miércoles, 4 de julio de 2018

No se necesitan más dólares sino menos gasto público


Resultado de imagen para informe dolar idesaLa eliminación de la Selección de fútbol del Mundial de Rusia causa abatimiento. Especialmente porque se desaprovechó la posibilidad de capitalizar deportivamente a un grupo excepcional de jugadores que se destacan a nivel internacional. Para los miles de personas que fueron a Rusia a alentar a la Selección se agrega el imprevisto aumento en el costo del viaje al tener que hacer frente a los gastos con un dólar tocando los $30.
Cuando empezó el Mundial, el dólar ya había dado un salto desde $20, que estuvo hasta marzo, a $25. Es decir, una devaluación del 25%. Los hinchas en el exterior, además de la ilusión de ver a la Selección argentina salir campeón, tenían la expectativa de que el dólar, después de semejante ajuste, se mantuviera estable. Sin embargo, volvió a subir otro 20% hasta los $30 alterando de modo significativo los costos originalmente previstos del viaje.
¿Qué es lo que provoca esta presión tan intensa y persistente sobre el dólar? Como cualquier mercado, el valor del dólar se determina por la oferta y la demanda. Para observar cómo se comportan estas variables sirve apelar a los datos de la Balanza de Pagos. En el año 2017 –cuando el dólar se ubicaba por debajo de los $20– se observaba lo siguiente:
Había un exceso de importaciones sobre exportaciones por aproximadamente U$S 5 mil millones.
Había envío de remesas al exterior por otros U$S 15 mil millones.
Había un saldo negativo de la balanza de servicios –donde se destaca el turismo en el exterior– por casi U$S 10 mil millones.
Estos datos señalan que, a valores del dólar inferiores a $20, había una demanda anual del orden de los U$S 30 mil millones. Esta necesidad de divisas fue cubierta principalmente por el ingreso de unos U$S 34 mil millones generados por nueva deuda externa en dólares que contrajo el Estado. Bajo el argumento de que hay que avanzar gradualmente en el ordenamiento fiscal para evitar costos sociales se indujo un sideral ingreso de divisas vía deuda externa. La abundancia produjo un valor artificialmente bajo del dólar. La contrapartida fue el desaliento a las exportaciones, el aumento de las importaciones y el masivo turismo en el exterior (incluyendo los viajes al Mundial).
La endeblez de la estrategia es visible. No sólo por lo que muestra la Balanza de Pagos sino porque las reducciones de déficit fiscal primario (que destacan con insistencia las autoridades) apenas alcanzan para compensar el aumento en el pago de intereses que genera el endeudamiento. Como el déficit total (primario más intereses) no baja, la necesidad de continuar tomando deuda no se detiene. Esto explica la desconfianza de los inversores, aun cuando se haya logrado un acuerdo con el FMI por montos inéditamente elevados. Que el Estado ahora cuente con estos dólares no resuelve el problema de fondo ya que más temprano que tarde serán consumidos por el déficit fiscal total que no baja. La persistencia de las turbulencias, aun con acuerdo con el FMI, demuestra que el problema no es la escasez de dólares sino el exceso de gasto público.
La escalada del dólar no la va a parar el Banco Central sino una estrategia consistente de reducción del gasto público. Es clave continuar con la eliminación de los subsidios a los servicios públicos que benefician a segmentos de ingresos medios y altos y revisar los programas a través de los cuales los ministros nacionales derrochan recursos pretendiendo cogestionar servicios a cargo de las provincias y los municipios. También hace al ordenamiento fiscal que la Nación deje de administrar los servicios públicos que deben estar a cargo del gobierno de la Ciudad Autónoma y la Provincia de Buenos Aires.
No menos importante es revisar cada uno de los programas sociales, incluyendo el sistema previsional. El gasto en jubilaciones y pensiones es el mayor del Estado y viene creciendo al 30% anual, muy superior a la tasa que crecen los ingresos públicos. Por eso, es inconsistente insistir en la postura de no corregir costosas injusticias como, por ejemplo, la doble cobertura previsional que provoca la regla de pensión por fallecimiento.

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