Por el Dr. Jorge Enrique Yunes (*)
Hoy en día la opinión pública se ve
conmovida por varios y recientes hechos criminales acaecidos en distintos
lugares del territorio de nuestro país, que además de crisparnos los nervios
ponen sobre el tapete una vez más la necesidad o no de la implementación de la
pena capital como una categórica, ejemplificadora y definitiva solución a los
mismos.-
Cuando los distintos medios masivos de
comunicación, tanto televisivos como la prensa escrita, nos muestran
descarnadamente criaturas violadas y asesinadas, experimentamos no solo una
profunda repugnancia hacia los autores de ese hecho criminal sino una inmediata
sed de venganza por la vida de ese ser inocente brutalmente mancillada, quien
debido a su propia condición de impúber ni siquiera tuvo la mínima oportunidad
de defenderse.-
Jurídicamente existen dos posturas
perfectamente diferenciadas y con sus propios argumentos y fundamentaciones
acerca de esta extrema sanción:
A) La pena de muerte, dicen los abolicionistas, implica una medida
drástica la cual, en caso de error judicial, no tendría posibilidad alguna de
reparación. La pena de muerte
resulta ineficaz porque la criminalidad no ha disminuido en aquellos países que
la mantienen. La pena de muerte es innecesaria, ya que existen otros remedios
que permiten al Estado controlar adecuadamente la criminalidad.-
Como argumentos en contra tenemos
entonces los siguientes: La irreparabilidad de la sanción en caso de error
judicial; La inviolabilidad de la vida humana; La falta de responsabilidad
penal en aquellos criminales de origen patológico; La falibilidad de la
actuación de los Jueces; La imposibilidad de enmienda o arrepentimiento por
parte del condenado; El ensangrentamiento de las costumbres; Representa un
atentado contra la dignidad humana; Es contraria al progreso de las
costumbres y a lo que se puede considerar un Estado civilizado.-
B) Los sostenedores de la pena de muerte en
cambio señalan que esta medida resulta eficaz, porque representa una sanción
ejemplar que constituye además un freno, una advertencia para todos aquellos
espíritus criminales, y si bien ella pueda resultar irreparable lo cierto es
que los errores judiciales son cada vez menos frecuentes, debiendo tenerse
también en consideración que en rigor de verdad ninguna pena aplicada por error
es reparable.-
Como distintos argumentos a favor
tenemos los siguientes: Constituye un instrumento de defensa social y al
mismo tiempo una herramienta de sanción moral; No encuentra un sustituto
jurídicamente idóneo que la pueda reemplazar, siempre y cuando su aplicación
sea justa y proporcionada a la gravedad del delito cometido; Es temida tanto
por los criminales como por la sociedad en general; Todo proyecto de supresión
aumenta sistemáticamente la audacia e intencionalidad de los potenciales
criminales; Estadísticamente se ha reducido la criminalidad en aquellos Estados
que la han implementado; No se plantea penalmente el consabido problema de la
reincidencia; No implica una costosa carga económica para el Estado, quien ve
reducida necesariamente su infraestructura carcelaria y toda la logística que
ello implica; No se traduce en un impacto económico sobre el bolsillo del
contribuyente; Constituye la más adecuada política de seguridad pública para
resguardar con efectividad el más preciado bien jurídico protegido, el Derecho
a la Vida.-
Sin pretender polemizar ante estas dos
posturas, podemos colegir que cada una de ellas tendrá sus aciertos y sus
desaciertos. Alguna gozará de más corazón y otra de más cerebro. Una responderá
más al instante presente y otra se proyectará más hacia el tiempo futuro. Una
es medularmente sanguínea y la otra es conciliadoramente linfática, pero las
dos convergen en definitiva en una precisa y determinada Política de Estado
cuyo “thema decidendi” es la Seguridad Pública.-
No está de más recordar que nuestro
Código Penal no la admite, y que, nos guste o no, resulta cuanto menos
políticamente incorrecto pretender instaurarla, aun para aquellos delitos
gravísimos.-
Pero lo que sí es cierto, es que tanto
abolicionistas como sostenedores de la pena capital, y dado el enorme impacto
que estos crímenes provocan en el espíritu humano, experimentan visceralmente,
casi animalmente diría, esa inmediata sed de venganza
ante aquellos deleznables seres que osan dañar lo más preciado que una sociedad
tiene, sus hijos, nada más ni nada menos que el futuro mismo de nuestra
sociedad.-
ENVIADO POR SU AUTOR
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