El Cato.org
por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
El carpero es un luchador social. Reivindica la violencia como medio para lograr un lote propio, con el agregado importantisimo que si las tierras conseguidas por su “gestión” pertenecen a un algún terrateniente capitalista, pues su lucha no solo será catalogada como un acto de "justicia social" por sus demás compañeros, sino también como un verdadero avance en el proyecto común que los une.
Y ¿cuál es ese proyecto social que tanto seducía al ex presidente Lugo, a sus asesores más cercanos y a los carperos? Por cierto, no es original ni tampoco muy racional, al menos en el sentido de buscar el bienestar de la población. Estos autodenominados “luchadores sociales” —y repito esta expresión porque les encanta cuando se los trata de ese modo— se basa en la antigua profecía de Marx —el gurú ideológico de todos ellos— por el cual el capitalismo liberal colapsaría irremediablemente dada la rivalidad a muerte entre proletarios y burgueses, otorgando la victoria final a los primeros, no sin antes hacer correr algunas cabezas, al más puro estilo de la revolución cubana, representada por sus ídolos Fidel y el Che.
Pero la historia fue diferente. Ni los burgueses ni los proletarios se enfrentaron entre sí, excepto en la ex Unión Soviética donde millones de personas murieron de hambre y persecusión, debido a las ideas y prácticas comunistas. El marxismo comunista divide a la sociedad en clases y esta idea la siguen creyendo varios grupos, tal como se da hoy en el Paraguay. Ahí están los del EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo), por supuesto los carperos y otros sectores de la izquierda radical, entre los que se encuentran los miembros del P-MAS (Partido del Movimiento al Socialismo), el Partido Comunista, Patria Libre, etc.
Sin embargo, toda la teorìa y la práctica de estos grupos ha sido derrumbada por la realidad. La razón es sencilla, pues la famosa lucha de clases no solo ha fracasado sino que solo promueve violencia, desinversión y pobreza. Hoy sabemos que no es necesario secuestrar o matar a mi propio hermano por ser este exitoso en su trabajo o empresa, por ser un burgués. La verdad es que hay que actuar de modo diferente. Este modo distinto no es la violencia como la pretenden los carperos y radicales izquierdistas. Nosotros debemos apostar por la sociedad libre que contiene otro código moral: nos conviene a todos, sin excepción, ser más laboriosos, más capacitados, más cooperativos y más respetuosos de la propiedad ajena.
Afortunadamente algunos marxistas se percataron de aquel código de la libertad y la justicia. Abandonaron a sus dos grandes gurús —Marx y Engels— porque no les llevaba a ningún lado, excepto a tener que armarse para destruir el sistema que tanto odiaban. La violencia no es el camino de la paz social y del progreso de las naciones. Y así fue que muchos auto declarados defensores de la lucha de clases, empezaron a dar un giro hacia lo que hoy se llama la social democracia.
Y lo lograron exitosamente. Así sucedió en Chile, Brasil, Perú y en otros países de esta región del mundo. La izquierda se modernizó, se volvió moderada y accedió finalmente al poder. Se dieron cuenta que resultaría absolutamente inútil, contraproducente e irracional patear la olla a un sistema político y económico que permitía elevar los salarios de trabajadores y campesinos, dándoles a estos mismos —antiguos proletarios— la oportunidad de convertirse de trabajadores a dueños de sus propias empresas. El modelo político económico de la libre empresa, la competencia y la seguridad jurídica de base liberal no fue atacado por la nueva izquierda; por el contrario, se dieron cuenta que sencillamente no hay otro mejor para crear riqueza y distribuirla hacia los más pobres y necesitados.
Pero así como algunos se percataron de sus errores y rectificaron sus ideas y metodologías, abrazando la modernidad, también quedó un grupo residual en el pasado, continuaron atados a los viejos dogmas. Para empezar, la propiedad privada es la mayor amenaza para estos grupos para gestar su revolución. El amedrentamiento, la ocupación, la confiscación de tierras y todos los agregados que con estas tácticas vienen, como los ataques a la libertad de prensa, no son más que parte de un mismo todo, una misma estrategia que tiene una característica común: utilizar el desorden social para seguir cometiendo los delitos contra la propiedad y las instituciones republicanas.
Desafortunadamente para el Paraguay, este último grupo es el que rodea al ex presidente Lugo y del cual el ex presidente tiene directa responsabilidad. El señor Fernando Lugo en su calidad de administrador del estado debió poner límites a un coqueteo que no le conviene al país. Pero no lo hizo, el coqueteo continúo hasta que ahora la sociedad paraguaya sufre la pérdida de decenas de vidas humanas.
El presidente se aproximó demasiado a los carperos diciéndoles que formaba parte de su proyecto social, una visión de la sociedad que se expresaba como un grupo de delincuentes que reivindica la violencia como método de expresión política. Esto en el Paraguay ya no será aceptado. La razón no es complicada de entender. Para los paraguayos, la libertad ganada desde 1989 ha caído en tierra fértil. Los miles de jóvenes que hoy estudian, trabajan y desean un mejor porvenir, no les simpatiza ningún autoritario o dictador disfrazado que pretenda decirles qué hacer con sus vidas y tampoco permitirán la violación del sagrado derecho de la libertad de elegir cada quien su propia felicidad, donde “ni opresores ni siervos alientan”, como magistralmente dice nuestro himno nacional. (Este artículo fue publicado originalmente en ABC Color (Paraguay)
FUENTE:Publicado en www.elcato.org