viernes, 7 de diciembre de 2012

Mientras que el mundo se abre, el país se cierra
POR DARDO NOFAL-EL iNTRANSIGENTE
Aquel “yuyo” prodigioso al que Cristina Fernández mencionaba con sarcasmo, proveyó a su gobierno de un monto tan espectacular de recursos, que alcanzó para abastecer sus antojos populistas.

Buenos momentos aquellos. El “yuyo” ya era la bendita soja y fue transformándose en fórmula electoral, en subsidios a troche y moche, en jubilaciones casi regaladas a espaldas de quienes aportaron previsionalmente durante 30 años o más. También el “yuyo” engordó el montaje publicitario insaciable del oficialismo, ese famoso “todo para mí” que invade a los débiles cuando se sienten poderosos. Es esa etapa que para un egocéntrico que se precie, los términos “período” y “eternidad” son poco menos que sinónimos. El único freno para esa avaricia política tuvo nombre, Julio Cobos y las maldiciones cayeron sobre él.

Llega la cólera
Montada en el corcel brioso de la cólera, la Presidenta no desinfló sus afanes expansivos. Los cortesanos -es decir los integrantes de su gabinete- obedecieron y obedecen lo que Cristina ordena. Ahora la tarea central es aniquilar figuras de la oposición. Sobre todo a aquellas que van tomando cuerpo. El primer “señalado” fue Hermes Binner por pulir su imagen y su prestigio y por lucir lo que le pertenece: el rótulo de socialista, del que el Frente para la Victoria quiso apropiarse mediante maniobras indecentes.
Así se inventó el “ narcosocialismo”, del que se culpó al santafesino cuando era directa responsabilidad del gobierno central, como es la custodia y el control de las fronteras por donde las drogas ingresan a la Argentina. Gendarmes, tropas del PEN, fueran retirados de sea zona limítrofe, dejándola indefensa. Pero la culpa es de Santa Fe. Una historia muy rara. 

De contramano
Por este rumbo, la única estación terminal posible es una sociedad sin valores de convivencia, de diálogo razonable y civilizado. En pocas palabras, Cristina Fernández, mientras endiosa la imagen del esposo fallecido, corta los contactos con los otros actores de la vida institucional de la Nación.
Lo que más erosiona la esperanza de un futuro venturoso, amén de las rispideces de la atmósfera política recargada de desencuentros muy superficiales, anecdóticos, es la ausencia de interés por un gran acuerdo de factores sobre prioridades. Los otros países del vecindario sudamericano ya lo ensayaron y les va muy bien. Nosotros ni lo intentamos siquiera sumergidos en esa minúscula guerra de conventillo que nos va relegando en el continente. Tan enorme es la crisis dirigencial de estos años. Tanto es el talento que falta y tan minúscula la noción de Patria.
En el vital asunto de las inversiones productivas, la Argentina también está destrozando su ya antiguo prestigio internacional. La crisis europea empuja a capitales de primera línea a diversificar destinos. América del sur es beneficiaria de esa rotación del dinero. La Argentina, no. Y eso es producto de la mala fama ganada gracias a un talante de prepotencia encerrado en el rótulo del nacionalismo. Mientras el mundo se globaliza, los argentinos nos echamos llave. Siempre al revés. Nuestro reloj político atrasa. Está descompuesto y no aparece un mecánico moderno hábil.

Lo que recitan ya es viejo
Sobre ese tópico, el del mecánico, me surgen algunas dudas. La primera entronca con la vocación política y la formación de nuevas camadas de dirigentes. La solidez cultural, plataforma insoslayable, no tiene demasiada consistencia. Una considerable fracción de los actuales elencos de gobierno son jóvenes que recitan teorías aprendidas de memoria hace pocos años al calor de su propia pasión reformista y que ahora buscan reflotar como verdades supremas. No se dan cuenta, es obvio, que mientras ellos bebían ese licor, la realidad económica, ideológica y práctica del mundo asumía cambios de orientación exigidos por la crisis. Nuestros equipos -el del PE Nacional es acabada muestra- se manejan con textos ya exprimidos y agotados, mientras creen que están fundando una flamante corriente. Nuestra relación con el exterior, en ese sentido, muestra cada día algún grueso error. Otra vez nuestro concierto de desconciertos...FUENTE: EL INTRANSIGENTE

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