Por Carlos Melconian | Para LA NACION
De los países que conforman América del Sur, seis optan hoy por un modelo más afín al que sigue la mayoría del mundo: Chile, Brasil, Colombia, Perú, Uruguay y Paraguay. Otros cuatro, Venezuela, Ecuador, Bolivia y la Argentina están embarcados en otro modelo. Sin entrar en detalles, podríamos definirlos como de corte populista. Sobre nuestro país muchos dudaban o "no lo podían entender". Pero hoy esa discusión está claramente terminada. Si bien son cuatro países sobre diez en la región, el PBI de los populistas excluida la Argentina es apenas 10% del total, lo que hace más lamentable todavía que nuestro país forme parte de este grupo.
Además, se trata de un grupo no homogéneo. Presenta al interior diferencias no menores, en política y también en economía y política económica. Sin embargo, hay denominadores comunes que los unen, y al mismo tiempo los diferencian claramente de los otros seis países que están en la vereda de enfrente.
Más allá de los motivos políticos, económicos y sociales que generan un populismo, éste se basa fundamentalmente en promover consumo y distribución, casi con independencia de si hay con qué distribuir o de si hay acumulación de riqueza previa. Por supuesto, siempre los acompaña una pátina de organización económica "progresista". Subestiman la inflación, el equilibrio del fisco y hasta la inversión privada. Todas las experiencias populistas regionales de las décadas del 70 y 80 atravesaron por distintas fases: la del éxito inicial, la de los desbalances, una de aceleración de desbalances, y finalmente la del ajuste.
En la fase del éxito, se patea de cualquier lado y la pelota entra. Las políticas fiscales y monetarias expansivas reactivan, suben no sólo el empleo sino también el salario real, casi que no hay "inflación molesta" ni faltantes de divisas (cuellos de botella externos). Son períodos en que a simple vista parece que fuera el modelo económico que da en el clavo, el nuevo descubrimiento de América. Y hasta luce sostenible. Llega para quedarse.
Pero algún día aparece la otra fase (desbalances). Sube más fuerte la tasa de inflación, el endeudamiento (a priori "más genuino") o la "maquinita" empiezan a financiar al fisco, aparecen cuellos de botella externos (caen o se estancan exportaciones, pero suben las importaciones) y caen las reservas internacionales. La respuesta de los gobiernos suelen ser controles de precios y control de cambios, y entonces aparecen la inflación "reprimida" y el dólar paralelo.
En la tercera fase (aceleración de desbalances), sube fuerte el déficit fiscal y la emisión de moneda para financiarlo, se agranda el faltante de divisas aún con control de cambios, lo que obliga a devaluar la moneda, empieza a caer la demanda de dinero, se agranda más la brecha cambiaria, la inflación salta a un escalón más elevado e inestable, cae fuerte el salario real y se aplasta el nivel de actividad.
Finalmente, sobreviene el "ajuste". Lo impone los acontecimientos, independientemente de si ex post los programas terminan o no siendo exitosos. El pasaje de una fase a otra no es algo mecánico, no se da de un día para otro ni todo se deteriora a la vez.
En los viejos populismos setentistas y ochentistas, entre la Fase 1 ("éxito") y la Fase 4 ("ajuste") no pasaba tanto tiempo: apenas unos pocos años. Los programas de estabilización estaban a la orden del día. En los populismos actuales, la fase de "éxito" dura más. Y cuando los desbalances llegan tardan más en acelerarse. Por lo tanto, el ajuste es dilatable en el tiempo. Nadie vaya a pensar que es por un acierto de algún nuevo modelo o paradigama: la única y excluyente razón de este up grade de los populismos modernos radica en un contexto internacional mucho más favorable que en el pasado: precios internacionales y tasas de interés que son récord histórico de todos los tiempos, por lo altos y por lo bajas, respectivamente.
Las divisas no escasean, casi sobran. La lluvia de dólares ("petro, minero y agrodólares") dilata la restricción externa y también la fiscal. Para los gobiernos con propensión a endeudarse en los mercados de capitales, abunda el financiamiento barato. El contexto internacional favorable actúa como dilatador del pasaje por las cuatro fases del populismo. El gran papelón del actual populismo argentino es que con todo a favor, tiene en sus indicadores reales la economía y la creación de empleo estancada y conserva, después de un crecimiento a tasas chinas un tercio de pobres, cifra sólo superada por la híper de 1989 o el colapso de 2001. Además, está en el medio de una corrida? No bancaria ni cambiaria, sino de la tasa de inversión que se ha desplomado.
Pero más allá de la "modernización" de los populismos y su suerte, las cuatro fases se dilatan pero siguen vigentes. Obvio que este extraordinario momento del mundo también beneficia al bloque de los seis países más alineados con el "modelo internacional" que han "ganado" en serio la década.
La coyuntura argentina, que está en la Fase 2 coqueteando con la Fase 3, tiene: el nivel de actividad estancado hace siete trimestres, la tasa de inflación durmiendo la siesta con el pseudo congelamiento al 24% anual -ahora por 60 días-, el agujero fiscal creciente y financiado con la "maquinita" del Banco Central al 40% anual, las reservas internacionales cayendo hace 26 meses pese al control de cambios, y una brecha cambiaria en torno al 60 por ciento. El pasaje de fase 2 a 3 no está a la vuelta de la esquina y hay elecciones a la vista que hacen resistir y profundizar el estado actual. ¿Cómo serán esta vez los tiempos?
FUENTE: Publicado en La Nación
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