Hayek se opuso a cualquier tentativa de manipular—es decir,
planificar y coordinar centralizadamente—la estructura de la sociedad.
Creía que tal ingeniería realmente destruiría a la sociedad en lugar de
erigirla, la cual era el resultado de la acción humana pero no del
diseño humano. Junto al economista austriaco Ludwig von Mises, Hayek
proporcionó las que son discutiblemente las mejores críticas de las
teorías y de las políticas “constructivistas” que han crecido en
popularidad durante el siglo veinte.
Tanto Hayek como Mises habían atestiguado la devastación del
liberalismo clásico por parte de dos guerras mundiales, pero
particularmente por la Primera Guerra Mundial. En la época de guerra los
gobiernos habían afianzado el control centralizado sobre el sector
privado para asegurarse un flujo continuo de armamentos y de otros
bienes que juzgaban necesarios para la victoria. Los gobiernos habían
inflado sus ofertas de dinero a fin de solventar masivos refuerzos
militares. Y la guerra había estrangulado el flujo del libre comercio al
que los liberales clásicos consideraban un prerrequisito para la paz,
la prosperidad, y la libertad. En síntesis, Hayek y Mises habían
contemplado cómo el estatismo del siglo veinte reemplazaba al
liberalismo clásico del siglo diecinueve.
Si la “guerra es la salud del Estado,” como el individualista
estadounidense Randolph Bourne lo declarara, entonces Hayek y Mises
atestiguaron el impacto de un corolario obvio: a saber, que la guerra es
la muerte de la libertad individual. Y que la ingeniería social fue un
mecanismo clave mediante el cual esa libertad fue destruida. De hecho,
uno de los trabajos iniciales de Mises, Nation, State, and Economy
(1919), analizaba las consecuencias desastrosas de la planificación
centralizada introducida por la Primera Guerra Mundial.
Pero Hayek y Mises no se oponían meramente a la ingeniería social
sobre la base de argumentos utilitarios. Independientemente, cada uno de
ellos desarrolló sistemas complejos y sofisticados de la teoría social
para explicar cómo las instituciones de la sociedad se evolucionaron
naturalmente. Sostenían que las instituciones de una sociedad saludable
eran el resultado colectivo e involuntario de la acción humana. Los
fenómenos sociales complejos—tales como el derecho, el lenguaje, y el
dinero—eran especialmente las consecuencias involuntarias de las
interacciones individuales. Por ejemplo, ningún comité o autoridad
central decidió inventar el habla humana, para no mencionar el diseñar
una lengua tan complicada como el inglés. Actuando solamente para
alcanzar sus propios fines, los individuos comenzaron a efectuar sonidos
a fin de facilitar el poder conseguir lo que deseaban de otras
personas. Así, el habla fue el resultado de la acción humana pero no del
diseño humano, y la mismo evolucionó naturalmente en el lenguaje. La
evolución puede no haber procedido con eficiencia científica, pero fue
lo suficientemente eficiente como para permitir el desarrollo de la
civilización. La eficiencia de los programas gubernamentales no tolera
la comparación.
No obstante ello, los constructivistas sostenían que una sociedad
no planificada es derrochadora y caótica. Con el conocimiento
suficiente, podrían manipular una sociedad perfectamente eficiente. No
habría más sobrantes ni escaseces. Los mercados de valores no
colapsarían, y las monedas no fluctuarían. Tal vez incluso la sociedad
pudiese ser diseñada de modo tal que sus miembros se encaminasen al
unísono hacia metas sociales deseables, tal como han marchado juntos
hacia la victoria en tiempos de guerra.
Hayek puntualizó francamente que el conocimiento que los
constructivistas procuraban era inalcanzable. No era posible planificar
las dinámicas del mañana basados en cómo actuaron los individuos ayer.
La gente era imprevisible. Los seres humanos eran fundamentalmente
diferentes de los objetos físicos examinados por las ciencias duras. Un
científico podía aprender todo lo que necesitaba saber sobre el
movimiento de un objeto, y su conocimiento no cambiaría necesariamente
durante el tiempo. Pero los seres humanos actuaban basándose en factores
y motivaciones psicológicas que se encontraban ocultos, a menudo aún
para ellos mismos. La sociedad no consistía en objetos que podían ser
prolijamente categorizados y hechos para obedecer las leyes de la
ciencia. La sociedad consistía de individuos erráticos e imprevisibles.
Mises efectuó una puntualización similar acerca de la teoría
monetaria. Demostró que aún la aparentemente objetiva herramienta del
cálculo monetario—del tipo que la gente utiliza informalmente para
decidir, por ejemplo, si pedir un aumento—es ineficaz para una
planificación social más amplia. En el mejor de los casos, los precios
eran un antecedente histórico; el precio del pan es un precio del
pasado, incluso si el pasado fuese muy reciente. Esta información podría
crear la anticipación de cuál podría ser el precio del pan mañana, pero
la misma no podría predecir nada. Una escasez de pan podría hacer
disparar su precio. Por otra parte, emplear el ayer para manipular el
mañana iba en contra de un principio fundamental de la acción humana: el
principio del cambio inevitable.
En La Acción Humana: un Tratado de Economía (1949), Mises
comentaba, “La acción humana origina el cambio. En la medida que haya
acción humana no hay estabilidad, sino alteración incesante. . . Los
precios del mercado son hechos históricos expresivos de una situación
que prevaleció en un instante definido del proceso histórico
irreversible. . . .. En el imaginario—y, por supuesto,
irrealizable—estado de rigidez y estabilidad no hay cambios a ser
medidos. En el mundo real del cambio permanente no hay puntos fijos. . .
”
Desde Nation, State, and Economy a su obra magna, La Acción Humana,
Mises elocuentemente objetó la posibilidad de adquirir el suficiente
conocimiento como para dirigir a la sociedad. Igualmente, desde el
trabajo The Sensory Order: An Inquiry into the Foundations of
Theoretical Psychology (1952, pero aparentemente basado en el trabajo
que realizara en 1919 y 1920) hasta su mucho más popular El Camino de
Servidumbre (1944), Hayek integró campos tan diversos como la
epistemología y la economía para formar una teoría social que le negaba
cualquier validez a la planificación centralizada.
A través del trabajo de estos teóricos, dos conceptos cercanamente
relacionados emergen una y otra vez: el individualismo metodológico y el
orden espontáneo. Estos conceptos son fundamentales para entender por
qué Hayek y Mises tan inflexiblemente rechazaban a la ingeniería social.
El Individualismo Metodológico
En La Acción Humana, Mises ofrecía una descripción de lo que
denominaba “El Principio del Individualismo Metodológico”: “Primero
debemos percatarnos de que todas las acciones son realizadas por
individuos. . . Si escudriñamos el significado de las distintas acciones
desarrolladas por los individuos debemos aprender necesariamente todo
acerca de las acciones de los todos colectivos. Pero un colectivo social
no posee existencia y realidad alguna fuera de las acciones de los
miembros individuales.”
Mises sostenía que los todos colectivos—tales como “la familia” o
“la sociedad”—no eran nada más que la suma de los miembros individuales
que los constituían. Tales todos eran abstracciones útiles para indicar
la interacción de los individuos en un contexto específico. La “familia”
indica un conjunto de interacciones, el “club de canasta” otro.
Al reducir el funcionamiento del grupo a su elemento más básico—los
actos de los individuos—Mises no negaba la importancia de los todos
colectivos. Todo lo contrario. Mises explicaba que “el individualismo
metodológico, lejos de disputar la significación de tales todos
colectivos, la considera como una de sus tareas principales para
describir y analizar su surgimiento y su desaparición, sus cambiantes
estructuras, y su operación. Y el mismo escoge el único método adecuado
para resolver satisfactoriamente este problema.”
Para decirlo de otro modo, el individualismo metodológico era una
poderosa herramienta analítica que podía ser utilizada para descubrir
los principios en base a los cuales un grupo de personas interactuaba.
Era el mejor método con el cual comprender a la sociedad.
El individuo como una abstracción
Con el surgimiento del marxismo, aquellos que favorecían el
individualismo metodológico fueron a menudo acusados de “atomismo” o de
reduccionismo. Los marxistas fueron muy lejos en cuanto a afirmar que
era el individuo, y no la sociedad, quien constituía una verdadera
abstracción. En su forma extrema, estos holistas sociales negaban
incluso que el individuo existiese sin la sociedad. Como Mises lo
observara, “la noción de un individuo, dicen los críticos, es una
abstracción vacía. El verdadero hombre es necesariamente siempre un
miembro de un todo social.”
Karl Marx sostenía este punto usando una clase de ejemplo de
Robinson Crusoe. Marx afirmaba que un individuo que crecía aislado en
una isla desierta no sería un ser humano. El nudo de su argumento era
que los seres humanos son organismos sociales—construcciones sociales,
si lo prefiere—quienes no pueden ser removidos del contexto que los
define y continuar siendo seres humanos. El Robinson Crusoe adulto era
claramente un ser humano, pero su humanidad resultaba de una historia de
socialización previa. El lenguaje, el pensamiento, el arte—todo lo que
hizo humano a Crusoe había resultado de su vida en comunidad.
Invirtiendo la lógica misesiana, Marx sostenía que el todo colectivo
llamado “sociedad” creaba a sus miembros individuales, quienes podían
ser entendidos tan solo examinando las reglas de esa sociedad. Marx dio
un paso adicional e intentó extender los principios y la metodología de
las ciencias duras—tales como la previsibilidad y el control—a la
sociedad.
Los liberales clásicos contrarrestaron diciendo que una persona que
ha sido criada en el aislamiento completo aún sería un ser humano. Por
ejemplo, tendría una escala de preferencias y actuaría para alcanzar a
la más alta de ellas primero. Es cierto, que sin la interacción social,
las principales potencialidades dentro de la humanidad de la persona
nunca se desarrollarían o serían expresadas. Por ejemplo, no habría
razón para desarrollar las habilidades del lenguaje y ninguna
posibilidad de convertirse en padre. Si el individuo aislado fuese
rescatado y colocado dentro de la sociedad, sin embargo, sus
potencialidades no expresadas podrían emerger perfectamente. Pero
cualesquiera fuesen las características desarrolladas, las mismas
emergerían de su propio potencial inherente como un ser humano y serían
el resultado de las interacciones individuales que experimentó. Las
características no emergerían debido a que un todo colectivo llamado
“sociedad” las definió en existencia.
Los liberales clásicos no combatieron la afirmación de que los
grupos poseían una dinámica acumulativa que era diferente a la dinámica
del hombre aislado. Después de todo, solamente en sociedad surgieron los
intercambios intelectuales y económicos. Pero creían que las
diferencias podrían ser explicadas desdoblando la dinámica del grupo en
las intrincadas interacciones de los individuos que lo constituían. Por
ejemplo, todo lo atinente a una conversación podía ser desdoblado en las
declaraciones, el lenguaje corporal, y las acciones de los individuos
implicados. Nada sobre la conversación requería principios de
explicación adicionales.
Este enfoque metodológico funcionaba para analizar incluso a todos
colectivos extremadamente complejos tales como “el Estado.” Todo lo que
el Estado hizo o era podía ser reducido a las acciones individuales.
Como Mises lo explicaba, “el verdugo, no el Estado, ejecuta a un
criminal. Es el significado de aquellos interesados lo que discierne en
la acción del verdugo a una acción del Estado.” Los individuos que
observan al verdugo ven el Estado en acción solamente porque una
abstracción conocida como “el Estado” proporciona un contexto para su
acción. Igualmente, la gente nunca ve u oye verdaderamente a una
conversación del grupo. Todos lo que ven u oyen son individuos hablando,
y etiquetan a la suma de su intercambio como una “conversación del
grupo.”
El individualismo metodológico tuvo implicancias profundas para la
teoría de la ingeniería social. Si los todos colectivos eran un “proceso
mental” dentro de los individuos antes que entidades concretas con
existencia independiente, entonces no tenía sentido alguno sostener que
existían reglas y las características únicas que se aplicaban a los
colectivos y no a los individuos. El individualismo metodológico removió
a los todos colectivos de un reino objetivo gobernado por los
principios científicos y los regresó al reino subjetivo del juicio y de
las preferencias humanas. En vez de ser capaces de diseñar instituciones
sociales, tales como los bancos, para funcionar junto a los principios
científicos, los ingenieros sociales fueron reducidos a individuos
reguladores. Fueron involucrados en la planificación de cómo los seres
humanos expresarían sus preferencias en el futuro—un conocimiento que
los propios individuos raramente poseían.
Y sin embargo, un interrogante subsiste. Sin planificación, ¿cómo
puede mejorar la sociedad? Parte de la respuesta será encontrada en el
segundo concepto que ronda la obra de Hayek y de Mises
El Orden Espontáneo
Durante el siglo dieciocho, teóricos como Adam Smith comenzaron a
examinar el impacto que las consecuencias no queridas de la acción
humana tenían sobre la sociedad. Éstas eran las consecuencias colectivas
que se amplificaban como un resultado de los individuos persiguiendo
sus propios intereses individuales. Por ejemplo, si veinte personas
caminaban la distancia más corta a través de un campo, un sendero tosco a
través del campo sería establecido. Pero el forjar el sendero sería una
consecuencia involuntaria de la meta consciente de cada
individuo—alcanzar el otro lado rápidamente.
Smith venía a creer que la sociedad y sus instituciones podían ser
comprendidas de la mejor manera posible mediante la referencia a tales
consecuencias no queridas. Considérese el precio del pan de ayer. Nadie
legisló cuánto se encontraba usted dispuesto a pagar el pan ayer. Ese
precio resultó de factores imprevisibles tales como cuán altamente usted
apreciaba al pan veinticuatro horas atrás. La institución social del
precio, por lo tanto, ha sido establecida espontáneamente. La misma era
también auto-correctiva; es decir, el precio espontánea y rápidamente
fluctuó para reflejar los factores cambiantes, tales como la
disponibilidad de pan. Y porque tales cambios eran imprevisibles, sólo
una respuesta espontánea—no una pre planificada—podía responder
adecuadamente.
Ningún escritor contemporáneo ha explorado la idea de las
instituciones sociales espontáneas y autocorrectivas en mayor
profundidad que Hayek. En su ensayo “Principios de una Orden Social
Liberal,” Hayek abordó una objeción que él encontraba a menudo.
Escribió: “Mucha de la oposición a un sistema de libertad bajo leyes
generales surge de la inhabilidad para concebir una coordinación
efectiva de las actividades humanas sin la organización deliberada por
parte de una inteligencia comandante” (Studies in Philosophy, Politics
and Society, 1960).
Para los holistas sociales, el “orden” y la “eficiencia” eran
conceptos que parecían estar ligados juntos. Mises y Hayek acordaban,
pero utilizaban una definición diferente de “orden.” Para los holistas
sociales, la palabra parecía conjurar visiones cuasi-militares de una
sociedad marchando hombro a hombro hacia una meta común. La misma se
encontraba incorporada en planes quinquenales que reducían el
funcionamiento de la sociedad a ecuaciones matemáticas. Por el
contrario, el orden al que adherían Mises y Hayek era uno espontáneo en
el cual los individuos perseguían sus propios y diversos intereses sin
la coordinación de una autoridad central.
¿A qué se parece dicho orden? Un ejemplo clásico es el Mercado de
Valores de Nueva York, el cual fue creado como un lugar en el cual las
acciones podían ser compradas y vendidas de lunes a viernes a partir de
las 9 de la mañana y hasta las 4 de la tarde. Ninguna autoridad
predominante establecía los precios, límites de volumen, etc. Estos eran
establecidos por los bolsillos de los individuos que perseguían sus
propias preferencias de una manera que se asemejaba al caos. Vociferando
en el piso, que se encontraba dispuesto a comprar la acción ABC al
precio X, un comerciante intentaba perseguir nada más que las
preferencias de su cliente. Pero una consecuencia involuntaria de su
acción era el establecimiento de un precio general para la acción ABC.
El orden espontáneo puede asemejarse al caos. En palabras de Hayek,
es la clase de orden “cuya justificación en el instante particular
puede no ser reconocible, y el cual. . . aparecerá a menudo
ininteligible e irracional.” (“Individualismo Verdadero y Falso” en
Individualism and Economic Order, 1948) Irónicamente, esta semejanza al
caos puede indicar un aspecto de por qué el orden espontáneo es
eficiente. Después de todo, las circunstancias cambiantes a las cuales
esta clase de orden responde no poseen algún orden lógico o predecible.
Así como el piso de la negociación de un mercado de valores no puede
funcionar según las reglas de etiqueta de la Srta. Manners, también una
sociedad dinámica requiere de instituciones con fluidez.
De hecho, la principal ventaja de un sistema de toma de decisiones
descentralizado puede bien ser su capacidad para ajustarse constante y
rápidamente a las circunstancias cambiantes. Allí donde la ingeniería
social exige un futuro estable y un conocimiento divino del presente, el
orden espontáneo reconoce e incorpora la inevitabilidad del cambio y la
insuficiencia del conocimiento humano.
Un individuo conoce tanto como es posible conocer sobre sus propias
preferencias y actos futuros. Cuanto más lejos usted se mueve del
individuo, menos confiables se torna la información—y menos perfectas
las consecuencias de la toma de decisiones.
Divergiendo desde un punto común
Hay un sentido en el cual tanto Hayek como Mises basaron sus
argumentos para la libertad individual sobre la ignorancia humana. En La
Constitución de la Libertad (1960), Hayek reconoce que la necesidad de
libertad “descansa principalmente en el reconocimiento de la inevitable
ignorancia de todos nosotros en lo referente a muchos de los factores
sobre los cuales dependen el logro de nuestros fines y el bienestar.”
Irónicamente, los constructivistas emplean en gran medida el mismo
argumento para su posición: los seres humanos no son naturalmente
perfectos, por lo tanto la sociedad debe ser dirigida y diseñada. Desde
un punto de acuerdo común—es decir, la insuficiencia del conocimiento
humano—las dos partes alcanzan conclusiones diametricalmente opuestas.
Traducido por Gabriel Gasave