Durante la campaña presidencial, cuando la inflación se movía en torno al 25% en términos anualizados, recuerdo haber escuchado a Mauricio Macri declarar que bajar la inflación iba a ser “lo más fácil”. De hecho, ha llegado a decir públicamente lo siguiente: “a final del segundo año estamos en un dígito, estate seguro, esto es lo más fácil.”
Hoy, 2 años y medio de gestión macrista después, gestión que incluyó un violento serpenteo en las tasas de interés, la inflación anualizada se ubica cerca del 30% anual, y se espera siga escalando. Algo notable, que contradice a los propios dichos del titular de la jefatura de gabinete, que a esta altura, debería ser silenciado, por el bien de la Nación.
Empecemos…
El BCRA no determina las tasas. El mercado lo hace
En primer lugar, y antes de arrancar con este apartado, quiero recalcar lo siguiente, dado que a lo largo de la última semana he leído burradas de todo tipo en torno a este tema:
Las tasas las determina el mercado, y no la autoridad monetaria.
O sea, dada la cantidad de dinero y las señales que da el equipo económico, el mercado determina la demanda de “papelitos” del BCRA y de Hacienda. Como consecuencia, la tasa no depende directamente del equipo económico, sino de las ganas que tenga el mercado de estar parado en pesos y en deuda emitida por las autoridades locales. Algo, por definición, exógeno.
Esto es importante, porque mucha gente ha confundido la naturaleza de este fenómeno, particularmente a lo largo de los últimos 2 años y pico. Esto es así porque, en períodos donde hay confianza en la autoridad monetaria, generalmente la tasa “sugerida” por el Banco Central se aproxima mucho a la tasa que luego el mercado convalida. El problema de perder de vista esto es que, cuando ocurre algún tipo de shock de desconfianza en el mercado, la dinámica cambia, y esto deja de ser así.
De hecho, sin ir muy lejos, hemos sido y todavía estamos siendo testigos “oculares y bolsillísticos” de ello, ya que, por ejemplo, durante el mes de junio, el BCRA ha sugerido una tasa del 40%, pero sin embargo el mercado no convalidó dicho número y llegó a pedir tasas de entre el 45% y el 61%, mientras el dólar continuó avanzando a toda velocidad. Es que la demanda de dinero se encontraba en caída libre, y el BCRA con su sugerencia de tasas no puede controlarlo.
Recordemos que el BCRA controla la oferta de pasivos monetarios (la oferta monetaria y de pasivos remunerados), y, por definición, no se puede controlar simultáneamente la oferta, la demanda, y los precios.
No todo es malo
Más allá del reciente derrotero de datos agoreros, y esta imposibilidad del BCRA de controlar las muy descontroladas tasas que todavía están en torno al 45%, sí es cierto hay algunos puntos positivos que a destacar.
En primer lugar, la última licitación de LEBAC no trajo mayores sorpresas, y eso es algo muy positivo. El BCRA logró renovar un 75% del stock, lo cual no es poca cosa, en este escenario de aversión al peso generalizado, siendo este -además- más o menos el número que la autoridad monetaria tenía en mente. Es por eso que las tasas incluso mostraron una baja de algunos puntos porcentuales en los últimos días. Un dato positivo.
En segundo lugar, se continúa desarmando la “bomba nominal”, dada por el excedente de pesos (Base monetaria) y pasivos remunerados de muy corto plazo (LEBAC), y eso es una excelente noticia.
a) La “bomba” nominal que dejó el kirchnerismo a fines de 2015, con un ratio de pasivos monetarios sobre reservas muy complicado.
Recordemos que las reservas brutas del BCRA eran muy bajas, mientras el stock de LEBAC y la base monetaria eran muy altos, lo que dejaba en una situación altamente vulnerable al peso, cuestión que, de no resolverse, en dínamica tendía hacia una espiral inflacionaria.
b) Más allá de eso, es importante notar la fuerte caída de este ratio (algo bueno) en lo que va de 2018, principalmente por estos factores:
a. Se está desarmando el stock de LEBAC en términos nominales, a través de los canjes y colocaciones de “Toto” Caputo,
b. También la devaluación ha contribuido a licuar estos pasivos del BCRA,
c. La sucesión de cuantiosas colocaciones de deuda ha contribuido a incrementar el denominador de esta ecuación, o sea, las reservas, tirando abajo el ratio.
De esta manera, se ha llegado a una situación similar a la de fines de 2010, lo que es muy bueno, porque ayuda a despejar los fantasmas de una híper-inflación.
En tercer lugar, los resultados fiscales en lo que va de 2018 son buenos, lo que ayuda a dar credibilidad al plan fiscal del gobierno.
En concreto, al segundo trimestre del año, el gobierno está sobrecumpliendolas metas de déficit fiscal primario, lo cual le suma “porotos” a la hora de que le crean el plan de que va hacia un déficit primario nulo en el año 2020, tal como se comprometió a ejecutar con el FMI y los mercados.
De todos modos, no hay que confiarse
Más allá de estas victorias de corto plazo y el sendero “más razonable” que ha trazado el gobierno, lo cierto es que todavía hay varios frentes que insuflan mucha incertidumbre al asunto.
Para empezar, dado que el BCRA dejaría de asistir al fisco, lo cual quedaría plasmado en una reforma a la carta orgánica, que, en gran medida, tendría como objeto retrotraer parte de aquella vieja y polémica reforma de CFK de 2010 que terminó con la remoción de Martín Redrado, no queda del todo claro cómo se va a financiar semejante agujero en el corto plazo sin dicho instrumento. Cualquier colocación masiva de deuda es altamente distorsiva en términos macroeconómicos. Eso es algo a no perder de vista.
En este contexto, la coyuntura de la economía local no ayuda en nada: la economía está entrando en una recesión, la inflación está en plena fase de aceleración (a pesar de que Marquitos Peña diga lo contrario), mientras la sequía y el precio de la soja en mínimos de la última década siembran todavía más dudas sobre la capacidad de generar los dólares suficientes como para repagar las ya cuantiosas obligaciones financieras del sector público.
El panorama no es alentador.
Habiendo dicho esto, y tomando algo de distancia de los hechos más recientes, me parece oportuno dejar algo claro: si bien hay que festejar el hecho de que los fundamentals reminiscentes a los períodos previos a momentos de gran aceleración inflacionaria se están disipando, lo cierto es que las necesidades financieras son muy elevadas, y, como ya vimos en notas anteriores, ya estamos en un contexto de una seria fatiga financiera, donde a Hacienda cada vez le cuesta más colocar deuda, y lo está haciendo a tasas que resultan -de manera preocupante- cada vez más altas.
Una vez más, pareciera estamos entregados a la buena voluntad de nuestros acreedores.
Hasta la semana próxima,
Juan I. Fernández
Para CONTRAECONOMÍA
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