Leonardo Girondella Mora- ContraPeso.info
La necesidad de un código moral me parece una necesidad obvia en donde exista la libertad —para establecer guías generales que diferencien a lo que debe hacerse de lo que no debe hacerse.
De todos los códigos morales, el más conocido se encuentra en la Biblia y se le conoce como Los Diez Mandamientos. En lo que sigue examino el contenido de los mandamientos séptimo y octavo —igual que hice en otra columna para el décimo y el noveno.
Esos dos mandamiento establecen lo siguiente:
7. No robarás.
8. No dirás falso testimonio ni mentirás.
El séptimo, que dice “no robarás”, se refiere a un campo claramente relacionado con el trato entre personas —las relaciones entre ellas, en especial en las que se refieren a la propiedad de las cosas.
El séptimo mandamiento prohíbe acciones que significan despojar a otros, dañar sus propiedades —robar en su sentido más amplio. Se opone a fraudes y engaños, a corrupción, a despilfarros, y al rompimiento de contratos y promesas.
Es también, un mandamiento que considera negativas acciones como trabajos mal hechos y descuidados —todo eso que signifique un daño en las propiedades de otros.
El séptimo mandamiento, por simple lógica, considera positivas acciones en las que existe un uso apropiado de bienes y recursos —actos en los que exista justicia, caridad, respeto a los frutos del trabajo, responsabilidad en el uso de recursos y moderación en las cosas materiales.
Muestro aquí una faceta de los códigos morales que es común ignorar. Se piensa que sólo prohiben algo sin considerar que esa prohibición también indica eso que consideran deseable —el “no robarás” también lleva en sí mismo lo loable de conductas como la restitución del daño producido.
El octavo, que dice “no dirás falso testimonio ni mentirás” trata el mismo campo del séptimo, el de las relaciones con los demás —pero ahora en los referente al lenguaje, a la comunicación entre las personas.
El octavo mandamiento prohibe actos de simulación, hipocresía y duplicidad —concretamente, decir mentiras, decir cosas falsas. Se refiere a lo indeseable que son las calumnias, la maledicencia, los juicios temerarios, el atacar la reputación de otros.
Es muy razonable ver que este mandamiento, por ejemplo, consideraría reprobable el halago falso y la adulación hueca —y en general, todo lo referido a lo que podría llamarse intención de engaño.
Del otro lado, el octavo mandamiento, por necesidad, considera positivas acciones honestas, honradas. Más ampliamente, es natural interpretar este mandamiento como uno que está a favor de la verdad, la franqueza y la sinceridad. Más aún, considera loable el uso de la razón en la búsqueda de la verdad.
Insisto en mi punto: señalar algo como prohibido implica, por oposición, señalar también, algo deseable —en este caso, si se desaprueba la mentira, claramente se valora la verdad.
Existen varios puntos en común que poseen ambos mandamientos, el séptimo y el octavo —que es lo que apunto a continuación:
• Los dos se refieren con claridad a los tratos entre las personas —si los dos últimos mandamientos se dirigen a la conciencia personal, como en lugar en el que nacen las intenciones, el séptimo y el octavo mandamiento rigen las ideas centrales de las relaciones interpersonales.
• Los dos mandamientos examinados aquí exaltan un trato entre personas bajo principios generales de bondad, justicia, compasión y respeto a la persona misma y a sus propiedades.
• Los dos mandamientos siguen el mismo estilo escueto —el resumir en muy pocas palabras una prohibición que debe interpretarse con amplitud y sentido común, no estrechamente.
Resultaría un total absurdo que “no robarás” fuese interpretado como una reprobación de la conducta de un asaltante, pero no las acciones de quien no cumple con un contrato. Igualmente resultaría descabellada la prohibición de la mentira al mismo tiempo que se ignorase la hipocresía.
• Los dos mandamientos coinciden además con leyes que castigan el fraude y la difamación —es decir, las leyes se sustentan en principios morales aceptados que son superiores a ellas.
Sin embargo, la ley se mueve en un círculo más estrecho y mucho más enfocado a la prohibición de ciertas conductas claramente dañinas —por ejemplo, una ley castigaría la mentira de un fraude financiero, pero no la mentira en un chisme entre amigos.
• Los dos mandamientos suponen algo que suele pasarse por alto, la libertad humana —esa capacidad de la persona para decidir actuar y hacer cosas reprobables o admirables. Si la existencia de la libertad, los Diez Mandamientos pierden todo su sentido.
• Los dos mandamientos construyen una cultura positiva, propicia a la prosperidad. Por ejemplo, la honestidad y la confianza en la palabra ajena produce un ambiente general de seguridad que tiene consecuencias en la prosperidad material —incluso abaratando costos.
Visto del otro lado: en la sociedad en la que prevalezca el fraude, la mentira, la corrupción y la deshonestidad, será más dificultoso realizar inversiones y los juicios legales estarán más sujetos a arbitrariedades y sobornos.
Esta coincidencia entre al reprobación moral de ciertas conductas y progreso ha sido en lo general poco señalada.
• Los dos mandamientos, tomados de la Biblia, tienen un origen divino en opinión del creyente —pero resulta admirable que también sean aprobados por no creyentes. Hay en ellos una especie de aprobación intuitiva universal que no necesita una demostración filosófica, ni un razonamiento lógico.
Se da por sentado, sin necesidad de ser probado, que el robar es malo, que el mentir es malo —y si acaso se necesita una demostración, bastaría con imaginar una sociedad es la que esas acciones fueran legítimas.
Y este punto precisamente me parece el más notable de todos: una sociedad en la actos reprobados por estos mandamientos sean un asunto rutinario y frecuente, será una sociedad en decadencia y declive.
Fuente: Publicado en ContraPeso.info
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