Por: Aldo Norberto Bonaveri
El sistema energético nacional requiere urgentemente inversiones, a los efectos de poder corregir deficiencias y contemplar posibles crecimientos económicos en torno al 4 o 5% anual es menester destinar entre u$s 12.000 y u$s 15.000 millones anuales, cifra que excede las posibilidades de capitales internos.
No es ninguna novedad que Argentina es
uno de los países más favorecidos en materia de clima y recursos
naturales; tampoco se desconoce que nuestra clase dirigente, en varios
ciclos la historia se ha encargado de relativizar los beneficios
otorgados por el creador o, la naturaleza.
Independientemente
de las gracias mencionadas, en esta bendita tierra no existen problemas
raciales considerables, tampoco étnicos ni religiosos. Por el
contrario, bien se puede aseverar que en este país convive una
diversidad de comunidades internacionales, las que mucho contribuyeron a
radicar la cultura del trabajo y, forjar una nación que alcanzó su
esplendor antes que muchos estados menos dotados, pero que en las
últimas décadas relegaron a la “Reina del Plata”
Argentina,
practicaba la democracia en tiempos que el 70% de Europa no la
profesaba, se destacaba por ser considerado un país de los más
floreciente mientras en Latinoamérica imperaba el hambre y el
analfabetismo. Si tenemos en cuenta que en su momento ocupó el 7° puesto
en el concierto de la Naciones y hoy, sin guerras (excepto la bravuconada de Malvinas),
ni conflictos o epidemias oscilamos en el lugar 50°, la deducción no es
complicada: Se han convertido grandes errores recurrentemente.
Cierto
es que la competencia política es una constante en cualquier punto del
planeta, ello es natural pues por eso existen diferentes partidos e
ideologías dispares; no obstante no tenemos que ir tan lejos para
apreciar como en nuestros propios vecinos la alternancia es civilizada,
con gobiernos que modifican lo que consideran equivocado o superado,
pero preservan políticas de estado, o aciertos instaurados por
administraciones de otros signos.
Durante muchos
años los países productores de materias primas se vieron precisados de
aceptar imposiciones de los industrializados. Desde el advenimiento del
nuevo milenio el contexto se ha modificado substancialmente. Ello se da
en virtud de dos factores preponderantes:
a) El mundo está ávido de alimentos,
fundamentalmente porqué los países más populosos del planeta que otrora
tenían ingestas de dietas escasas, rutinarias y elementales, las vienen
mejorando progresivamente cuantitativa y cualitativamente. Por ende el
aumento del consumo operó automáticamente sobre los stocks acumulados,
los que paulatinamente vienen decreciendo. Consecuentemente con ello las
tierras para incorporar a la agricultura cada vez son más exiguas.
b) Los productos agropecuarios ya no son tan materias primas como antes.
Así debe considerarse pues cada vez es más la soja, el maíz y el
girasol que se exporta o convertido en aceites, biocombustibles o se
manufacturan para el mercado interno. En cuanto al grano que aún se
embarca sin procesar, son menos primarios que dos décadas atrás; ello es
en razón de la gran tecnología que hay implícita en la semilla, el
valor agregado que genera la biotecnología, los fertilizantes, los
avances operados en la maquinaría agrícola, etc.; la sumatoria de estos
elementos se traducen en más empleos y desarrollo de la industria afín.
El
crecimiento sostenido de la demanda se comportó como regla de oro del
mercado, en consecuencia los precios de los productos agroalimentarios
se revalorizaron, alcanzando cotizaciones impensadas (200 a 270% más en dólares).
Naturalmente que semejante performance modificó totalmente la ecuación,
por lo que el viento de cola nos viene acompañando desde el 2002 hasta
la fecha.
Ello constituyó la base fundamental
para el crecimiento operado en las economías de los países productores
de alimentos, permitiendo corregir un sinnúmero de deficiencias
acumuladas. Dicho escenario fue vital en Argentina para sortear los
efectos de la crisis de 2001.
Cabe recordar que
aquella infausta instancia que desembocó en el fin de la insostenible y
caduca convertibilidad, con pesificación asimétrica incluida, justificó
una serie de medidas económicas pergeñadas por Roberto Lavagna,
adoptadas durante la gestión de Eduardo Duhalde y el primer tramo del
mandato de Néstor Kirchner. (Congelamiento de tarifas, aplicación de subsidios, etc.).
Dichas
herramientas válidas en un principio, debieron haber sido transitorias,
saliendo gradualmente de ellas. Por el contrario los gobiernos
kirchneristas mantuvieron tarifas hasta que fueron irrisorias,
profundizó los subsidios a niveles inimaginables, favoreciendo a la
postre a las clases más altas (pues son las que más energía y gas consumen),
estableciendo valores diferenciales para Capital Federal y el Gran
Buenos Aires en detrimento al resto del país. Esta política fue bien
recibida en general por la población, ello tiene su lógica pues “pagar
menos” difícilmente genere críticas.
Lo descripto
lleva implícito una serie de falacias que no son advertibles a simple
vista; lo cierto es que se fueron generando una serie de distorsiones en
la economía, que a medida que fue pasando el tiempo más difícil se
tornaba salir de la maraña, disimulando ingresos y haciendo
retroalimentar la deformación de la realidad, habida cuenta que el
colectivo de la población, no solo adecuó sus presupuestos a la
instancia reinante, sino que dado la accesibilidad de los costos fomentó
consumos desproporcionadamente.
A estos errores
le siguieron otros más graves todavía. Intervención en el mercado de la
carne, con prohibición de exportaciones inclusive; interposición en la
comercialización del trigo, favoreciendo a exportadores y molineros;
carencia total de políticas energéticas, actuando improvisadamente sobre
los efectos; manipuleo en el tipo de cambio con flotación administrada
discriminada.
En todos estos casos las
consecuencias son verificables al tiempo de ser aplicadas, pero no por
ello tienen atenuantes. Tales yerros derivaron en efectos por demás
onerosos para el país: pérdida de 12.000.000 de cabezas de ganado vacuno
(el equivalente al rodeo uruguayo), descender de 16.000.000 de toneladas de trigo (con posibilidades concretas de producir 20.000.000)
a menos de 11.000.000 de toneladas en la presente campaña; dilapidar al
autoabastecimiento de petróleo y gas, dejar el sistema eléctrico al
borde del colapso, lo que conlleva a una sangría de u$s 12.000 millones
en importaciones energéticas; y la perdida de competitividad argentina,
que desalienta exportaciones, desnivela la balanza comercial y genera
inflación en dólares.
Partiendo de la base de
las realidades históricas, limitaciones inherentes a cada uno y
desventajas comparativas respecto a nosotros, los países limítrofes
aprovecharon mucho mejor el ciclo de valores de intercambio
palmariamente favorables. Los socios del MERCOSUR han incrementado sus
rodeos, Uruguay, Paraguay y Bolivia acrecentaron su producción agrícola
en gran medida merced a las tecnologías introducidas por productores
argentinos, todos registran baja inflación, ostentan mayor credibilidad
internacional, el tipo de cambio fluye libremente sin restricciones para
la compra de divisas y, en términos absolutos han avanzado más en
desarrollo dentro de sus potencialidades. Si se pretende cotejar con
Brasil las comparaciones no resisten el menos análisis.
Habida
cuenta las falencias mencionadas, el panorama argentino refleja la
necesidad de una modificación del rumbo, que no existen indicios de
producirse. Por el contrario, la recuperación de la ganadería está
comenzando a detenerse, las economías regionales decrecen sus
posibilidades en mercados externos, la lechería es deficitaria y, la
elaboración de biocombustibles ya no es tan atractiva.
El
problema energético por complejidad y vulnerabilidades actuales
requiere algo más que anuncios y voluntarismo. Las centrales generadoras
son insuficientes, las grandes distribuidoras eléctricas están
prácticamente en default o con déficit insostenible; las reservas de
hidrocarburos han declinado en forma alarmante y, el costo de las
importaciones supera holgadamente los valores unitarios internos.
La
cuestión pasa por que en los últimos nueve años no solo que el Estado
no lo hizo, sino que se desalentó la inversión en el sector energético. A
la ya citadas tarifas desacopladas a la realidad, los precios de los
combustibles líquidos fueron manipulados e intervenidos al más puro
estilo K. A la exportación de petróleo se le aplicó retenciones móviles
haciendo que el precio interno fuera fijo, totalmente divorciado de las
cotizaciones internacionales. Hasta tanto el país tuvo saldos excedentes
esta manejo aportó recursos al fisco; simultáneamente los importes en
boca de pozo quedaron relegados, ello conspiró notoriamente contra la
exploración. En gas se produjo la misma situación pero agravada.
El
sistema energético nacional requiere urgentemente inversiones, a los
efectos de poder corregir deficiencias y contemplar posibles
crecimientos económicos en torno al 4 o 5% anual es menester destinar
entre u$s 12.000 y u$s 15.000 millones anuales, cifra que excede las
posibilidades de capitales internos, razón por la cual resulta
indispensable inversiones extranjeras; las reglas de juego imperante
determinan inviable que ello ocurra, por lo que se plantea la necesidad
de un cambio de rumbo substancial en la materia.
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