Es necesario enfrentar la realidad, la crisis de la educación argentina es de extrema gravedad y requiere cirugía mayor. Pero ello no es posible si primero no estabilizamos los signos vitales del paciente. Si bien la evidencia de muchos años nos muestra con contundencia que el hecho de que los niños estén en el aula no es garantía de que accedan a educación de excelencia, si ni siquiera tienen clases no hay posibilidad alguna de ello.
A los líderes de los sindicatos docentes no les interesa el bienestar de los alumnos, eso está claro. De lo contrario, utilizarían otras medidas para hacer escuchar sus reclamos, válidos o no, que el privar de clases indiscriminadamente a niños que se han convertido en sus rehenes. Ya se ha vuelto un hecho tan recurrente que no hace falta consultar el calendario. El otoño es anticipado por paros docentes, un rito que llega a casos extremos como el que estamos viviendo o a aquellos recordados 18 días de paro frente al inicio de clases en la provincia de Buenos Aires en 2014.
¿Cómo lograr algo aparentemente tan elemental como que los chicos puedan tener clases? ¿Cómo enfrentar con éxito a sindicatos docentes que apelan al paro como su forma habitual de presionar, sin importarles violar el derecho a la educación de los niños de nuestra patria? Es claro que encontrar una respuesta a este desafío antecede a cualquier discusión de fondo en el terreno educativo.
Por suerte no es necesario apelar a nuevas ideas. Es mucho más sencillo replicar aquellas que funcionan que inventar nuevamente la rueda. En Mendoza, el denominado "ítem aula" se convirtió en un antídoto efectivo frente a los paros docentes a nivel nacional que castigan en varias provincias el comienzo del presente año lectivo.
¿En qué consiste? La medida fue instrumentada por el gobernador Alfredo Cornejo a principios de 2016, cuando otorgó, por decreto luego convertido en ley en una reñida votación de la legislatura provincial, un 32% de incremento a los docentes, a efectivizarse en varios tramos. Parte de dicho aumento consistía en un adicional salarial remunerativo y no bonificable que sería percibido solamente por quienes no faltasen a clases más de tres veces al mes, o diez veces al año, y que representaba el 10% del salario.
A partir de entonces, a pesar de las protestas y las acciones legales que generó (algunas de las cuales aún están en curso), el ítem aula quedó incorporado al sueldo, reduciéndose considerablemente el ausentismo y transformándose en un eficiente antídoto contra la adhesión de los docentes mendocinos a los paros decretados por los gremios con representación nacional.
Es claro que frente a la realidad educativa de, por ejemplo, la provincia de Buenos Aires, donde el ausentismo docente trepa al 17% y cumplir en clima de paro con los 180 días de clase resulta una meta inalcanzable, un instrumento como el ítem aula sería ideal para lograr que al menos los chicos puedan asistir a las escuelas.
Parece poco, pero sin los niños sentados regularmente en sus pupitres no es posible siquiera comenzar a discutir las reformas de fondo que necesita la educación argentina. Estabilicemos los signos vitales del paciente, de lo contrario, no hay chance de que la operación mayor que requiere tenga alguna posibilidad de éxito.
La gobernadora María Eugenia Vidal planteó una propuesta imbuida de esta lógica durante las frustradas negociaciones con los sindicatos docentes. Es tiempo de dejar de negociar y enfrentar la realidad. No es posible que año a año festejemos cuando los paros terminan y finalmente las clases comienzan. No importan quienes son los coyunturales ganadores en el conflicto, importan quienes siempre son los perdedores: millones de nuestros niños, para los cuales la fantasía de la igualdad de oportunidades generada a partir de educación de calidad para todos se aleja cada día un poco más.
* Miembro de la Academia Nacional de Educación y Vicerrector de la Universidad del CEMA.
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