(Había escrito esto en el 2007, poco antes que se emitiera el documento
de Aparecida. Creo que publicarlo ahora (1 de Enero de 2014) es de
estricta actualidad y una buena manera de comenzar el año).
Se acerca una nueva Conferencia Episcopal Latinoamericana, y no será de
extrañar que los Obispos pongan su voz de alerta sobre las condiciones
materiales de vida, muchas veces infrahumanas, de gran parte de la
población de sus castigados países. No vamos a referirnos ahora en
detalle al tema del diagnóstico de tan delicada situación (aunque ello
sea muy importante) sino que vamos a poner el acento en una cuestión que
tal vez facilite el entendimiento en quienes “diagnosticamos diferente”
en estos temas.
En los objetivos del Instituto Acton está el diálogo entre los
fundamentos de una “economía libre”, “economía de mercado” (los términos
pueden cambiar, estamos adoptando los distinguidos por Juan Pablo II
en Centesimus annus) y la tradición cristiana y la Doctrina
Social de la Iglesia. Por ello, no podemos dejar de registrar que
quienes son partidarios de las economía de mercado (sean cristianos o
no) no hablan de oprimidos, excluidos y explotados. Esos términos
han sido interpretados, la mayor parte de las veces, bajo el paradigma
de la lucha de clases. Ese es el motivo, creemos, de que los partidarios
del mercado no usen esa terminología, aunque ello puede ocasionar una
posible confusión: a) que los partidarios del mercado nieguen que haya
fenómenos de injusticia en los temas socioeconómicos; b) que nos les
interesa el destino de quienes padecen inenarrables sufrimientos.
Pero no es así. Claro que hay injusticias. Y esas injusticias se
traducen en miseria, desocupación, desnutrición, y condiciones de vida
indignas que, aunque relativas a la circunstancia histórica, conmueven
el corazón de cualquier persona de buena voluntad, y, sobre todo, de
cualquier cristiano para quien, como dijo Edith Stein, nadie le es
indiferente.
Y en ese sentido también podemos hablar de oprimidos y excluidos, pero
no desde la lucha de clases marxista o neomarxista, sino cambiando el
enfoque: hay en efecto un sistema socioeconómico, imperante en América
Latina desde hace siglos[1],
basado en la intervención del Estado en las variables económicas, la
socialización de los medios de producción, el control estatal de la
actividad privada y todo tipo de privilegios y prebendas para lo que
quede del sector llamado “privado”. Ese sistema (que muchos, con buena
voluntad, llaman “capitalismo” o “neoliberalismo”) ha impedido
secularmente la acumulación de capital y, consiguientemente, ha
producido una masa cuasi-infinita de mano de obra barata y-o desempleada
cuyo destino terrenal se deshace entre la desnutrición, la enfermedad y
la muerte. Esos son los “excluidos” de los beneficios del desarrollo y
de la suba progresiva del ahorro y del salario real que se produce y se
ha producido en aquellas naciones que han aplicado economías de mercado,
lo cual incluye las bases institucionales para su desarrollo, anuladas
también en América Latina por todo tipo de autoritarismos, ya de
izquierda, ya de derecha, que con delirios mesiánicos siguen añorando la
figura cultural del virrey omnipotente.
Ellos son también los “oprimidos”: por un sistema que los condena a la
miseria, y “explotados” también, no en un sentido marxista del término,
pero sí en otro sentido: los privilegios, prebendas y subsidios del
sistema intervencionista producen una casta de dirigentes sindicales,
empresarios, funcionarios estatales y políticos que viven del
presupuesto del Estado que se alimenta permanentemente de impuestos y
cuasi-confiscaciones al sector privado, a la libre iniciativa, y para
peor, en nombre de los pobres que dicen proteger.
Estas estructuras, llamadas para colmo “mercado” son verdaderamente un
pecado social, un mal moral, además de un error técnico, porque implican
la riqueza de unos a expensas de la pobreza de otros, como una torta
fija que no crece sino que aumenta las desigualdades y privilegios
indebidos.
Por lo tanto, no está nada mal, al contrario, que los cristianos se
preocupen por los oprimidos. Ello no sólo no es incompatible, sino
exigido por la conciencia cristiana. La cuestión es: ¿cuál es el sistema
que oprime?
No está mal, al contrario, que esto implique una opción preferencial por
el pobre, que obviamente, como ha explicado el Magisterio pontificio,
no debe ser excluyente ni mirada desde la lucha de clases, ni tampoco
debe excluir otras formas de pobreza no materiales (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia).
Pero el pobre, el pobre material, aunque muy difícil de definir, como
el tiempo, sin embargo sabemos lo que es, y nos duele y llama a nuestra
conciencia. Esto responde al segundo malentendido. Los que defienden a
la economía de mercado, ¿acaso están preocupados por aumentar la fortuna
de Bill Gates? No dudo que haya gente que verdaderamente lo piense,
pero obviamente no es así, y menos aún los cristianos que, de modo
opinable, optamos por defender ese sistema. Son los males de la
desocupación, la desnutrición y la miseria lo que nos preocupa, igual
que a otros cristianos que piensen diferente e igual que a los Obispos y
teólogos latinoamericanos. Sólo les proponemos, de modo dialogante y
amistoso, un cambio de enfoque, no en los fines ni en la conciencia
cristiana que nos mueve, sino en la consideración de las causas socioeconómicas de lo que verdaderamente es un mal espantoso.
Sin embargo, excluido el análisis de la lucha de clases, otro cambio
importante de enfoque se produce: la clara conciencia de que, por más
que se alcance la liberación de las estructuras sociales opresoras, ello
no implica la redención de Cristo y la Libertad del Reino de Dios. Los
sistemas sociales pueden ser mejores, pueden ser “buenos” pero son, por
un lado, siempre perfectibles, y, por el otro, nunca se identifican con
la perfección de la Gracia, de lo Sobrenatural, de la redención que
viene sólo de Cristo.
Aclaradas estas cuestiones, los partidarios de la economía de mercado esperamos no quedar, valga la redundancia, excluidos del diálogo y oprimidos por
la incomprensión. Esperemos sea visto nuestro aporte como motivado por
la misma conciencia cristiana que seguramente guiará la pluma de nuestro
pastores.
[1] Ver al respecto Vargas Losa, A.: Liberty for Latin America, Independent Institute, 2005; le hemos hecho una crítica en Markets & Morality, ver http://www.acton.org/publicat/m_and_m/new/review.php?article=96
PUBLICADO CON LA AUTORIZACIÓN DE SU AUTOR
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