No, nos referimos a los actos vandálicos contra la Iglesia San Ignacio. Tampoco nos referimos a las víctimas del subdesarrollo socialista que salen drogados a delinquir. Tampoco nos referimos a los desequilibrados mentales que abren fuego contra multitudes. Y etc.
Nos referimos a la ideología
violenta que tiene que estar en la ideología de adolescentes y padres (y
abuelos y etc.) para “tomar” un colegio. Tomar un colegio es un intrínseco acto
de violencia. Para hacerlo hay que recurrir a la fuerza. Es un obvio delito,
pero justificado por una ideología que les dice que sus justas reivindicaciones
legitiman la acción. El fin justifica los medios. No nos pongamos ahora a
debatir las razones que esgrimen los actores en cuestión. Ninguna de ellas
justifica la violencia, y menos amparadas en la lógica totalitaria de la “asamblea”
cuya resolución justifica cualquier cosa.
Cuando un grupo de personas cree
que sus razones les dan derechos para “tomar” una propiedad por medio de la
violencia, ello es efecto y retro-alimentación cultural de un horizonte
violento que ya está perdido como proyecto de convivencia. Por supuesto que en
este caso vemos una vez más a ideologías totalitarias marxistas que justifican
la revolución contra los explotadores, pero similares lógicas violentas
alimentaron el golpe del 30, a Juan Domingo Perón, a los antiperonistas
fanáticos, al golpe del 66, a la noche de los bastones largos, a los montoneros
y al ERP, al secuestro, tortura y asesinato como método anti-terrorista (aquí
en todos lados) del 76, y así. Ya veo por supuesto a quien me va a decir que
por “oscuras intenciones” omití algún hecho terrible como si la imposibilidad
de nombrarlos todos fuera estar de acuerdo. El asunto es el mismo: la violencia
como método.
Por ello no es lo mismo que la
pobre víctima del subdesarrollo que sale drogado a delinquir, por ello no es lo
mismo que el loco que dispara. No, estos niñitos, con la panza llena, y sus
padres, fríamente pensaron y piensan que pueden entrar a un colegio y “tomarlo”,
simplemente como método para imponer sus ideas. No importa el contenido de
estas últimas, triste destino tiene lo que nace con la IDEA fundamental de que
el fin justifica la violencia. Lo piensan estas tiernas creaturas y sus padres,
esto es, todo un horizonte de pre-comprensión cultural que han absorbido como
veneno desde su más “tierna” infancia.
El vandalismo resultante, ese
vandalismo lleno de odio y estupidez, fue un coherente resultado. Eso es lo que
se consideró violento, pero la violencia estaba antes, como el juego del
policía bueno y el malo en el interrogatorio, como el nazi y el comunista que
intentan poner límites a la violencia desbocada de la revolución, como el que
cruzó el límite de la legítima defensa pero luego quiere que no haya “excesos”,
como el imbécil –perdonen todos- que sale alcoholizado de un boliche y dice “pará
b……!”, intentando poner límites a lo que ya está fuera de quicio por la droga,
la jarra loca, el ruido desenfrenado y la consiguiente destrucción de sus
sistema nervioso central. Porque la droga de la ideología es la más peligrosa.
Estos chicos ya se drogaron casi para siempre. Ya son casi humanamente
irredimibles, ellos y sus padres. Entre ellos y los terroristas suicidas hay
sólo una diferencia de grado. Y cualquiera de ellos, por un acto de la ruleta
rusa de nuestra política local, puede llegar a ser presidente, en 40 años, de
esta jungla que llamamos país. Eso es lo que nos espera.
Cualquiera creerá que estoy muy pesimista.
No, gente, me paso el día educando, me paso el día haciendo actos cotidianos de
esperanza en toda persona que se me cruza por delante. Sólo advierto lo que
parece invisible a esta sociedad distraída: el problema no comenzó el día que atacaron
a la Iglesia San Ignacio.
El problema comenzó el día que comenzaron a habitar, vía sus padres, esa Argentina que legitima la violencia.
PUBLICADO CON LA AUTORIZACION DE SU AUTOR
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