jueves, 6 de diciembre de 2012

SE PLANTEA LA NECESIDAD DE UN CAMBIO DE RUMBO SUBSTANCIAL
Por: Aldo Norberto Bonaveri 
El sistema energético nacional requiere urgentemente inversiones, a los efectos de poder corregir deficiencias y contemplar posibles crecimientos económicos en torno al 4 o 5% anual es menester destinar entre u$s 12.000 y u$s 15.000 millones anuales, cifra que excede las posibilidades de capitales internos.
No es ninguna novedad que Argentina es uno de los países más favorecidos en materia de clima y recursos naturales; tampoco se desconoce que nuestra clase dirigente, en varios ciclos la historia se ha encargado de relativizar los beneficios otorgados por el creador o, la naturaleza.
Independientemente de las gracias mencionadas, en esta bendita tierra no existen problemas raciales considerables, tampoco étnicos ni religiosos. Por el contrario, bien se puede aseverar que en este país convive una diversidad de comunidades internacionales, las que mucho contribuyeron a radicar la cultura del trabajo y, forjar una nación que alcanzó su esplendor antes que muchos estados menos dotados, pero que en las últimas décadas relegaron a la “Reina del Plata”
Argentina, practicaba la democracia en tiempos que el 70% de Europa no la profesaba, se destacaba por ser considerado un país de los más floreciente mientras en Latinoamérica imperaba el hambre y el analfabetismo. Si tenemos en cuenta que en su momento ocupó el 7° puesto en el concierto de la Naciones y hoy, sin guerras (excepto la bravuconada de Malvinas), ni conflictos o epidemias oscilamos en el lugar 50°, la deducción no es complicada: Se han convertido grandes errores recurrentemente.
Cierto es que la competencia política es una constante en cualquier punto del planeta, ello es natural pues por eso existen diferentes partidos e ideologías dispares; no obstante no tenemos que ir tan lejos para apreciar como en nuestros propios vecinos la alternancia es civilizada, con gobiernos que modifican lo que consideran equivocado o superado, pero preservan políticas de estado, o aciertos instaurados por administraciones de otros signos.
Durante muchos años los países productores de materias primas se vieron precisados de aceptar imposiciones de los industrializados. Desde el advenimiento del nuevo milenio el contexto se ha modificado substancialmente. Ello se da en virtud de dos factores preponderantes:
a) El mundo está ávido de alimentos, fundamentalmente porqué los países más populosos del planeta que otrora tenían ingestas de dietas escasas, rutinarias y elementales, las vienen mejorando progresivamente cuantitativa y cualitativamente. Por ende el aumento del consumo operó automáticamente sobre los stocks acumulados, los que paulatinamente vienen decreciendo. Consecuentemente con ello las tierras para incorporar a la agricultura cada vez son más exiguas.  
b) Los productos agropecuarios ya no son tan materias primas como antes. Así debe considerarse pues cada vez es más la soja, el maíz y el girasol que se exporta o convertido en aceites, biocombustibles o se manufacturan para el mercado interno. En cuanto al grano que aún se embarca sin procesar, son menos primarios que dos décadas atrás; ello es en razón de la gran tecnología que hay implícita en la semilla, el valor agregado que genera la biotecnología, los fertilizantes, los avances operados en la maquinaría agrícola, etc.; la sumatoria de estos elementos se traducen en más empleos y desarrollo de la industria afín.
El crecimiento sostenido de la demanda se comportó como regla de oro del mercado, en consecuencia los precios de los productos agroalimentarios se revalorizaron, alcanzando cotizaciones impensadas (200 a 270% más en dólares). Naturalmente que semejante performance modificó totalmente la ecuación, por lo que el viento de cola nos viene acompañando desde el 2002 hasta la fecha.
Ello constituyó la base fundamental para el crecimiento operado en las economías de los países productores de alimentos, permitiendo corregir un sinnúmero de deficiencias acumuladas. Dicho escenario fue vital en Argentina para sortear los efectos de la crisis de 2001.
Cabe recordar que aquella infausta instancia que desembocó en el fin de la insostenible y caduca convertibilidad, con pesificación asimétrica incluida, justificó una serie de medidas económicas pergeñadas por Roberto Lavagna, adoptadas durante la gestión de Eduardo Duhalde y el primer tramo del mandato de Néstor Kirchner. (Congelamiento de tarifas, aplicación de subsidios, etc.). 
Dichas herramientas válidas en un principio, debieron haber sido transitorias, saliendo gradualmente de ellas. Por el contrario los gobiernos kirchneristas mantuvieron tarifas hasta que fueron irrisorias, profundizó los subsidios a niveles inimaginables, favoreciendo a la postre a las clases más altas (pues son las que más energía y gas consumen), estableciendo valores diferenciales para Capital Federal y el Gran Buenos Aires en detrimento al resto del país. Esta política fue bien recibida en general por la población, ello tiene su lógica pues “pagar menos” difícilmente genere críticas.
Lo descripto lleva implícito una serie de falacias que no son advertibles a simple vista; lo cierto es que se fueron generando una serie de distorsiones en la economía, que a medida que fue pasando el tiempo más difícil se tornaba salir de la maraña, disimulando ingresos y haciendo retroalimentar la deformación de la realidad, habida cuenta que el colectivo de la población, no solo adecuó sus presupuestos a la instancia reinante, sino que dado la accesibilidad de los costos fomentó consumos desproporcionadamente.
A estos errores le siguieron otros más graves todavía. Intervención en el mercado de la carne, con prohibición de exportaciones inclusive; interposición en la comercialización del trigo, favoreciendo a exportadores y molineros; carencia total de políticas energéticas, actuando improvisadamente sobre los efectos; manipuleo en el tipo de cambio con flotación administrada discriminada.
En todos estos casos las consecuencias son verificables al tiempo de ser aplicadas, pero no por ello tienen atenuantes. Tales yerros derivaron en efectos por demás onerosos para el país: pérdida de 12.000.000 de cabezas de ganado vacuno (el equivalente al rodeo uruguayo), descender de 16.000.000 de toneladas de trigo (con posibilidades concretas de producir 20.000.000) a menos de 11.000.000 de toneladas en la presente campaña; dilapidar al autoabastecimiento de petróleo y gas, dejar el sistema eléctrico al borde del colapso, lo que conlleva a una sangría de u$s 12.000 millones en importaciones energéticas; y la perdida de competitividad argentina, que desalienta exportaciones, desnivela la balanza comercial y genera inflación en dólares. 
Partiendo de la base de las realidades históricas, limitaciones inherentes a cada uno y desventajas comparativas respecto a nosotros, los países limítrofes aprovecharon mucho mejor el ciclo de valores de intercambio palmariamente favorables. Los socios del MERCOSUR han incrementado sus rodeos, Uruguay, Paraguay y Bolivia acrecentaron su producción agrícola en gran medida merced a las tecnologías introducidas por productores argentinos, todos registran baja inflación, ostentan mayor credibilidad internacional, el tipo de cambio fluye libremente sin restricciones para la compra de divisas y, en términos absolutos han avanzado más en desarrollo dentro de sus potencialidades. Si se pretende cotejar con Brasil las comparaciones no resisten el menos análisis.
Habida cuenta las falencias mencionadas, el panorama argentino refleja la necesidad de una modificación del rumbo, que no existen indicios de producirse. Por el contrario, la recuperación de la ganadería está comenzando a detenerse, las economías regionales decrecen sus posibilidades en mercados externos, la lechería es deficitaria y, la elaboración de biocombustibles ya no es tan atractiva. 
El problema energético por complejidad y vulnerabilidades actuales requiere algo más que anuncios y voluntarismo. Las centrales generadoras son insuficientes, las grandes distribuidoras eléctricas están prácticamente en default o con déficit insostenible; las reservas de hidrocarburos han declinado en forma alarmante y, el costo de las importaciones supera holgadamente los valores unitarios internos. 
La cuestión pasa por que en los últimos nueve años no solo que el Estado no lo hizo, sino que se desalentó la inversión en el sector energético. A la ya citadas tarifas desacopladas a la realidad, los precios de los combustibles líquidos fueron manipulados e intervenidos al más puro estilo K. A la exportación de petróleo se le aplicó retenciones móviles haciendo que el precio interno fuera fijo, totalmente divorciado de las cotizaciones internacionales. Hasta tanto el país tuvo saldos excedentes esta manejo aportó recursos al fisco; simultáneamente los importes en boca de pozo quedaron relegados, ello conspiró notoriamente contra la exploración. En gas se produjo la misma situación pero agravada. 
El sistema energético nacional requiere urgentemente inversiones, a los efectos de poder corregir deficiencias y contemplar posibles crecimientos económicos en torno al 4 o 5% anual es menester destinar entre u$s 12.000 y u$s 15.000 millones anuales, cifra que excede las posibilidades de capitales internos, razón por la cual resulta indispensable inversiones extranjeras; las reglas de juego imperante determinan inviable que ello ocurra, por lo que se plantea la necesidad de un cambio de rumbo substancial en la materia. 
Enviado por mail por su autor

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