viernes, 27 de diciembre de 2013

La luz al final del túnel

María Celsa RodríguezPor María Celsa Rodríguez
Muchos creen que la democracia es tan solo ir a votar en cada elección y ya se terminó la tarea, sin embargo la democracia se construye todos los días,  aceptando sus reglas de convivencia y sus límites. La libertad que nos da la democracia no nos habilita con un  permiso absoluto de hacer lo que se nos plazca, porque estaríamos quebrando su propia naturaleza. 
Como bien lo explica el Dr. Gabriel Boragina en su libro "La democracia",  que: "Confundir "democracia" con libertad, lleva indefectiblemente a este tipo de resultados, ocurre que dentro del falso concepto de libertad, se da cauce a sentimientos y acciones que - en realidad- poco tiene que ver con la verdadera libertad; entre ellos, en un sistema como este, todas las personas  se sienten absolutamente libres de todo, incluyendo libre de responsabilidades y libres para imponer su voluntad.
Naturalmente en un esquema semejante, donde no hay autoridad y donde cada persona se siente "libre" de imponer su voluntad sobre los demás, no puede llamar la atención a nadie que el sistema completo desemboque, al poco tiempo, en el más  absoluto caos" 


Del mismo modo que un gobierno democrático tiene los límites y controles que la Constitución y las leyes regula, igualmente cada uno de los ciudadanos tenemos ciertos límites en nuestra libertad de acción.
 Sin embargo los límites se han traspasado en forma vertical, desde el gobierno y hacia abajo. 

La corrupción ha carcomido el poder y se ha estimulado el odio en todos los niveles, aún entre la familia y los amigos, abriéndose esa grieta que hoy ha saqueado  la paz social. El comportamiento de nuestros funcionarios son un espejo donde la sociedad responde en un eco su conducta. Ante la impunidad que subyace, con  un vicepresidente desprestigiado,  y un gobierno que perdió la credibilidad y el respeto
Es que hilvanaron un relato con hilos deshilachados, y hoy las consecuencias son desastrosas. Con carencias de equilibrios intelectuales, pero engarzados de ambiciones desmedidas, era casi imposible que un gobierno hiciera un buen trabajo. 

Los aplaudidores de turno avivaron las exhibiciones histriónicas de Ella, y el personaje se comió al cargo, un traje que no era de su talle, y hoy sus palabras apretujadas en sus aburridas cadenas nacionales, quedan atragantadas ante la realidad.

Un gobierno que ha cuantificado el odio, justificádolo con argumentos de viejas épocas, pero que hoy esta dañando a una sociedad y que ha abierto aún más  esa grieta, dejando que la temperatura de los ánimos colectivos y del hartazgo se haga más profunda, y así el odio de un grupo, es el argumento perfectamente editado para encontrar las víctimas donde descargarlo.

Los saqueos fueron un ejemplo de ello, porque se quebró el contrato social de convivencia, y la violencia pasó los límites,y  ya se ha convertido en un mal localizado en la médula colectiva de la paz urbana.  "Debemos ordenar el caos", decía Gandhi, pero el caos no se puede arreglar sin un gobierno que no toma el problema de la seguridad en serio, y la inseguridad hoy es un enfermedad  crónica en Argentina que no se soluciona con una aspirina. 

Ese discurso engañoso que diariamente nos quieren hacer creer que todo esta bien, que todo se soluciona, edificado sobre los supuestos nobles intereses que ellos exhiben, por hacer un país mejor, ya es parte de un simulacro de gobernabilidad. Quizás algunos aún sean tan ingenuos en creer que es así, pero el caos se va haciendo cada día más grave y no se ve la luz al final del túnel.

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