Columnista
Desde tiempos inmemoriales
filósofos y pensadores de todas las épocas han buscado y creído posible -y
hasta deseable- la meta de la propiedad común como medio de supresión de la
propiedad privada. Sin embargo, este ideal adquirió su mayor fuerza con el advenimiento
de las teorías marxistas que pretendieron darle a tal objetivo la categoría de "científico",
y por lo tanto plenamente realizable.
Al respecto, explica el Dr. A.
Benegas Lynch (h):
"Roosevelt
formula diversas críticas a la idea de abolir el mercado e intenta algunas
explicaciones sobre las dificultades que surgirán cuando se adopta esa política
pero afirma que la propiedad común de los medios de producción se derivaría
lógicamente de la premisa marxista. La premisa consistiría en que la etapa
anterior de la sociedad comunista -el capitalismo- producirá la abundancia
plena". ... "De ahí Roosevelt concluye que se asume la abundancia (p.
128) “por tanto en la visión de Marx, la sociedad comunista no tendrá que
pelear con ‘el problema económico’, podrá lograr sus metas en un
medio de abundancia” (p. 129). Anotamos al margen que esta lectura sobre Marx
y Engels -en cuanto a que asumen la abundancia- no nos parece ajustada
rigurosamente al sentido del texto, pero sin duda que si este fuera el caso no
tendría sentido la propiedad privada de bienes y servicios, ni tampoco el mercado."[1]
Por supuesto que,
si la abundancia fuera simplemente un dato de la realidad o, en otras palabras,
la escasez hubiera desaparecido por completo de la faz del planeta, no existiría
problema alguno en establecer un régimen de propiedad común, ya que habiendo "de
todo para todos" y sobrando en las cantidades deseadas todos los bienes,
carecería de objeto incluso la ciencia económica misma.
Sin embargo, lamentablemente
no es ese el mundo en el que vivimos, al menos no lo es por el momento, y no lo
será por muchísimo tiempo más. Los recursos continúan siendo escasos frente a
necesidades humanas ilimitadas, y es precisamente en virtud de este último principio
que si es un dato de la realidad que la propiedad común nunca ha podido ser, ni
antes ni hoy, posible.
"El
socialismo no persigue en modo alguno la división de los medios de producción y
también desea hacer más que solamente expropiarlos; busca producir sobre la
base de la propiedad común de los bienes de producción. Por tal razón, aquellas
proposiciones que sólo apuntan a la expropiación de los medios de producción no
pueden ser consideradas como socialismos; a lo más, pueden constituir
proposiciones para una vía hacia el socialismo."[2]
Pero la propiedad
común de los bienes de producción, allí donde se la ha intentado, ha demostrado
ser imposible, dado que la propiedad siempre es o pertenece a alguien, y sólo
hay dos maneras de apropiarse de ella: una es por la fuerza y la otra es
mediante acuerdos libremente celebrados y pactados entre las partes, lo que
jurídicamente se denominan contratos.
Tampoco existen fórmulas
intermedias o transaccionales entre la propiedad común y la propiedad
privada. Siempre será una o la otra. Ambas son excluyentes:
"Todo
intento de abolir a través de una transacción el contraste existente entre la
propiedad común y la propiedad privada de los medios de producción es, por lo
tanto, equivocado. La propiedad siempre estará localizada allí donde resida el
poder de decisión. En consecuencia, el socialismo de estado y las economías
planificadas, que desean conservar la propiedad privada legal y nominalmente
–pero que en el hecho subordinan el poder de disponer a las órdenes del
estado porque persiguen socializar la propiedad– son sistemas socialistas
en todo el sentido de la palabra. La propiedad privada sólo existe allí donde
el individuo puede manejar su propiedad privada de los medios de producción del
modo como considere más ventajoso."[3]
Esto es, ni más ni
menos, lo que ocurría en los sistemas nazi y fascista, donde jurídica y
nominalmente se permitía que la propiedad figurara en cabeza de personas o
empresas, pero que -en los hechos o también legalmente- quienes eran los únicos
facultados a tomar decisiones sobre la administración y disposición de tales
propiedades eran los funcionarios nazis o fascistas. Como explica L. v. Mises,
se trataban de socialismos de estado y economías planificadas. Y así sigue
siendo hoy en día, aunque los gobiernos del mundo no digan adherir ni al
nazismo ni al fascismo, no obstante adoptan sus mismos métodos, quizás algo menos
violentos a los que implementaban Hitler, Mussolini y fauna similar a estos dos
ejemplares.
En efecto, los
controles de precios, las restricciones al comercio exterior (importaciones y
exportaciones) la inflación, las regulaciones gubernamentales, el gasto
público, los impuestos, y el sin fin de desorbitadas medidas económicas que los
gobiernos adoptan, no son otra cosa más que virulentos ataques a la propiedad
privada para reemplazarla por una falsa propiedad "común", que de "común"
sólo tiene que pertenece en común a los políticos que dirigen el gobierno. Toda
propiedad común implica una transferencia de ingresos del sector privado al sector
estatal, es decir, una lisa y llana expropiación de la propiedad.
Es que, como ha explicado
el genial Friedrich A. von Hayek:
"Nuestra
generación ha olvidado que el sistema de la propiedad privada es la más
importante garantía de libertad, no sólo para quienes poseen propiedad, sino
también, y apenas en menor grado, para quienes no la tienen."[4]
La propiedad "común"
fue, es y seguramente será siempre un mito.
(*) www.accionhumana.com
[1]
Alberto Benegas Lynch (h). Socialismo de mercado. Ensayo sobre un paradigma
posmoderno. Ameghino Editores y Fundación Libertad –Rosario. Pág. 102
y 103.
[2]
Ludwig von Mises. "SOCIALISMOS Y PSEUDOSOCIALISMOS" Extractado de Von
Mises, Socialism: An Economic and Sociological Analysis, capítulos 14 y 15. La
traducción ha tenido como base la versión inglesa publicada por Liberty
Classics, Indianápolis, 1981. Traducido y publicado con la debida autorización.
Estudios Públicos, 15. Pág. 28 y 29
[3]
L. v. Mises, "SOCIALISMOS Y..." Op. Cit. Pág. 37
[4]
Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial.
España. pág. 140
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