Adolfo Bioy Casares
Algo ha cambiado en la Argentina. La Justicia, de la mano de Claudio Bonadio y de los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo, está avanzando sobre los grandes responsables de la corrupción; nunca hubo en nuestro país tantos grandes empresarios y funcionarios de primer nivel presos, compitiendo para contar lo antes posible sus miserias.
Sin la protección que les brindan en el H° Aguantadero sus eventuales consortes de causas, tanto Cristina Elisabet Fernández cuanto Carlos Menem ya estarían detrás de las rejas, y se verían acompañados por sus hijos, testaferros y cómplices. Claro que quienes todavía los cobijan no lo hacen por altruismo sino en defensa propia, porque faltan aún otros nombres importantes en la lista de quienes deberán dar explicaciones acerca del modo en que adquirieron sus bienes.
Pero se acercan las elecciones nacionales, y ese hecho seguramente producirá cambios en esa postura. Hoy el peronismo no tiene quien lo represente, pues todos están pendientes de Cristina, y todos los polítólogos nos dicen que es imposible que se "construya" un candidato en el escaso lapso que media hasta junio del año próximo, cuando deberán oficializarse las listas que competirán en las PASO. Por lo demás, quienes encabezan al sector no kirchnerista de la oposición saben que, de regresar la ex Presidente al poder, serían las primeras víctimas de su venganza. Entonces, ¿hasta cuándo sus colegas la protegerán con estos inconstitucionales fueros y dejarán de asumir el costo político que implica ese manto de impunidad? De todas maneras, esa posibilidad de retorno la veo como altísimamente improbable, porque se trata de una figura que concita un rechazo social del 70%, o sea, no sobreviviría a un ballotage.
Pero también saben que, si no ponen el hombro y acompañan al Gobierno en la pulseada, Cristina logrará revivir los sucesos de 2001, que tanta sangre costaron y que casi se llevaron puestas a todas las instituciones de la República. Porque cree que la única salida que existe para su complicadísima situación procesal y patrimonial consiste en desatar algún hecho que obligue a Mauricio Macri a dejar el poder.
Piensa que ese panorama, hoy inexorable, sólo podría modificarse si se produjera un cambio de inquilino en la Casa Rosada, y allí es donde los miembros del "club del helicóptero" empiezan a tallar. El propio Gobierno contribuyó, con su torpeza comunicacional y con su soberbia, a facilitar las acciones de quienes están desesperadamente interesados en destituir al Presidente para salvar su pellejo, porque sueñan con que, si cayera, las veletas encarnadas en muchos de los jueces de Comodoro Py rápidamente modificarían su orientación y los expedientes en los que se investigan estos hechos volverían a dormir y juntar polvo, como ha sucedido tantas veces.
Sin temor a equivocarnos, todos podemos predecir que la necesidad de derrocar al Gobierno como único recurso para salvar a los ladrones y proteger al monumental negocio del narcotráfico hará que la conflictividad social, apalancada por dineros de gobernadores, intendentes, empresarios, sindicalistas y banqueros interesados en zafar de la cárcel, y de los carteles de la droga, ascenderá a picos gravísimos entre septiembre y diciembre.
Para desatarla, bastará con lograr un muerto, que será cargado en la cuenta de la "represión policial", algo "de manual", diría la ex Presidente. Nada nuevo, pero siempre útil a la hora de generar inquietud en la ciudadanía y dar pasto a las fieras de la política más bastarda.
También es cierto que el campo se les ha hecho orégano, porque la inflación sin frenos está arrastrando a la pobreza a crecientes proporciones de ciudadanos, con lo cual hay caldo de cultivo para esas acciones destituyentes; pero la violencia no forma parte de los métodos habituales de protesta, y por ello resulta necesario provocarla mediante los mismos procedimientos que se pusieron en marcha en diciembre de 2001.
Ahora nadie parece recordar los denodados esfuerzos que realizó el peronismo, y cuánta sangre derramó, acompañado sin duda por sectores radicales descontentos con Fernando de la Rúa, para entronizar finalmente a Eduardo Duhalde -el mismo caradura que acaba de resucitar pidiendo que se adelanten las elecciones- y su equipo económico. Todos los que simulan haber olvidado que, en un día, nuestra moneda fue devaluada 400% y que los depósitos en dólares fueron pesificados "asimétricamente", amén de haber declarado el default más aplaudido y festejado de la historia, hoy se muestran horrorizados y tiemblan ante un golpe de mercado tan irracional que justifica buscarle razones ocultas.
Por supuesto, Cristina no reconoce -ni puede hacerlo- la causa eficiente de los problemas actuales, que un mail que circuló ese mismo día adjudicó a un saqueo familiar que, en el conjunto de "cajas" robadas, cifró en US$ 300 mil millones; en ese correo, se hicieron comparaciones muy útiles para comprender la magnitud de ese monto: equivale al doble de nuestra deuda externa y a diez veces el déficit fiscal; y con él se podrían construir 2.300 nosocomios como el nuevo Hospital de Clínicas. ¿Se entiende de cuánto estamos hablando?
La cacería del tesoro, incentivada sin duda por el 10% de recompensa ahora ofrecido, producirá un recupero de una parte de ese gigantesco dinero robado, aunque se encuentre en el extranjero. Cuando comience a aparecer, y se descubran las diferentes rutas que siguió en sus viajes turísticos seguramente rodarán nuevas cabezas por las escalinatas del emblemático edificio de Retiro, y la fortuna de la doña tal vez merme.
Hay que mirar el otro lado de la compleja realidad que oculta casi todo el periodismo local: nunca antes la Argentina tuvo el enorme respaldo internacional que concita hoy; casi por unanimidad y sin fisuras, están acompañando los denodados esfuerzos del Gobierno la Comunidad Europea, los Estados Unidos, China, Japón, Rusia y todos nuestros vecinos, con las obvias excepciones de Venezuela y Bolivia. El mismo FMI no hubiera puesto tanta carne al asador (ayer, oficialmente, informó que apoyaría irrestrictamente a nuestro país), si no se hubieran manifestado en igual sentido sus principales miembros.
La mala suerte que signó este año (la siniestra confluencia de sequía, suba de las tasas de interés en Norteamérica, crisis turca, inestabilidad política en Brasil, aumento del precio del petróleo, flojos precios de nuestras exportaciones y paralización de la obra pública por falta de crédito bancario a las empresas constructoras) sin duda cambiará el año próximo, con una gran cosecha, con record en exportación de carne, con la recuperación de la producción de gas y el regreso de los envíos a Chile. Y también, hay que reconocerlo, por el natural y renovado interés de los inversores ante los atractivos precios actuales de todos los activos locales.
Bs.As., 1 Sep 18
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
Enviado por su autor
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