Luis Laffarriere
La industria argentina tuvo su período histórico de mayor desarrollo entre los años 30 y mediados de los años ’70 del siglo XX, durante el llamado modelo ISI (de industrialización por sustitución de importaciones). Con la última dictadura militar esa industria fue herida de muerte, y ya agonizante a comienzos de los años ’90 sufrió el golpe demoledor de las políticas aplicadas durante esa década.
Eso llevó a una fuerte desestructuración y a una nueva reestructuración, cuyas bases se sentaron en los últimos años del siglo pasado. Quedaron en pie los sectores vinculados al procesamiento de bienes primarios (de origen agropecuario y mineral), sectores maduros oligopólicos productores de bienes intermedios; y la armaduría automotriz que resultó de los acuerdos de integración con Brasil en el Mercosur, que dejó a la Argentina en un rol de productor secundario, donde un auto terminado en nuestro territorio sólo tiene poco más del 20% de partes nacionales. A la vez, se dio un fuerte retroceso de las ramas con mayor desarrollo tecnológico e ingenieril.
Pero además de ese perfil sectorial primarizado y deformado, la industria sobreviviente y recreada mostrará una estructura fuertemente concentrada en pocos y grandes establecimientos dominando casi todos los mercados, con un peso mayoritario de empresas extranjeras; con mayor intensidad de capital y un marcado deterioro en las condiciones laborales (precariedad y bajos salarios).
La fuerte reactivación industrial ocurrida desde el 2003 tuvo como uno de los motores claves a las ganancias extraordinarias que fueron posibles por los bajos salarios existentes entonces en la Argentina, en especial en las grandes empresas y los grupos económicos que controlan las exportaciones.
La estructura vigente no se modificó en todo el período posterior, sino que se consolidó sobre las mismas bases, ayudada por un tipo de cambio inicial muy elevado (dólar caro) que hacía de barrera proteccionista ante la competencia del exterior y que posibilitó exportar en condiciones ventajosas para una gran cantidad de empresas.
Pero el grueso de las exportaciones industriales seguirán mostrando las mismas características: concentrada en muy pocas y grandes corporaciones, en muy pocos rubros, desarticulada y mayoritariamente en manos de propietarios extranjeros.
El propio proceso de crecimiento inédito que tuvo la economía fue cambiando esas condiciones iniciales favorables, ya que la mayor ocupación le fue dando más poder a las demandas laborales por la recomposición de los salarios perdidos, que en el segmento de los empleos formales poco a poco se fueron recuperando; a la par que el tipo de cambio se fue retrasando (lo que llevó a un dólar cada vez más barato) con la creciente pérdida de competitividad de muchas empresas industriales (en especial pequeñas y medianas).
No obstante, desde el 2007 se fue evidenciando un cambio de tendencia, donde la industria dejó de crecer al ritmo que tenía y dejó de generar empleo de manera significativa (recién ese año el empleo en la industria superó levemente al existente casi dos décadas atrás). Los sectores más concentrados adoptaron una estrategia de subir precios para mantener las superganancias, y por tratarse de firmas líderes y oligopólicas en diferentes mercados, han incidido en desatar un proceso inflacionario que continúa hasta ahora.
La inflación resultante fue convalidada por las propias políticas gubernamentales, ya que también las arcas del estado nacional han sido muy beneficiadas por la suba de precios, vía el fuerte incremento de la recaudación tributaria en todos estos años (apoyada en una estructura regresiva donde predominan los impuestos indirectos).
Las exportaciones industriales siguen siendo de manera predominante de origen primario, en especial las del complejo sojero (producción de alimentos para engordar ganado en China y Europa). El enorme beneficio de los precios récords de estos productos en el mercado mundial alentó estas exportaciones, pero el retraso del tipo de cambio (dólar barato) afectó al resto del sector en su conjunto, lo que se puso de manifiesto en el crecimiento sostenido de las importaciones, en la pérdida de competitividad y en la creciente salida de divisas.
Ello llevó al gobierno a adoptar medidas desesperadas que impiden por decreto el ingreso de mercaderías del exterior, pero carentes totalmente de una visión estratégica de mediano y largo plazo, y con escaso efecto en términos de un desarrollo industrial integrado y armónico, y menos dependiente del exterior.
Resumiendo, tenemos una industria primarizada, desarticulada y dependiente de las importaciones para funcionar, concentrada en grandes establecimientos y mayoritariamente en manos de empresas extranjeras. Poco competitiva a nivel internacional, excepto las ramas de transformación de bienes primarios.
Todo esto se ha mantenido oculto tras el precio récord de la soja en los últimos años, que con sus efectos derrame contribuye a ocultar graves problemas estructurales de la economía argentina, presagiando un futuro muy comprometido en el mediano plazo.
Algunos números
A pesar del crecimiento industrial producido en los últimos años, el peso de este sector en la economía sigue siendo similar a los años ’90. En esa década el promedio del PBI Industrial en el total del PBI osciló entre el 16 y el 18%; en los años de este siglo ese porcentaje osciló alrededor del 16%.
La concentración en la industria, si bien fue muy alta en los años ’90, aumentó aún más en lo que va del siglo. Las ventas de las 100 empresas fabriles líderes en la década del ‘90 oscilaron entre el 30 y el 35% del Valor Bruto de la Producción del sector industrial; en tanto que desde el 2004 en adelante supera el 40% del total.
Extranjerización. Dentro de la cúpula industrial, ha crecido de manera sostenida el peso de las empresas extranjeras, cuyas ventas pasaron de representar entre un 35 y un 60% del total en los años ’90, a significar más del 70% de las ventas en los últimos años.
¿Sustitución de importaciones? Si bien entre el 2003 y el 2010 se han sustituido importaciones por U$S 9.200 millones; en el mismo período hubo un creciente aumento de las importaciones, y la incidencia de los insumos intermedios, bienes de capital y repuestos importados sobre la producción industrial pasó del 18 % en el 2003 a cerca del 30 % en el 2009. Hoy el 60 % de los bienes de capital que se compran en Argentina son importados, superando la cifra que se observó durante la convertibilidad.
- Luis Lafferriere es Docente universitario de economía, Coordinador del Programa de Extensión “Por una nueva economía, humana y sustentable” de la Fac. de Cs. De la Educación de la UNER.
Fuente: Publicado en alainet.org
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