“Nada hay dentro de la nación superior a la nación misma” Nicolás Avellaneda
Como émulo de los que cayeron en Villa Gesell y Mar del
Plata (pido disculpas a sus víctimas por la comparación), el mercado ha
fulminado con un rayo a la Argentina. Resulta claro que todas las variables
económicas se han salido de madre, por obra y gracia de una Presidente ausente y
de un grupo de cretinos incapaces y groucho-marxistas (tan torpes que ni
siquiera pudieron ejecutar las nefastas políticas del Foro de San Pablo), además
de extremadamente dañinos, a los que aquélla ha puesto a manejar el país. Y la
pregunta que hoy se formula más habitualmente en la calle es: ¿se puede seguir
así casi dos años más? Porque, convengamos, dejar a esta banda de delincuentes
seguir obrando a su antojo durante ese lapso, significará más miseria, más
hambre, más inflación y más destrucción y, al final, el país estará de rodillas
para siempre.
El miércoles, la internación de su madre permitió que
doña Cristina estuviera en el Sanatorio Otamendi durante más de nueve horas y la
falta de información oficial disparó todas las versiones sobre el verdadero
estado de salud de quien ocupa el sillón de Rivadavia. Fue curiosa la reunión
que mantuvo con el Bambino Kiciloff
el jueves, en el mismo lugar; sólo cabe suponer que el ámbito fue elegido para
atender una eventual descompensación frente a las malas noticias que le llevaba
el Ministro de Economía. Pero, para declarar su incapacidad para ejercer el
poder y habilitar el mecanismo constitucional de reemplazo se requiere una ley,
un objetivo de imposible concreción con esta composición del Congreso, aún
cuando se estén violando hoy mismo los artículos 3 y 88, entre tantos otros, de
la Constitución.
¿Los argentinos debemos, en nombre de esta
institucionalidad “trucha”, aguardar los veintitrés meses que faltan para que
venza el período presidencial y pagar el costo de una mayor profundización de la
miseria del país y del deterioro de todas nuestras expectativas de futuro?
¿Debemos privilegiar, frente a un gobierno que ha violado tanto la Constitución,
su permanencia a la existencia misma de la nación? Pretendo que funcionen los
mecanismos legales y, de ningún modo, concordaría con un golpe de estado; sin
embargo, creo que debemos volver a la democracia representativa y dejar de lado
esta democracia “delegativa”, como definiera Guillermo O’Donnell.
Mañana, en Mar del Plata, el sindicalismo gritará su
propio reclamo y, probablemente, la voz resulte unificada –parece que no
asistirán De la Sota, Massa y Scioli- y acelerará el final anunciado; tal vez,
sea mejor eso que el sepulcral silencio que rodeó al cónclave celebrado por casi
todas las asociaciones gremiales empresarias (AEA, ACDE, ADEBA, ABA, Mesa de
Enlace, cámaras binacionales de comercio, etc.) en La Rural días
atrás.
Nuevos elementos que se han sumado al escenario político
y económico permiten asegurar, sin temor a errar, que esta nueva crisis se
producirá en un contexto significativamente peor que la del 2001. Veamos: la
sociedad está partida en pedazos y violentamente enfrentada, y la utilización de
la Gendarmería para contener el descontento policial ante las promesas
salariales incumplidas auguran el enfrentamiento entre dos fuerzas que
portan armas; la presumible
intención de utilizar al Ejército –sino, ¿para qué se compran Hammer blindados?-
para la seguridad interior chocará con la natural negativa de muchos oficiales a
salir a la calle, aún con una normativa que lo convalide, ya que saben que serán
juzgados después con la vara de esta falsa política de derechos humanos, que hoy
mantiene en la cárcel a 1.600 de sus antecesores; y para colmo de males,
carecemos de dirigentes capaces de montar el potro salvaje de esa monumental
crisis que se avecina.
La inflación se está espiralizando –confirmando que
superará el 40% este año- y los tres medios financieros más importantes del
mundo, The Wall Street Journal, The
Financial Times y The Economist, hicieron una trágica interpretación de la
realidad argentina, adjudicando su total responsabilidad a los Kirchner, y uno
de ellos avisoró la posibilidad de grandes conmociones sociales. La devaluación
que el Gobierno está realizando superó, en quince días, las estimaciones del
Presupuesto Nacional para todo el año, y el “blue” continúa su imparable
carrera; el viernes cerró a $ 12 por unidad.
Si bien todavía nuestro nivel de reservas nominales
supera el que se vio obligado a dejar De la Rúa, lo cierto es que ya no alcanzan
más que para pagar cuatro meses de importaciones, cuando entonces podían
afrontar un año entero; y, aún cuando los precios de nuestras materias primas
aún superan en 300% a los que regían entonces, los beneficios de las cosechas
sólo sirven hoy para importar los combustibles que, en aquel año, no faltaban;
el gasto público se ha disparado hasta el infinito, y más de un millón de nuevos
empleados públicos garantizan un frente de tormenta que tampoco en aquella época
existía; y el aislamiento internacional, sobre todo respecto a los mercados de
crédito, nos obliga, como quería Aldo Ferrer, a “vivir con lo nuestro” que,
notoriamente, no alcanza.
El Gobierno sigue haciendo de las suyas, profundizando
el modelo de saqueo y expoliación, y el déficit fiscal ya llega al 4,5% del PBI,
por la caída de la recaudación de impuestos debida, a su vez, a la paralización
de la actividad y la natural reducción del consumo. El desparpajo con que roba y
dilapida el esfuerzo de los argentinos, que ya deben destinar más de la mitad de
su tiempo laboral a pagar la enorme carga impositiva que los abruma, produce
irritación e indignación; en especial porque, además de abonar a la AFIP y a sus
homólogas provinciales y municipales por servicios dignos del África
subsahariana, deben afrontar el costo de la seguridad privada, de la salud
privada, de la educación privada y hasta de la justicia privada, como muestra la
creciente recurrencia a los tribunales arbitrales.
Frente a un régimen que recaudó la friolera de US$
900.000 millones, la población, que carece de los más básicos servicios que el
Estado debe suministrar a cambio de los impuestos, se pregunta dónde está ese
dinero. Viajamos como ganado y morimos, día tras día, en ferrocarriles y caminos
inexistentes, perdimos el sistema de comunicaciones más moderno de su época,
nuestros hospitales y escuelas se caen a pedazos y carecen de los más mínimos
elementos, nuestros puertos son obsoletos, y nos hemos quedado sin reservas de
energía, lo que nos impide tener luz y gas. ¿Cuánto, de esa sideral suma, fue a
parar al bolsillo de los Kirchner y sus cómplices?
Entonces, con ánimo constitucionalmente destituyente
–rol que asumo con responsabilidad- propongo entonces que ataquemos a este
nefasto régimen en su frente más esencial, la recaudación fiscal. Si nos ponemos
de acuerdo en dejar de pagar los impuestos, como hicieron los norteamericanos en
Boston con el té, podremos obligar al Congreso a tratar la situación de acefalía
en que el país se encuentra y, con ello, terminaremos con la familia imperial y
con su banda de delincuentes, corruptos y genocidas. Si no lo hacemos, si
continuamos desempeñando el papel de borregos dispuestos a trabajar como
esclavos para que la Presidente y sus corifeos sigan llenando sus alforjas
ahítas, que derrochan en casas, aviones, viajes, Fútbol para Todos, Aerolíneas
Argentinas, etc., no tendremos destino como nación y la Argentina dejará de
existir.
En cambio, si hacemos como Ghandi en la India, que
pacíficamente logró desterrar al Imperio Británico y sus procónsules locales, si
concretemos esa resistencia civil, el Gobierno, desfinanciado, se verá
imposibilitado de seguir adelante con su irracional política de comprar
voluntades y robar hasta las cañerías del edificio estatal y, cuando las
consecuencias de nuestra común conducta produzca el derrumbe final de esta
década siniestra, todos sus responsables, funcionarios o privados, terminarán
por pagar la cuenta de la fiesta con su libertad y su fortuna mal habida; algo
nos están diciendo, en este sentido, los permanentes “escraches” a que son
sometidos cada vez que intentan asomar fuera de sus madrigueras, algo que no se
produjo con los gobiernos anteriores.
Debo reconocer que peco de optimista porque,
lamentablemente, no veo en los argentinos el coraje necesario y la vocación
común de quienes hicieron la patria; en un país donde todos tienen la cola
sucia, resulta difícil que se venza el miedo individual y egoísta, que se supere
el “sálvese quien pueda”. Apelo, sin
embargo y contra toda esperanza, a mis conciudadanos y, en especial, a los
dirigentes, para que juntos nos pongamos el país al hombro y salgamos de este
marasmo en el que estamos inmersos por decisión propia; para ello, me permito
citar a Leopoldo Lugones: “… entre los
afeminados ciudadanos de Ítaca no se encontró uno capaz de manejar el arco
legendario del guerrero ausente”.
Bs.As., 19 Ene 14 Enrique Guillermo Avogadro
(*)Abogado Blog: http://egavogadro.blogspot.
Facebook: Enrique Guillermo Avogadro Twitter: @egavogadro
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