jueves, 5 de octubre de 2017

El joven Karl Marx. Por Eduardo Mackenzie

Resultado de imagen para No al marxismoAcaba de aparecer en Francia “Le jeune Karl Marx”, la película más reciente del realizador haitiano-congolés Raoul Peck (63 años). Filmado en la parte oriental de Alemania, aunque la mayor parte de la acción ocurre en Londres, ella evoca los cuatro primeros años de la amistad entre Marx (interpretado por August Diehl) y su compañero de aventuras Frederick Engels (Stefan Konarske). 
El filme no intenta hacer una reconstrucción fidedigna de ese momento de la vida de los dos célebres teóricos del “socialismo científico”. El objetivo es más bien pedagógico, aunque no llega a ser original. Peck trata de ventilar en imágenes algo que la propaganda marxista ha dicho siempre: que la obra de Marx y Engels es un instrumento intelectual “insuperable” para la “emancipación del proletariado”.
En el festival 2017 de Berlín, la cinta fue proyectada fuera de competición. La crítica cinematográfica francesa, que suele ser aguda y hasta implacable, esta vez se muestra crédula y olvidadiza ante el nuevo opus de Peck. Un cronista de Le Monde afirma, por ejemplo, que la intención del filme es hacer “la revaloración de un pensamiento desviado por sistemas asesinos, tirado por eso al basurero de la historia pero que, quien sabe, podría servir de nuevo”.
La “revaloración” que hace el filme es, en verdad, muy pobre. Su argumentación no va más allá del conocido refrito: los regímenes opresivos creados por los comunistas y las enormes catástrofes generadas por los mejores discípulos de Marx y Engels --Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro, entre otros-- sólo fueron una “desviación” de la excelente teoría. La creencia de que el ideal marxista fue “pervertido” por esos dictadores fue el sofisma más hábil que se les ocurrió a los partidos comunistas tras el derrumbe del muro de Berlin y la espectacular implosión de la URSS. Raoul Peck hace caso omiso de todo eso y aspira a rehabilitar esa doctrina.
El título del film debería ser, pues, “San Karl Marx”. En el prospecto distribuido gratuitamente en las salas de cine de París, Raoul Peck afirma: “Karl Marx tiene tan poco que ver con la historia de los Gulags que Jesucristo con la masacre de la Saint Barthélémy”. 
Esa comparación es absurda. Jesucristo no predicó jamás el uso de la fuerza para difundir su mensaje, mientras que el aporte central de Marx y Engels fue requerir la violencia y la imposición de la más represiva dictadura para alcanzar los objetivos comunistas. Para ellos la fraternidad y la colaboración entre los hombres era imposible. El Gulag es, por eso, el horizonte necesario de esa hipótesis, la atroz culminación de la lógica marxista.
Conocido por su iracundo documental «I am not your Negro», basado en textos del escritor James Baldwin sobre las luchas políticas de los afro-americanos, Raoul Peck anuncia que su película sobre Marx busca mostrar a “ese desconocido” y develar lo que hay “detrás del mito”. Empero, exponer a Marx haciendo el amor con Jenny von Westphalen y, más tarde, a Marx y Engels ebrios en una callejuela de París carece de importancia. Incluso si en esa digresión de alcoholismo Peck ubica, artificialmente, la frase cumbre de Marx: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo” (Su tesis 11 sobre Feuerbach).
La colaboración intelectual Marx-Engels comenzó en 1844 con una salva (imaginaria) de mutuos elogios: “Usted es un genio”, le dice Engels a Marx en París. Y este replica mecánicamente: “Su ensayo sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra es insuperable” (aunque dicho texto será terminado meses después).
Fuera de esos personajes, vemos en acción a Jenny von Westphalen (Vicky Krieps), esposa de Marx y miembro de una familia aristocrática de Bremen, de la que se separa para seguir a su turbulento marido, y a Mary Burns (Hannah Steele), obrera irlandesa de Manchester que facilitará los contactos de su compañero Engels con el partido chartista. El filme muestra también a la mayor celebridad del socialismo de ese momento, el anarquista no violento Joseph Proudhon (interpretado por Olivier Gourmet), quien no comparte las ideas de Marx, así como al periodista y agitador Wilhelm Weitling y al anarquista ruso Mijaïl Bakunin.
Marx había iniciado un diálogo epistolar con Proudhon tras la aparición, en 1840, del libro de éste ¿Qué es la propiedad?. Esa amistad termina en 1846 cuando Marx, en su ensayo La Miseria de la Filosofía, intenta mofarse del nuevo libro de Proudhon La Filosofía de la Miseria.
El filme evoca la Liga de los Justos, organización revolucionaria creada por artesanos alemanes que contaba con ramificaciones en varios países del Viejo Continente. Episodio clave es su segundo congreso, en noviembre de 1847, en Londres. El debate sobre el primer artículo de los estatutos divide a los delegados. Marx y Engels defienden su visión mesiánica. El objetivo de la Liga, dicen, es “el derrocamiento de la burguesía, erigir el reino del proletariado, destruir la vieja sociedad burguesa basada en los antagonismos de clases y fundar una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada”. Tras perder la partida en el agitado debate, Weitling y los partidarios de la consigna “Todos los hombres son hermanos”, adictos más a la agitación pública que a la acción conspirativa, salen de la Liga y ésta es rebautizada Liga de los Comunistas. Marx y Engels reciben el encargo de hacer un resumen popular de las tesis ganadoras. En Bruselas redactan ese texto el cual es publicado en Londres, de manera anónima, en febrero de 1948, bajo el nombre de Manifiesto del Partido Comunista.
Sin asomo de sentido crítico, el filme adopta los epítetos de Marx y Engels contra sus adversarios. Proudhon, autor de La Capacidad Política de las Clases obreras (1865), rechaza la revolución violenta y cree más en una reforma de la sociedad. Por eso es etiquetado, en el Manifiesto, como “socialista conservador o burgués”, lo que es un disparate.
El filme no dice una sola palabra acerca de las reducciones, simplificaciones y falsos diagnósticos económicos que contiene el Manifiesto Comunista. No dice una sola palabra sobre la apología de la destrucción violenta y masiva de las clases no proletarias que impregna ese panfleto.
En ningún momento el filme admite que las teorías de Marx y Engels eran erradas, condujeron a tragedias inmensas en los cinco continentes y que la humanidad no se ha recuperado aún de tales heridas. No explica por qué el comunismo marxista que aparecía como una doctrina “científica” y de avanzada, dio frutos tan reaccionarios e irracionales y nunca fue tomado en serio en Gran Bretaña, epicentro del activismo político e intelectual de Marx y Engels. Ni por qué ese sistema tampoco fue visto como una solución en Europa donde la revolución comunista nunca prendió o fue impuesta violentamente desde fuera, como en Europa Oriental. Los PC en la Europa libre fueron minoritarios, con dos excepciones, momentáneas, en Italia y Francia.
Algunos acentos del filme son asombrosos. Las divergencias entre Marx y Proudhon son examinadas bajo el prisma sectario de Marx, quien pretendía que aquel no había comprendido nada, cuando era Marx quien no entendía nada de la sociedad industrial. Ni los marxólogos, ni el filme, explican por qué Marx abrió un combate tan obstinado contra Proudhon. ¿Porque éste detestaba el comunismo y rechazaba las propuestas de quienes, como Marx y Engels, fincaban la solución de la cuestión social en el sacrificio de la liberad y el empleo de la fuerza del Estado? ¿Porque la síntesis hegeliana y la resolución de las oposiciones, en que creía Marx, no era para Proudhon más que una vana esperanza? Probablemente. ¿Porque Proudhon insistía en la justicia, la reducción del Estado, la reorganización del crédito público, mientras que Marx ridiculizaba los Derechos del Hombre y los “valores eternos” en el Manifiesto?
Gracias a su complejidad y riqueza (una veintena de obras), el pensamiento de Proudhon sigue siendo de actualidad. Su perspicacia y optimismo ante las contradicciones sociales, lo que para Marx era signo de auto destrucción inevitable del capitalismo, le permitió a Proudhon ver más lejos. Muchos de sus postulados sobre la revolución social pacífica hacen parte del capitalismo reformado de la Europa de hoy y hasta de Estados Unidos. El derecho de propiedad como contrapeso a la potencia pública, el respeto de la familia y de la sociedad civil, el pluralismo de ideas, el mutualismo, la cooperación, el federalismo, hacen parte del ideario proudhoniano. A diferencia de Marx, algunas de sus principales tesis siguen siendo objeto de realizaciones o de experimentaciones exitosas en muchos países, como la creación de bancos populares, el crédito gratuito, los subsidios, los servicios técnicos al campesinado, la asociación de productores, la autonomía obrera-sindical frente a las facciones políticas y los fondos de empleados. Hasta el reciente “comercio equitativo” viene de una conocida propuesta de Proudhon.
La victoria de la reforma sobre la revolución es el tema que aflora en filigrana ya en ese periodo de 1844-1848, y que justifica la intensidad del debate sobre las vías de la revolución social en esa época. Sin embargo, Raoul Peck y su guionista Pascal Bonitzer, poco curiosos, en lugar de examinar la acción de Marx y Engels en ese contexto, optaron por el conformismo y la moda y le dieron la espalda a ese tema que cobrará más tarde la importancia histórica que sabemos.
Enviado desde Venezuela

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