Por: Aldo Norberto Bonaveri
Desde el comienzo del nuevo milenio, más precisamente desde 2002 los
países productores de alimentos vieron cambiar notablemente su ecuación
comercial, al darse un ciclo favorable sin precedentes debido a la
revalorización de sus bienes de intercambio.
El
gran incremento de los precios agropecuarios a nivel internacional,
permitió a los diferentes países con tales aptitudes, solucionar
problemas estructurales, avanzar varios casilleros en la “carrera del
desarrollo”, mejorar considerablemente problemas de deuda externa,
optimizar sus balanzas comerciales y, por ende obtener crecimientos
significativos en sus respectivas economías.
Un
ciclo que persiste ya durante once años inexcusablemente constituye una
mejoría en el nivel de vida de la población. Claro está, que no todos
los gobiernos que se encontraron con tan favorable escenario sacaron el
mismo provecho que el auge de sus producciones les posibilitó.
Los
beneficios de la situación imperante se vieron reflejados en las
distantes Canadá, Australia y Nueva Zelanda, pero no es menester
remitirse a esos lares para preciar como se modificaron favorablemente
las variables económicas; en el MERCOSUR y aledaños la gran mayoría de
los ejemplos son más que elocuentes. Los magnos recursos aportados por
el agro, especialmente por el incremento de su comercio exterior,
permitieron un reposicionamiento importante de las actividades
agropecuarias, como así también la implementación de políticas que
impactaron positivamente en sus habitantes.
Los
avances excepcionales ocurridos en Brasil encuentran en el campo un
baluarte fundamental. Cosechas de 180 millones de TT de granos. En
ganadería el crecimiento experimentado es substancial; cabe consignar
que 1975 contabilizaba 102,5 millones de cabezas, alcanzando en la
actualidad el rodeo 205 millones de bovinos, exactamente un 100% más. El
gran gigante sudamericano tiene además una descollante performance de
etanol obtenido de la caña de azúcar y, aún pese a no contar con un
clima propicio para ello, año tras año viene incrementando notoriamente
su producción en trigo y leche, con lo cual mengua al máximo las
importaciones para abastecer a su abultado mercado interno.
Uruguay
y Paraguay han experimentado progresos significativos en agricultura,
ello sin detrimento de la ganadería, por el contrario ambos han relegado
a nuestro país en exportaciones de carne, que en contraposición del
puesto n° 5 en el ranking mundial nos hizo retroceder a la 11° posición;
en la banda oriental la lechería evidencia un crecimiento sostenido y
gana mercados externos. Sin la misma contundencia, Bolivia también viene
acortando distancias en disciplinas agrarias que lo tenían postergada.
Si
bien todos los países de la región cuentan con aptitudes agronómicas,
no hay duda alguna que Argentina por clima, topografía y fertilidad de
suelos cuenta con un potencial productivo superlativo. Los mejores
ambientes de Uruguay y Brasil no se aproximan a la productividad de
nuestra zona núcleo, indicadores que se expresan en los rendimientos
históricos.
Semejante plusvalía no se compadece
mínimamente con los resultados económicos obtenidos últimamente; a la
inversa, mientras las distintas disciplinas agropecuarias son rentables
entre los vecinos, aquí por estos días la mayoría de las actividades son
deficitarias si no se obtienen rendimientos por encima de los promedios
históricos. La situación es más aleatoria aún cuando los productos
“sometidos a la lupa” son los de las economías regionales.
Prueba
elocuente de la complicación del escenario agrícola local es la
migración de pooles de siembra a países limítrofes; la diferencia de
rendimientos se ve largamente compensada por la transparencia de los
mercados, no aplicación de retenciones, carencia de restricciones a las
exportaciones, libertad cambiaria e, imperio de valores internacionales
tanto para la compra como para la venta.
Durante la década K el campo aportó más de u$s 60.000 millones (Suma semejante a la que anualmente Brasil pone al servicio del agro en concepto de financiamiento)
sólo en concepto de derechos de exportación (que representan
aproximadamente el 60% del total la exacción agraria); tamaña cifra no
tiene parangón con la contribución de cualquier otro sector, no obstante
la presión impositiva que soporta el campo es bastante mayor.
Actualmente el calendario de tributos nacionales, provinciales e,
inclusive en algunos distrititos municipales, suman casi una veintena de
imposiciones.
Pese a semejante carga, hasta
fines de 2011 las explotaciones agrícolas en general y la soja en
particular registraban balances positivos, de allí en más al maximizarse
la intervención del Estado, rezagase el tipo de cambio y ocurrir el
aumento de costos internos, las ganancias se fueron licuando hasta
llegar a la desoptimización actual, que castiga con más fuerza a las
demás actividades rurales.
Desde el Gobierno se
desestimaron todos y cada uno de los reclamos de la dirigencia rural. Es
más, en los cálculos de los moradores de Balcarce 50 y los responsables
del rumbo económico no existe la menor intención de considerar tal
posibilidad. Hoy más que nunca el Gobierno tiene necesidad de captar las
divisas que se generan en las pampas; justamente cuando el sector no
resiste la presión desmedida a las que está siendo objeto.
El
problema es mucho mayor de lo que presume el grueso de la sociedad
argentina; no solo se trata de que se le achiquen los márgenes del
sector que aporta casi el 60% de la riqueza nacional; los números no
cierran y las consecuencias de ello son elocuentes. Producto de la
descabellada eliminación de las exportaciones de carne, con la muletilla
de “cuidar la mesa de los argentinos”, se perdieron casi 12.000.000 de
cabezas de ganado vacuno; por manipular artificiosamente durante los
últimos años tuvimos la menor siembra de trigo en 110 años; la
producción de leche es la misma de la del comienzo del milenio, con una
realidad que el tambero no cubre los costos ni cuando el mercado
internacional está en los mejores precios de la década. La situación de
las economías regionales es todavía más grave.
Lo
más preocupante es que todo este escenario acontece cuando los
productores de nuestros competidores ganan mercados, crecen y obtienen
dividendos cuando menos dignos. Naturalmente que es el campo argentino
en su conjunto el damnificado por la situación, pero corresponde
expresarlo con total claridad, el país está sufriendo esas consecuencias
y por ende, a la postre va en desmedro del presente, pero sobre todo
del futuro de la población, habida cuenta de la incidencia indirecta que
tiene la producción agropecuaria.
La
responsabilidad de semejante fracaso es netamente atribuible a las
improvisaciones y medidas espasmódicas del Gobierno nacional. Impera una
carencia total de estrategia comercial internacional de mediano y largo
plazo, ello repercutió negativamente en nuestras exportaciones, como
así mismo en la producción. Con haber seguido los lineamientos de
nuestros vecinos del MERCOSUR, actualmente tendríamos un 30% más en
producción de granos, otro tanto en lechería, un plus mayor aún en
existencia ganadera y, así sucesivamente con las demás actividades
agrarias.
¿Cuántas divisas han dejado de ingresar
al país por tamaños errores?. Si no se hubiera incurrido en ellos, los
enormes desmanejos en materia energética, si no existieran las tremendas
distorsiones que exhiben las variables económicas, el despilfarro en
gasto público y propaganda oficial, seguramente no tendríamos la
inflación que nos aqueja, la necesidad de aplicar el cepo cambiario, ni
tampoco de recurrir al ajuste que si conocerse la magnitud ocurrirá tras
las elecciones legislativas.
ENVIADO POR SU AUTOR- De Pregón Agropecuario
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