viernes, 12 de abril de 2013

Camino Libre al Déspota
Por Eduardo García Gaspar- Contrapeso.info
No es difícil de definir. Quizá no se encuentren las palabras adecuadas de inmediato, pero su idea es intuitiva.
Evoca imágenes claras en casi todos. Hablo del despotismo.
Su definición simple es el régimen de una autoridad sin límites, sin control.
Uno en el que el poder es abusado. Uno en el que alguien ordena a su capricho y los demás obedecen por la fuerza.
Me parece natural que en casi todo gobernante exista un cierto deseo déspota. Sí, en dosis muy variables, pero real.
Hay en los gobernantes una noción que alimenta su despotismo latente: piensan ellos ser la solución social, esos quienes conocen lo que debe hacerse.
Y su único problema es que se les limita poder hacer lo que ellos sueñan. Los limitan las leyes, los frena la división de poderes, los acordona la libertad de prensa.
Y, sobre todo, los sujeta la opinión pública, si es que ella es razonablemente ilustrada y tiene una idea siquiera primitiva del valor de sus libertades.
Es por esto que el déspota promueve el egoísmo todo lo que le es posible. Le interesa que los ciudadanos sean egoístas antes que nada. ¿Por qué? Tocqueville (1805-1859) lo explica muy bien.
Escribió: “Es despotismo… ve en el aislamiento de los hombres la garantía más segura de su propia duración y procura aislarlos por cuentos medios están a su alcance”.
El principio es claro, a más egoísmo entre los ciudadanos más vida para el déspota. Ciudadanos egoístas no son frenos al poder del déspota.
“No hay vicio del corazón humano que el agrade tanto como el egoísmo; un déspota perdona fácilmente que los gobernados no le quieran, con tal que ellos no se quieran entre sí; no les exige su asistencia al conducir al Estado, y se contenta con que no aspiren a dirigirlo ellos mismos”.
La perspicacia de Tocqueville es lo que le ha hecho merecer tanta fama. Nada hay más agradable para el déspota que el gobernar a egoístas que sólo ven su propio bien personal. Así tendrá un freno menos a su poder.
Ocupados en sus propios asuntos cotidianos, sin otra creencia que la búsqueda de su bienestar inmediato, los gobernados dejan un camino abierto al gobernante.
El déspota, dice el autor, “Llama espíritus turbulentos e inquietos a los que pretenden unir sus esfuerzos para crear la prosperidad común y… llama buenos ciudadanos a los que se encierran estrechamente en sí mismos”.
Nada hay tan temible para un déspota como una ciudadanía con ideales y valores y aspiraciones, porque todos ellos unen a quienes los comparten.
En cambio, el egoísmo los separa y aísla, impidiendo la unión entre ellos. El déspota, para su fortuna, dispone de algunas nociones que le ayudan a fomentar ese egoísmo entre sus gobernados. Ninguna de ellas es mejor que el odio entre los mismos ciudadanos.
Al convencerlos que su mala fortuna es efecto de la buena fortuna de otro, los llena de recelo y sospechas. Sembrando entre ellos la desconfianza, evita su solidaridad. Haciéndoles creer que entre ellos están en lucha evita, sin necesidad de policías ni soldados, que se vuelvan sus opositores. Su desunión es suficiente para dejar el camino libre al déspota.
Tiene bajo su manga el déspota otra carta fuerte para jugar, volverse un distribuidor de beneficios, favores y privilegios.
Sabiendo los ciudadanos que del gobierno los obtendrán, estarán menos dispuestos a unirse entre sí que a competir entre ellos por los favores de la autoridad. Trocarán su posibilidad de independencia personal por la facilidad de la dependencia gubernamental.
¿Casos actuales? Más allá de los casos obvios, demasiado conocidos, hay uno, sin embargo, que llama la atención, el de Obama. Un real experto en dividir a la ciudadanía, en hacerles creer que al menos sospechen unos de otros y convencerlos de que lo mejor que les puede pasar es depender del gobierno.
En México, esto lo hemos vivido por décadas y es la mentalidad acostumbrada que, por mera existencia, se toma como el estado natural de las cosas. Un estado que gracias a Tocqueville podemos ver en su dimensión real: un camino libre para el déspota.
FUENTE: Publicado en Contrapeso.info

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