No es gratuito para un país el hecho de que el anuncio de una enfermedad de su presidente pueda ser puesto en duda porque el gobierno acostumbra a mentir en cada uno de los temas. En el medio de ese interregno absurdo creado por las PASO y las elecciones reales, por llamarles de alguna manera, las suspicacias aumentan. No importa tanto si son fundadas sino la cantidad de antecedentes que abonan las posiciones escépticas.
El gobierno juega con esa falta de datos ciertos. En lugar de contar con información médica, la población debe contentarse con las escuetas manifestaciones de un vocero político. Ningún médico pone una firma.
A partir de ahí el debate se convierte en una charla de peluquería en la que los protagonistas compiten por llorar, desearle lo mejor a la presidente, presentar la cuestión como si la titular del Poder Ejecutivo fuera una madre colectiva sufriente o estuviera manejando el armamento nuclear del mundo y no el Fútbol para Todos. La prioridad es mostrarse bueno frente a la enfermedad. El espectáculo de la bondad que pretende competir con el espectáculo del relato, creado por el pánico de ser señalado como incorrecto es la nota en momentos cruciales de emocionalidad colectiva obligatoria.
El sentimiento de quienes opinan no tiene la más mínima importancia, los temas institucionales son más serios que una telenovela de la tarde. En cualquier país normal se habla en estos casos de cuestiones constitucionales; en la Argentina todo lo domina la medicina y el juego de estar a tono con el velorio.
La poca información que da el gobierno debiera ser objeto de sanción, no de amables sugerencias. Eso es más importante que un puchero de circunstancia, pero parece que nadie va a ocuparse de esta irregularidad.
Lo que sigue es especular, se hace inevitable hacerlo. En el juego perverso oficial las especulaciones serán utilizadas como prueba de falta de sensibilidad, de la que el oficialismo carece, pero en realidad, reitero, los sentimientos no importan. Así el gobierno gana todas. Concentra la atención, consigue poner a la oposición y al periodismo al ritmo de la arrastrada sensiblera y después igual los castiga por decir cosas que no son, basados en la falta de información que el propio oficialismo elige. En la próxima oportunidad oposición y periodismo se esforzarán más todavía por mostrarse sometidos, a ver si consiguen no ser criticados por los causantes de todo el problema.
En ese mar de confusión aparece la cuestión Boudou. Que si puede asumir, que si no puede, que si habrá sido una buena idea ponerlo en el cargo. Si, la Constitución dice que tiene que suceder a la señora Kirchner, pero bueno, seamos realistas, entendamos de política, esto no se maneja con la Constitución.
¿Con qué entonces?
Nos vamos a encontrar que quienes esgrimen ese razonamiento, hasta hace una semana recitaban el mantra “queremos que llegue al 2015”, para referirlo a la señora K a la que acusaban de todo tipo de transgresiones dictatoriales a su poder legal.
El gobierno sigue ganando. La señora Kirchner, única responsable de la impunidad del señor Boudou, es mostrada como alguien imprescindible, desde ya mucho mejor de Boudou y personificación viviente de la legitimidad. A propósito, hice una pequeña encuesta preguntado qué defecto de Boudou no comparte la presidente, pero no conseguí ninguna respuesta.
De forma inadvertida, espero, se abona la idea del poder personal. La señora tiene que terminar su mandato aunque incendie Roma, en nombre de la Constitución. Pero la Constitución debe dejarse de lado si es que hay que hablar de su sucesión o de la continuidad del Poder Judicial por ejemplo. Ni hablar de preservar a la Constitución misma de los desvíos ilegales del gobierno o de interesarse por pequeños detalles como la vigencia del derecho de propiedad, la libertad de comercio o la libertad de imprenta. Esos conceptos han quedado erradicados.
La conclusión es obvia. Lo que nos rige, de acuerdo al gobierno, a la oposición y a la opinión publicada bienpensante, es un poder personal que surge de unas urnas y que está en cabeza de la persona que ganó las elecciones. No alcanza a nadie más, a ningún otro rol constitucional. La presidente no solo no puede ser destituida sino tampoco sucedida si es que el sucesor no es del agrado de nuestros guardianes. Conceptos por supuesto que no tienen ninguna relación con el estado de derecho y sólo se parecen a las formas más primitivas de mando y sometimiento.
Las cosas son de otra manera. El señor Boudou, goza de la misma legitimidad revocable (destituible) que la señora Kirchner. Si hablamos de política por otra parte, la responsabilidad de todo lo sucedido, incluso la causa Ciccone, está en la cúspide del poder, no en la gerencia. Si quedaba alguna duda, fue la presidente quién intervino la procuración general y forzó la exclusión del juez y del fiscal del caso. Hago referencia a este dato político porque la impunidad de la presidente está abonada por esta adscripción general a la idea del poder personal que hace que se traslade hacia abajo la culpa. Pero Boudou es el vicepresidente hasta que no se lo destituya por la vía constitucional o termine su mandato. No hay ninguna razón para querer que la señora se quede hasta el 2015 que no sea igualmente aplicable a Boudou, si es que lo que se quiere preservar es el sistema y no a una pretendida reina.
¿Causas de destitución hay? Por supuesto, en ambos casos. Pero entonces lo que corresponde es poner en marcha los mecanismos para llevarlo a cabo, no poner en duda su carácter de vicepresidente consultando a los encuestadores.
Lo irregular, lo inconstitucional, lo ilegítimo, es que pase lo que ya ocurrió en la enfermedad anterior de esta misma presidente. Esto es que un “mano derecha” sin ningún rol institucional válido, esté por encima del vicepresidente en ejercicio.
No es una opción para la señora Kirchner transferir el mando al señor Boudou, es una obligación dada su situación. No es una opción para la oposición exigirlo, es una obligación. Tal vez en el manual de la telenovela de la tarde en la que los políticos nos muestran que son de los buenos y recitan twitts de circunstancia diga lo contrario, pero no interesa. Menos cara falsa de preocupación y más cabeza.
Una vez que asume el vicepresidente, él y solo él ejerce Poder Ejecutivo, con todos los atributos constitucionales. No recibe instrucciones a tal fin de nadie, ni siquiera del titular del cargo que se encuentra de licencia. Es cierto que por cuestiones de prudencia se espera que no haga grandes cambios porque su cargo es provisorio, pero también es cierto que su poder se encontrará mucho más limitado que el de la presidente.
También se ha hablado de esa debilidad política como un problema. Hasta ayer se lamentaban todos del abuso de poder, ahora se lamentan de la falta de poder. Sin embargo lo único importante es preservar la Constitución. Al país no le va a hacer mal un poco menos de mentalidad caudillista y mayor respeto por la legalidad. El único poder irrevocable es el del ciudadano.
(*) http://josebenegas.com/ No me parece
Es abogado, ensayista y periodista especializado en temas filosófico políticos, institucionales y económicos
PUBLICADO CON LA AUTORIZACION DE SU AUTOR
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