Se procedió con imaginación y audacia, y pese a los prejuicios estatistas predominantes entonces, se convocó al capital privado extranjero para la extracción de petróleo. En tres años se logró el autoabastecimiento.
Y no se le esquivó el bulto a la cuestión cambiaria. Se liberó el mercado cambiario, lo que implicó una devaluación del 65 por ciento, y el sinceramiento alcanzó también a las tarifas de los servicios públicos, que eran inferiores a los costos de las empresas. Todo esto se consideró necesario para restaurar el proceso de inversión. Pero a la vez se sinceraron los salarios con un aumento del 60 por ciento (en los hechos, el porcentaje fue menor porque absorbía aumentos concedidos en 1957). El criterio era social, ya que no sólo los asalariados debían pagar la corrección cambiaria, y a la vez económico, porque se necesitaba reactivar el mercado interno y la mejora salarial apuntaba a ese objetivo.
Plan integral de desarrollo: Antes de contestar la pregunta sobre la inflación que preocupa a los argentinos de hoy, cabe decir que era un plan económico integral, y junto a lo anterior se encaró, por un lado, una intensa racionalización del gasto público y, por otro, un vasto programa de inversiones. Antes de finalizar 1958 ya estaban operando las compañías petroleras y se lanzó un programa de fuerte estímulo a la inversión privada en industria e infraestructura (siderurgia, petroquímica, automotores, caminos, energía). Los 250 mil agentes estatales que dejaron el sector público entre 1958 y 1962, por la racionalización, rápidamente encontraron trabajo en el sector privado en plena expansión.
¿Qué pasó con la inflación? Es natural que el sinceramiento de cambios, tarifas y salarios nominales se haya expresado en el índice de precios, que en 1959 aumentaron el 113 por ciento, pero en cada trimestre de ese mismo año el índice de aumento iba disminuyendo: fue en promedio del 13 por ciento mensual en el primer trimestre, 9 el segundo, 2,9 en el tercero y 1,9 en el cuarto. En 1960, la tasa anual fue del 27,1, y en 1961, del 13,7 por ciento. Ese éxito sólo fue posible porque la política cambiaria, salarial y fiscal estaba en tándem con la política de desarrollo. Si hay disciplina fiscal, la restricción monetaria es una falsa solución: el mejor antídoto contra la inflación es el aumento de la producción y oferta de bienes y servicios.
En la Argentina de hoy, no hay que vacilar, como no vaciló Frondizi, pero a la vez hay que hacer todo lo otro que se hizo entonces. Incluso en materia de salarios. La crisis de hoy no es de hiperinflación sino de hiperecesión, y es letal el criterio que lo ve todo a través del cristal de la restricción monetaria. No debe emitirse un solo peso para financiar gasto improductivo del Estado, ni se debe emitir con facilismo, pero una prudente emisión monetaria que se destine a incentivar la producción y la demanda no necesariamente es inflacionaria. No lo es si tiene el respaldo del desarrollo.
El gobierno de Frondizi suscribió un acuerdo standby con el Fondo Monetario Internacional, pero no abrió las negociaciones hasta que su plan estuvo anunciado y puesto en marcha. No tuvieron oportunidad de cuestionar la política salarial y de desarrollo, y como la idea no era el despilfarro, las cosas funcionaron. Espero que el nuevo gobierno, no solo lo mencione, sino también lo emule.
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