Desde entonces y salvo la época de Rosas, la Argentina contrajo permanentemente compromisos financieros en el exterior. Lo hizo Urquiza para salvar de la ruina al gobierno de Paraná que presidía, lo hizo Sarmiento de modo superlativo, y más tarde Roca y los que los siguieron. Perón, en 1946 se dio el lujo de repatriar la deuda externa, comprando los títulos que estaban en el exterior y cuatro años después tuvo que pedir a Estados Unidos un crédito especial. Argentina fue casi permanentemente, un país deudor. Sarmiento, parodiando el Himno Nacional se refería a nuestro país como “la gran deudora del Sur”, olvidando que él había sido uno de los grandes generadores de deuda que con distintos matices tuvo nuestro país.
Recordemos el monstruoso acrecentamiento de la deuda durante el proceso transcurrido entre 1976 y 1983. Ocurrió cuando los banqueros mediante el reciclaje de los petrodólares, prestaron a manera de endeudamiento forzoso, para lo cual contaron con la connivencia de los gobiernos de facto. Pero cuando la crisis de la deuda demostró, que los gobiernos militares carecían de capacidad para pagar, vino la etapa de la democratización. Así como los militares contrajeron las deudas en forma ilegítima porque no tenían personería para suscribir esos empréstitos, luego transfirieron por vía de la doctrina de la continuidad jurídica de los estados, la obligación de pagar a los gobiernos electos, a costa del sufrimiento del pueblo.
Aquí, la paradoja. Las esperanzas de democratización no vinieron acompañadas con la de mejoramiento económico y social. Vinieron escoltadas de políticas impartidas e impuestas por el FMI a los gobiernos elegidos, tendientes al gran ajuste estructural, a la liquidación del estado mediador que trataba de mantener un mínimo de bienestar del pueblo. En nuestros días, los argentinos a la hora de sumar y restar hemos multiplicado el endeudamiento externo. Pese a todo, el optimismo argentino sigue vigente, esperando que nuestros gobernantes, tomen la decisión de privilegiar la producción, ya que esta es la razón de ser de la economía.
La fortaleza de la moneda, el correcto funcionamiento del sistema financiero, el saneamiento genuino de las finanzas públicas, depende, en definitiva de la producción. Solamente por esa vía, la del crecimiento, la del desarrollo, podrá encontrarse solución al principal problema de la sociedad argentina. El del quebranto del sistema productivo, tanto en el campo como en la ciudad, que arrastra a su vez el comercio y los restantes servicios, con sus consecuencias: el avance explosivo de la pobreza y de la marginalidad y la formación de una legión de desocupados y sub ocupados que afecta a millones de compatriotas y a sus respectivas familias, de tal magnitud que atenta contra la vida.
La prioridad debe pasar por el aprovechamiento de todas las potencialidades productivas del territorio, la integración nacional y la industrialización acelerada, como presupuesto indispensable para desenvolver relaciones comerciales maduras con la región y con todos los mercados del mundo. Sin prioridades no hay desarrollo, y el orden de las mismas constituye el elemento fundamental de una verdadera y seria planificación. La experiencia histórica de nuestra deuda externa nos indica que todo dinero extranjero, para ser un aliado, depende del destino que se le dé y de la firmeza que tenga el Estado Nacional para hacer respetar su soberanía y salvaguardar los intereses del país.
Tenemos un gran país que de norte a sur abarca más de 4.000 kilómetros, disfrutamos todos los climas y todas las producciones, eso habilita a nuestra imaginación y a nuestro esfuerzo para encarar cualquier desafío. Tenemos un buen país, lo único que nos falta a los argentinos es merecerlo.
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