Aun cuando se hizo un gran esfuerzo para aumentar la inversión en educación, las mediciones de la calidad confirman la decadencia. La nueva ley que se propone debatir persiste en el camino de sumar recursos a la infraestructura escolar y a los docentes. Más pertinente sería asumir que la crisis es terminal y que la vía para superarla es revolucionando las escuelas en base a un uso intensivo e innovador de las nuevas tecnologías junto con el replanteo del rol de los docentes.
Los resultados educativos de la evaluación nacional APRENDER señalan que de los chicos que están empezando la secundaria el 33% no tiene competencias de lectura y
el 41% de matemática. Entre los que terminan la secundaria, el 46% tiene capacidades limitadas de lectura y el 70% de matemáticas. Estos resultados no sorprenden ya que desde hace más de una década las evaluaciones internacionales vienen alertando
sobre la decadencia. Desde posiciones de liderazgo en Latinoamérica en el año 2000,
se descendió por debajo de Chile, México, Uruguay, Costa Rica, Brasil y Colombia
en la actualidad.
Resulta paradójico que esto ocurra cuando la Ley de Financiamiento Educativo sancionada en el 2005 impulsó un importante aumento del gasto en educación.
La meta de invertir un 6% del PBI en educación pública se logró en el 2010 y fue
motivo de algarabía. Pero la calidad de la educación cayó y la insatisfacción de las familias aumentó.
Para indagar en las causas de este fracaso resulta de utilidad apelar a los datos del Ministerio de Educación nacional. Según esta fuente, entre los años 2006 y 2016 se observan las siguientes tendencias en educación primaria de las escuelas estatales:
El salario docente testigo pasó de $9.250 a $13.900 a precios del 2016, es decir, se incrementó en un 50% por encima de la inflación.
Los cargos docentes pasaron de 240 mil a 285 mil, o sea, aumentaron en 19%.
La matrícula pasó de 3,6 a 3,3 millones, o sea, se redujo en -8%.
Estos datos muestran que el aumento del gasto en educación pública que mando la
Ley de Financiamiento Educativo del 2005 se asignó fundamentalmente a elevar el salario real y aumentar los cargos docentes. En paralelo se produjo una importante
caída en la matricula. Se trata de un derrumbe en la productividad de magnitudes sorprendentes. Se invierten más recursos para atender a menos alumnos a los que
se les ofrece un servicio de peor calidad. Este es el resultado de haber aumentado
los presupuestos educativos en función de los intereses corporativos postergando
las necesidades de las familias.
Frente a este panorama y la parálisis del sistema educativo por las huelgas se propuso discutir una nueva ley en el Congreso. En su esencia la iniciativa sigue la misma tónica de la fracasada Ley de Financiamiento Educativo. Esto es, querer superar la decadencia sumando recursos que toman como principal destinatario a los docentes mientras los alumnos siguen siendo relegados a un rol accesorio. Si bien hay metas de cobertura (como la expansión de la educación inicial y evitar la deserción en la secundaria), se insiste con el salario y la carrera docente, más días y horas de clases y más
construcción de escuelas.
Un camino alternativo es asumir que se está ante una crisis terminal y que, por lo tanto, se imponen cambios estructurales. Un determinante de la decadencia es que las escuelas no han cambiado su manera de funcionar en las últimas décadas. El docente
es el actor central en el suministro de aprendizajes y los alumnos son pasivos receptores. El rechazo a la innovación –además de comportamientos abusivos como
las altas tasas de ausentismo– es uno de los principales factores que explican la caída
de la productividad en el sistema público de educación. Pero lo más importante es que además genera desmotivación entre los alumnos que perciben que la escuela está muy divorciada de su realidad cotidiana.
La crisis es la oportunidad para repensar las escuelas. La tecnología está
revolucionando todos los ámbitos de la sociedad. No hay motivos para que no lo haga también en la educación. Los alumnos pueden asumir roles más activos, administrando sus autoaprendizajes y aprovechando a pleno las nuevas tecnologías con las que están familiarizados. El docente debe asumir un rol de acompañamiento, apoyo y monitoreo. Para eso no se necesitan más docentes sino perfiles diferentes. Menos docentes mejor preparados abren espacios para pagar salarios más altos. En paralelo, en lugar de
seguir construyendo escuelas con la lógica tradicional, la infraestructura debería replantearse para cobijar las nuevas tecnologías y muchas más actividades recreativas
y sociales.
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