La
presidenta tiene muchas dotes de oradora pero muy poca capacidad para
escuchar, sus largas peroratas están resultando contraproducentes,
inclusive la utilización de añagazas que tiempo atrás concitaban
credulidad en ciertos simpatizantes, en este momento tienen efectos
adversos.
Por: Aldo Norberto Bonaveri
Pregon Agropecuario
A una semana del cacerolazo, el suceso sigue ocupando
centímetros en la prensa nacional e internacional. Desde la protesta
del campo en 2008 no se registraba en el país una movilización de tal
magnitud.
Como quedo bien
reflejado la convocatoria fue pergeñada desde las redes sociales y, si
bien el epicentro se registró en la emblemática Plaza de Mayo,
simultáneamente proliferaron réplicas en diferentes barros porteños,
puntos estratégicos del conurbano bonaerense y las principales ciudades
del interior.
Ponderar
cuantas personas participaron de las manifestaciones es una verdadera
quimera; la multiplicidad de las concentraciones, concurrentes que se
iban renovando y otras particularidades inherentes a las características
de la protesta así lo indican, no obstante se puede aseverar que
resulto cuantitativamente muy importante.
Otra
particularidad que le proporciona una marca distintiva fue la ausencia
de banderías partidarias y, referentes políticos que la lideraran. Las
manifestaciones se realizaron en forma democrática, sin registrarse
excesos violentos; como es de habitual en protestas multitudinarias se
dieron plétoras dialécticas y, algunos exabruptos minoritarios
impropios, pero el clima general imperante no merece mayores reparos.
Habida cuenta del ambiente de enfrentamiento fogoneado por adláteres
oficialistas y correspondidos por opositores fanatizados, lo acontecido
el jueves 13, se inscribe dentro de las jornadas callejeras más
civilizadas.
Consignas
hubo varias: En contra la reelección, la corrupción, la inseguridad, la
inflación, el autoritarismo, las mentiras del Indec, las restricciones
al dólar y, los abusos de la cadena nacional.
El
cacerolazo encarnó un fuerte llamado de atención para el Gobierno,
tanto por su dimensión, como por haberse reiterado largo de todo el
país. Más allá de algunas apreciaciones que intentaron minimizarlo en el
Gobierno causo preocupación, ningún funcionario calculaba tanta
concurrencia.
Para la
oposición la manifestación resultó más que satisfactoria, pero ha
quedado muy claro que ninguno puede capitalizarla, por el contrario,
también ellos deben interpretar el mensaje de una sociedad que no acepta
verlos tan dispersos y descoloridos.
Lecturas
pueden hacerse muchas, pero fundamentalmente la presidenta debe tomar
nota del significado. Ni los más optimistas podían estimar tan profusa
manifestación, no mediando otra invitación que la realizada por las
redes sociales por personas sin liderazgos políticos y sociales. Llama
la atención pero no existió publicidad alguna convocando, ni la
televisión, las radios o los diarios hicieron referencia previo a la
realización.
La historia
demuestra que el pueblo argentino es renuente para exteriorizar sus
reclamos masivamente, aquí no intervinieron compromisos de ninguna
naturaleza, no hubo micros transportando, ni choripanes convocantes;
esta reacción está indicando que el hartazgo está impregnando a
diferentes sectores de la sociedad; aunque algunos funcionarios
pretendieran descalificarla, lo observado evidencia que el conglomerado
reunido fue heterogéneo con mayor preponderancia de jóvenes y clase
media.
La protesta es la
consecuencia de diferentes factores protagonizados por el poder que al
acumularse, no son digeridos por un buen porcentaje de argentinos, los
reclamos realizados se compadecen con el pensamiento de muchos
compatriotas de todo el país. Nadie puede dudar de la legitimidad del
Gobierno, ni soslayar la contundencia del 54% cosechado por Cristina
Fernández en octubre pasado. Empero si la ciudadanía tiene todo el
derecho de expresar su descontento.
La
presidenta tiene muchas dotes de oradora pero muy poca capacidad para
escuchar, sus largas peroratas están resultando contraproducentes,
inclusive la utilización de añagazas que tiempo atrás concitaban
credulidad en ciertos simpatizantes, en este momento tienen efectos
adversos. No son pocos los ciudadanos que la avalaron en la última
elección, pero que hoy no consienten determinados procederes. Los
triunfos dan derechos, pero no incondicionales.
La
sociedad no politizada partidariamente no tolera la permanente
descalificación de los que no piensan igual, la soberbia en el manejo
del poder, un relato que cada vez es menos convincente, las
humillaciones impuestas a los gobernadores, etc.
Los
funcionarios que endilgan a los manifestantes integrar un núcleo que
aboga por mantener sus privilegios, muchos de ellos no tienen autoridad
moral para hacerlo, integran una casta que se ha enriquecido
exponencialmente y viven en el suntuoso Puerto Madero.
Lo
sucedido marca el éxito de la atípica convocatoria, las repercusiones
realzan otro tanto, ahora el nuevo desafío lo constituye la próxima
marcha que ya tiene fecha, el 11 de octubre.
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