El
tema de la desigualdad material, casi siempre medida en torno al
ingreso, es una de las principales preocupaciones a nivel mundial. Para
empezar, cuando hablamos de la desigualdad hay que establecer a cuál de
estas nos referimos. Actualmente, la que suscita acción de gobiernos
alrededor del mundo es la desigualdad material o de ingresos.
Históricamente, los liberales ganaron sus primeras batallas luchando por
otro tipo de igualdad, la igualdad ante la ley. Estas victorias
derivaron en la Revolución Industrial que enriqueció a Europa
Occidental, donde el objetivo perseguido era este tipo de igualdad. Fue
la consecución de la igualdad ante la ley la que generó un progreso sin
precedente en la historia de la humanidad. Aquí corresponde señalar que
colocar como objetivo de la acción estatal la igualdad material, implica
necesariamente violar en mayor o menor medida la igualdad ante la ley.
Vale la pena mencionar la “igualdad de oportunidades”. Por ejemplo, por más que se le garantice el mismo nivel de educación a los ciudadanos, nadie podrá garantizarle a todos los niños el mismo nivel de aptitudes y de educación en casa –donde se aprenden hábitos y tradiciones– que algunos consideraríamos más determinantes del éxito en la vida que la educación formal. La acción estatal no puede resolver la desigualdad natural de oportunidades entre niños que nacen en circunstancias muy distintas. Algunos tienen la fortuna de nacer con talentos valorados en mayor grado por la sociedad o en un hogar donde los padres tienen una mayor preparación y/o grado de responsabilidad, mientras que otros desafortunadamente nacen con aptitudes menos apreciadas o en un hogar donde los padres son menos calificados y/o responsables.
Luego, aclaremos, la desigualdad no es sinónimo de pobreza. Históricamente, hubo casos en los que a pesar de que aumentó la desigualdad de ingresos, también se registró una pronunciada reducción de la pobreza. Recientemente, esto ocurrió en la China donde se redujo la pobreza de 98% en 1981 a 36% en 2005, mientras que aumentó considerablemente la desigualdad de ingresos. ¡Esto hay que celebrarlo! Debería importarnos más que todos estén mejor, antes que más iguales. Considere que la igualdad de ingresos no es garantía de riqueza: hay países pobres y ricos en ambos extremos del Índice Gini. La rica Noruega tiene bajos niveles de desigualdad al igual que la pobre Etiopía. Asimismo, entre los países con altos niveles de desigualdad de ingresos encontramos a una economía pobre como Ghana y a una rica como EE. UU.
Últimamente se viene diciendo que los altos niveles de desigualdad socavan la reducción de pobreza. ¿Hay evidencia de esto como para llegar a un consenso? No. Primero, recuerde el ejemplo de la China en el párrafo anterior. Después considere los datos de Canadá, EE. UU. y Suecia recopilados por Miles Corak de la Universidad de Ottawa, que llevan a la conclusión de que una mayor desigualdad está asociada con una mayor movilidad social, algo que sería esperanzador para aquellos de ingresos bajos. Además, Peter T. Bauer consideraba que la acción estatal para intentar remediar desigualdades materiales terminaba creando una desigualdad de poder (ante la ley) que había profundizado y protegido las desigualdades materiales existentes en los países en vías de desarrollo. De esto último los ejemplos abundan en la historia contemporánea de Latinoamérica y Ecuador.
Vale la pena mencionar la “igualdad de oportunidades”. Por ejemplo, por más que se le garantice el mismo nivel de educación a los ciudadanos, nadie podrá garantizarle a todos los niños el mismo nivel de aptitudes y de educación en casa –donde se aprenden hábitos y tradiciones– que algunos consideraríamos más determinantes del éxito en la vida que la educación formal. La acción estatal no puede resolver la desigualdad natural de oportunidades entre niños que nacen en circunstancias muy distintas. Algunos tienen la fortuna de nacer con talentos valorados en mayor grado por la sociedad o en un hogar donde los padres tienen una mayor preparación y/o grado de responsabilidad, mientras que otros desafortunadamente nacen con aptitudes menos apreciadas o en un hogar donde los padres son menos calificados y/o responsables.
Luego, aclaremos, la desigualdad no es sinónimo de pobreza. Históricamente, hubo casos en los que a pesar de que aumentó la desigualdad de ingresos, también se registró una pronunciada reducción de la pobreza. Recientemente, esto ocurrió en la China donde se redujo la pobreza de 98% en 1981 a 36% en 2005, mientras que aumentó considerablemente la desigualdad de ingresos. ¡Esto hay que celebrarlo! Debería importarnos más que todos estén mejor, antes que más iguales. Considere que la igualdad de ingresos no es garantía de riqueza: hay países pobres y ricos en ambos extremos del Índice Gini. La rica Noruega tiene bajos niveles de desigualdad al igual que la pobre Etiopía. Asimismo, entre los países con altos niveles de desigualdad de ingresos encontramos a una economía pobre como Ghana y a una rica como EE. UU.
Últimamente se viene diciendo que los altos niveles de desigualdad socavan la reducción de pobreza. ¿Hay evidencia de esto como para llegar a un consenso? No. Primero, recuerde el ejemplo de la China en el párrafo anterior. Después considere los datos de Canadá, EE. UU. y Suecia recopilados por Miles Corak de la Universidad de Ottawa, que llevan a la conclusión de que una mayor desigualdad está asociada con una mayor movilidad social, algo que sería esperanzador para aquellos de ingresos bajos. Además, Peter T. Bauer consideraba que la acción estatal para intentar remediar desigualdades materiales terminaba creando una desigualdad de poder (ante la ley) que había profundizado y protegido las desigualdades materiales existentes en los países en vías de desarrollo. De esto último los ejemplos abundan en la historia contemporánea de Latinoamérica y Ecuador.
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