sábado, 17 de octubre de 2015

Igualdad, justicia y merecimientos

http://www.atlas.org.ar/images/autores/14.jpgPor el Dr. Gabriel Boragina 
COLUMNISTA
La meta de la "igualdad" social, y su fuerte identificación popular con la justicia, es uno de los escollos más voluminosos -paradójicamente- que en los hechos sólo sirven para alejarnos tanto de una como de la otra. A mayores esfuerzos por lograr la "igualdad" de rentas y patrimonios, superiores también serán las probabilidades de que las fortunas de todo el conjunto social sean cada vez menores. Al menos, esa ha sido la experiencia que registran aquellos países donde la lucha por la "igualdad" de oportunidades se ha planteado y se le han dedicado las energías mas denodadas. Los resultados han sido no sólo magros, sino totalmente contrarios a los objetivos declamados. Los términos de la elección social no suelen ser realistas y fue Friedrich A. von Hayek uno de los más sagaces pensadores en advertirlo:
"Los términos de la elección que nos está abierta no son un sistema en el que todos tendrán lo que merezcan, de acuerdo con algún patrón absoluto y universal de justicia, y otro en el que las participaciones individuales están determinadas parcialmente por accidente o buena o mala suerte, sino un sistema en el que es la voluntad de unas cuantas personas la que decide lo que cada uno recibirá, y otro en el que ello depende, por lo menos en parte, de la capacidad y actividad de los interesados y, en parte, de circunstancias imprevisibles. No pierde esto importancia porque en un sistema de libertad de empresa las oportunidades no sean iguales, dado que este sistema descansa necesariamente sobre la propiedad privada y (aunque, quizá, no con la misma necesidad) la herencia, con las diferencias que éstas crean en cuanto a oportunidades. Hay, pues, un fuerte motivo para reducir esta desigualdad" de oportunidades hasta donde las diferencias congénitas lo permitan y en la medida en que sea posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal del proceso por el cual cada uno corre su suerte, v los criterios de unas personas sobre lo justo y deseable no predominan sobre los de otras."[1]
La cuestión no se plantea entre un sistema social azaroso donde cada sujeto se encuentra librado a su suerte, sin ningún tipo de control sobre su destino ni sus decisiones; y otro sistema "ideal" esencialmente "justo" donde cada uno recibirá lo que efectivamente "algún patrón absoluto y universal de justicia" determine. Dicho patrón sólo puede ser suministrado por "alguien" que se constituya en autoridad por sobre los demás, con lo cual en ese mismo momento la supuesta "igualdad" (del tipo que sea) se quiebra a favor de aquel o aquellos que, desde un pedestal de mando, decretan de qué manera y bajo qué circunstancias todos los demás serán "iguales" entre sí, dado que, aun cuando los decididores mismos se incluyan, estarán de hecho excluidos al tener la potestad de decretar quienes serán "iguales" y quienes no, en qué medida, proporción y tiempo lo serán, etc. En cuanto a supuestas o reales "diferencias congénitas", la ciencia ha demostrado que no son inmodificables, y su importancia no es mayor y a veces ni siquiera es igual a las adquiridas, por lo que no nos convence la sugerencia de F. A. v. Hayek de "reducirlas" por parte de quien forzosamente deberá revestir una posición de imperio para proceder en consecuencia. Enfoque de este autor que -en alguna medida- contradice sus brillantes aportes en contra de laingeniería social y la presunción del conocimiento implicada en la misma.
"El hecho de ser mucho más restringidas, en una sociedad en régimen de competencia, las oportunidades abiertas al pobre que las ofrecidas al rico, no impide que en esta sociedad el pobre tenga mucha más libertad que la persona dotada de un confort material mucho mayor en una sociedad diferente. Aunque, bajo la competencia: la probabilidad de que un hombre que empieza pobre alcance una gran riqueza es mucho menor que la que tiene el hombre que ha heredado propiedad, no sólo aquél tiene alguna probabilidad, sino que el sistema de competencia es el único donde aquél sólo depende de sí mismo y no de los favores del poderoso, y donde nadie puede impedir que un hombre intente alcanzar dicho resultado."[2]
Pero además de la verdad que encierran las palabras contenidas en la cita anterior, hay que destacar que, en las sociedades libres, la acumulación de capital es mucho mayor que en las comunidades antiliberales, lo que determina que el acopio de capital presione a la suba los salarios e ingresos en términos reales, con lo cual, los trabajadores ven aumentarlos, sin necesidad de mejorar siquiera su desempeño laboral. Este beneficio alcanza, incluso, a aquellos que están desempleados, ya que opera como generador de un aumento de las oportunidades que, por definición, será imposible que sean "iguales" para todos, pero que, ineludiblemente, bajo el capitalismo siempre serán crecientes. En la economía de libre mercado, un funcionario estatal sólo podría impedir este proceso dejando, por supuesto, a partir de ese momento, de ser una economía de libre mercado, y pasando a ser otra de mercado intervenido.
"Sólo porque hemos olvidado lo que significa la falta de libertad, despreciamos a menudo el hecho patente de que, en cualquier sentido real, un mal pagado trabajador no calificado tiene mucha más libertad en Inglaterra para disponer de su vida que muchos pequeños empresarios en Alemania o un mucho mejor pagado ingeniero o gerente en Rusia. En cuanto a cambiar de quehacer o de lugar de residencia, a profesar ciertas opiniones o gastar su ocio de una particular manera, aunque a veces pueda ser alto el precio que ha de pagar por seguir las propias inclinaciones y a muchos parezca demasiado elevado, no hay impedimentos absolutos, no hay peligros para la seguridad corporal y la libertad que le aten por la fuerza bruta a la tarea y al lugar asignados por un superior."[3]
En las sociedades libres o capitalistas las oportunidades siempre son, en consecuencia, mucho mayores para la gente de menos recursos, para los más pobres en todo sentido, trabajen o no. Esto ya de por si implica -al mismo tiempo- que las sociedades abiertas son también indefectiblemente mucho más justas que las que se oponen a tales valores esenciales al ser humano.
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[1]Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 137-139
[2] Ob. Cit. Ídem.
[3] Ob. Cit. Ídem.

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