Por Enrique Guillermo Avogadro
Esta madrugada, después de infinitos padecimientos,
murió Carlos Manuel Acuña. Fue, antes que nada, un hombre apasionado y
obsesionado por su patria y, para servirla, nunca dudó en arriesgar cuanto
tenía, incluidas la libertad y la vida; por lo demás, sus ancestros lo
vinculaban a toda la historia de esta triste y fallida nación.
Tuve el extraordinario privilegio de haberme convertido
en uno de sus innumerables amigos y, en los últimos años, nos veíamos y
hablábamos a diario. Sería un esfuerzo inútil tratar de describir cómo sentía
Carlos Manuel a su país, y cuánto lo enfermaba su innegable decadencia.
Por sus ideas, fue siempre capaz de pelear hasta el fin;
en él podrían ejemplificarse los conocidos versos de Almafuerte, ya que darse
por vencido nunca entró en sus posibilidades.
Hoy, la Argentina ha perdido a uno de sus más preclaros
hombres, a un valiente y, sobre todo, a un gran señor. En una sociedad que se ha
caracterizado por la abdicación permanente de quienes debían conducirla, fue uno
de los pocos, muy pocos, que asumió el papel que los hados le tenían
reservado.
Hizo un culto asombroso de la amistad, y de ellos son
testigos muchos de los que mañana acompañarán su traslado al sepulcro y lo
fueron muchos de los que lo precedieron en ese viaje. Gozó de la vida, y le
rindió permanente homenaje, aún cuando su deteriorada salud le hubiera debido
aconsejar prudencia.
Por todo eso, tus amigos sólo podemos decir: ¡A Dios te
encomiendo, hermano Carlos Manuel! ¡Descansa, al fin, en paz!
Bs.As., 14 Oct 13
Enrique
Guillermo AvogadroAbogado
Blog: http://egavogadro.blogspot.
Facebook: Enrique Guillermo Avogadro
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