las mayorías votan gobiernos que
prometen "políticas redistributivas" bajo rótulos sentimentalistas y
psicológicamente efectivos, como los tan popularmente machacados de
"políticas sociales, de bienestar, de felicidad, justicia social y
por el estilo.
Un complejo de culpa
hace que una mayoría de envidiosos se nieguen a sí mismos esa tan deplorable condición.
Dirán que no piden cosas o beneficios para ellos, sino para los más menesterosos.
Pero -como dejamos dicho- esta forma de expresarse (o de pensarse) es un autoengaño,
y una manera de intentar descargarse culpas o proyectarlas en otros que, quien
no quiere reconocerse a sí mismo como envidioso, instrumenta en su
"defensa" cuando quiere convencer a otros de ello, o en su autodefensa
cuando a quien procura persuadirse es a sí mismo. Pedir que otros roben para
otros en nuestras sociedades modernas hasta puede llegar a sonar "humanitario"
y "respetable" y, por supuesto, forma parte de lo political
correctness.
Lo cierto es que,
todos aquellos que votan plataformas políticas que promueven "políticas
sociales" de reparto o redistribucionistas, creen que mediante tales
políticas "todos" saldrán beneficiados, incluyendo el propio votante
en cuestión y más allá del error de tal hacer. Es decir, quién vota así, también
espera recibir alguna porción o tajada (mayor o menor) del redistribucionismo. Y
ello, por mucho que lo niegue y que insista que vota en ese sentido "por
el bien de los demás". Y si, en el fondo de su alma, obra de tal manera
porque cree que él (o ella) también saldrá favorecido en ese reparto, es porque
sufre de alguna dosis de envidia, por poca o mucha que está en realidad fuere.
El blanco preferido de
la envida es, por supuesto, la propiedad privada:
"Pervive, sin embargo, no obstante
tanta persecución, la institución dominical. Ni la animosidad de los
gobernantes, ni la hostilidad de escritores y moralistas, ni la oposición de
iglesias y escuelas éticas, ni el resentimiento de las masas, fomentado por
instintiva y profunda envidia, pudieron acabar con ella. Todos los sucedáneos,
todos los nuevos sistemas de producción y distribución fracasaron, poniendo de
manifiesto su absurda condición."[1]
La
envidia, asimismo, es una de las causas de los nacionalismos:
"El resentimiento y la envidia como
una de las causas de los nacionalismos también explican el caso de no pocos
latinoamericanos; dice Carlos Rangel que “Una manera menos objetable que
la exaltación de la barbarie como lo auténtico y autóctono nuestro, pero
igualmente deformante como manera de vernos y autojustificarnos los
latinoamericanos, es suponer y sostener que tenemos cualidades espirituales
místicas que nos ponen por encima del vulgar éxito materialista de los Estados
Unidos. Y esto a pesar que durante toda nuestra historia independiente, hasta
la aparición tardía del marxismo entre nosotros, habíamos sido deudores casi
exclusivamente de los EE.UU. por nuestras ideas políticas y nuestras leyes; y
si no por la práctica, por lo menos por la retórica de la democracia y la
libertad”.[2]
Igualmente,
es la envidia la que promueve y mecaniza las políticas fiscales:
"Más que un impuesto, la sobretasa
progresiva es un disuasivo a la inversión, dictado en beneficio de las carreras
políticas de los demagogos. E inspirados en el innoble sentimiento de la
envidia, motor de la ideología socialista. Análogo es el impuesto a los
artículos “de lujo”: el rico no deja de comprar su yate por el
impuesto al lujo, simplemente reajusta el precio de aquello que vende."[3]
Para
el profesor S. Mercado Reyes, hablando del nacimiento de los burgueses:
"Forman poco a
poco todo un movimiento social pues su laboriosidad, su ir y venir para todos
lados les llega a dar la imagen de gente que acumula riquezas y se hacen presa
de la envidia de los señores feudales que empiezan por imponerles impuestos o a
negarles el permiso de vender o producir en los feudos del rey. Pero el
movimiento de estos burgueses es imparable, así que la vieja corriente
centralizadora debe tomar nuevo maquillaje y ahora se presentará como la
reivindicadora de las clases pobres. Este nuevo maquillaje de la vieja
corriente centralizadora, feudal tomará el nombre de socialismo."[4]
En
otras palabras, el sentimiento de la envidia estuvo presente casi siempre, desde
los señores feudales, pasando por los socialistas, nacionalistas y –como
dice L. v. Mises más arriba- " los gobernantes,...escritores y moralistas,...iglesias
y escuelas éticas,...el resentimiento de las masas". Es decir se encuentra
más generalizado de lo que muchos parecen creer que lo está.
En
fin, los envidiosos son tantos que, su número explica el éxito electoral de los
populismos e intervencionismos que asolan el mundo de nuestros días generando
más y mayor pobreza donde sin ellos la riqueza rebosaría por doquier.
[2]
Alberto Benegas Lynch (h). Entre albas
y crepúsculos: peregrinaje en busca de conocimiento. Edición
de Fundación Alberdi. Mendoza. Argentina. Marzo de 2001. pág. 438 y 439.
[4]
Santos Mercado Reyes. El fin de la educación pública.
México. Pág. 37 (*) accionhumana.com
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