La
improvisación, el oportunismo y el poco profesionalismo con que se
trata un tema de tanta seriedad y trascendencia para el futuro del país,
como es el consumo de drogas y el narcotráfico, desnudan el profundo
deterioro institucional que sufre la Argentina. Resulta notable el
contraste con Chile donde la dinámica política ha logrado colocar al
país en una senda de progreso económico y social sostenido. Las
estrategias no son directamente trasladables a la Argentina, pero hay
mucho para aprender de los éxitos del pequeño país trasandino.
La oposición liderada por Michelle Bachelet retornará a la presidencia de Chile luego de 4 años de gobierno de Sebastián Piñera. Aunque oficialismo y oposición impulsan planteos ideológicos diferentes comparten el rasgo común de la seriedad con que asumen las elecciones. Como parte del proceso electoral ambos formularon y pusieron a disposición de la sociedad un documento formal con sus respectivas propuestas de gobierno. Allí se describen los planes para educación, salud, adicciones, seguridad y justicia, impuestos, infraestructura, energía, defensa del consumidor, agricultura, pesca, minería, entre otras.
En la Argentina, por el contrario, prevalece un total sometimiento a las directrices que dictan los estudios de imagen. Esto lleva a eludir cualquier tipo de definición que pueda generar rechazos en algún segmento del electorado. Así, la contienda electoral se degrada a planteos con escasa sustancia y con mucha demagogia y descalificaciones a los rivales.
La calidad de los políticos chilenos es el reflejo de una sociedad que ha madurado en sus 23 años de democracia. La competencia no es sólo por imagen y carisma sino también por seriedad de las propuestas. Esto les ha permitido progresar a un ritmo mucho más rápido que el resto de la región. Por ejemplo, según datos de la CEPAL, entre los años 1990 y 2012 se observa que el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita tuvo la siguiente evolución:
· El PBI per cápita en dólares de Argentina creció un 30% pasando de U$S 6.954 a U$S 9.066.
· El PBI per cápita en dólares de Brasil creció un 82% pasando de U$S 5.922 en el año 1990 a U$S 10.790 en el año 2012.
· Chile aumentó su PBI per cápita en un 225% pasando de U$S 4.456 a U$S 14.484.
Los datos muestran que Chile pasó de tener un ingreso por habitante en el año 1990 que era entre un tercio y un cuarto inferior a los líderes regionales de aquellos años (Argentina y Brasil) a ser en la actualidad el país con mayor ingreso per cápita de Latinoamérica; casi un 50% superior al de Argentina y más de un tercio superior al de Brasil. Resulta muy sugerente que un país con un territorio estrecho y pequeño, con recursos naturales limitados, haya logrado en un contexto de libertad, democracia y elecciones limpias, superar en apenas un cuarto de siglo a dos países con una gran extensión territorial, diversidad de recursos naturales y beneficiados por el clima y la posición geográfica.
Más relevante aún es que Chile ha alcanzado una posición de liderazgo en materia de progreso social. Según el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –donde se ponderan variables sociales además de económicas- Chile, en el año 2012, se ubica en el puesto 40°, el más alto para un país latinoamericano; superando a Argentina (puesto 45°) y a Brasil (puesto 85°). Esto demuestra que, aunque Chile tiene una distribución del ingreso muy desigual, el crecimiento económico sostenido ha promovido una intensa y generalizada mejora en la calidad de vida de toda su población.
La construcción de buenas instituciones es la clave de los éxitos y está asociada a la calidad de la política. Un testimonio muy ilustrativo se da con el sistema educativo donde en Chile se viene manifestando mucha disconformidad por parte de los jóvenes. Frente a ello, ambas candidatas presidenciales enfatizan como elemento central de la agenda la calidad educativa, pero no dejan de explicitar sus divergencias en relación a temas sensibles como el fin de lucro en las escuelas subvencionadas por el Estado. Es decir, los candidatos no evaden la discusión ni apelan a la demagogia de armar el discurso exclusivamente a medida de lo que aconsejen los estudios de opinión.
En la Argentina, con problemas educativos no menos graves que los chilenos, los candidatos no superaron, en el mejor de los casos, los planteos genéricos y ambiguos. Ninguno tuvo el coraje de avanzar con propuestas concretas, seguramente por el consejo del asesor de imagen de que esto puede generar rechazos en determinados segmentos de la población, por ejemplo, entre los sindicatos docentes. Algo parecido está ocurriendo en la actualidad con el narcotráfico. En lugar de debatir propuestas con la actitud de construir una política de estado, prevalece un irresponsable oportunismo mediático.
La oposición liderada por Michelle Bachelet retornará a la presidencia de Chile luego de 4 años de gobierno de Sebastián Piñera. Aunque oficialismo y oposición impulsan planteos ideológicos diferentes comparten el rasgo común de la seriedad con que asumen las elecciones. Como parte del proceso electoral ambos formularon y pusieron a disposición de la sociedad un documento formal con sus respectivas propuestas de gobierno. Allí se describen los planes para educación, salud, adicciones, seguridad y justicia, impuestos, infraestructura, energía, defensa del consumidor, agricultura, pesca, minería, entre otras.
En la Argentina, por el contrario, prevalece un total sometimiento a las directrices que dictan los estudios de imagen. Esto lleva a eludir cualquier tipo de definición que pueda generar rechazos en algún segmento del electorado. Así, la contienda electoral se degrada a planteos con escasa sustancia y con mucha demagogia y descalificaciones a los rivales.
La calidad de los políticos chilenos es el reflejo de una sociedad que ha madurado en sus 23 años de democracia. La competencia no es sólo por imagen y carisma sino también por seriedad de las propuestas. Esto les ha permitido progresar a un ritmo mucho más rápido que el resto de la región. Por ejemplo, según datos de la CEPAL, entre los años 1990 y 2012 se observa que el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita tuvo la siguiente evolución:
· El PBI per cápita en dólares de Argentina creció un 30% pasando de U$S 6.954 a U$S 9.066.
· El PBI per cápita en dólares de Brasil creció un 82% pasando de U$S 5.922 en el año 1990 a U$S 10.790 en el año 2012.
· Chile aumentó su PBI per cápita en un 225% pasando de U$S 4.456 a U$S 14.484.
Los datos muestran que Chile pasó de tener un ingreso por habitante en el año 1990 que era entre un tercio y un cuarto inferior a los líderes regionales de aquellos años (Argentina y Brasil) a ser en la actualidad el país con mayor ingreso per cápita de Latinoamérica; casi un 50% superior al de Argentina y más de un tercio superior al de Brasil. Resulta muy sugerente que un país con un territorio estrecho y pequeño, con recursos naturales limitados, haya logrado en un contexto de libertad, democracia y elecciones limpias, superar en apenas un cuarto de siglo a dos países con una gran extensión territorial, diversidad de recursos naturales y beneficiados por el clima y la posición geográfica.
Más relevante aún es que Chile ha alcanzado una posición de liderazgo en materia de progreso social. Según el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –donde se ponderan variables sociales además de económicas- Chile, en el año 2012, se ubica en el puesto 40°, el más alto para un país latinoamericano; superando a Argentina (puesto 45°) y a Brasil (puesto 85°). Esto demuestra que, aunque Chile tiene una distribución del ingreso muy desigual, el crecimiento económico sostenido ha promovido una intensa y generalizada mejora en la calidad de vida de toda su población.
La construcción de buenas instituciones es la clave de los éxitos y está asociada a la calidad de la política. Un testimonio muy ilustrativo se da con el sistema educativo donde en Chile se viene manifestando mucha disconformidad por parte de los jóvenes. Frente a ello, ambas candidatas presidenciales enfatizan como elemento central de la agenda la calidad educativa, pero no dejan de explicitar sus divergencias en relación a temas sensibles como el fin de lucro en las escuelas subvencionadas por el Estado. Es decir, los candidatos no evaden la discusión ni apelan a la demagogia de armar el discurso exclusivamente a medida de lo que aconsejen los estudios de opinión.
En la Argentina, con problemas educativos no menos graves que los chilenos, los candidatos no superaron, en el mejor de los casos, los planteos genéricos y ambiguos. Ninguno tuvo el coraje de avanzar con propuestas concretas, seguramente por el consejo del asesor de imagen de que esto puede generar rechazos en determinados segmentos de la población, por ejemplo, entre los sindicatos docentes. Algo parecido está ocurriendo en la actualidad con el narcotráfico. En lugar de debatir propuestas con la actitud de construir una política de estado, prevalece un irresponsable oportunismo mediático.
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