Una de las mejores y más brillantes películas de Woody Allen es Zelig, de 1983, una de las menos conocidas y donde Woody cubre en forma de comedia un denso análisis de la alienación, los fenómenos de masas y la pérdida de la propia personalidad y de la intimidad. Un análisis completo de todos los elementos que aparecen en esa película daría para un libro.
La película es una caricatura, en forma de documental, de un caso extremo de alienación. Leonard Zelig asume la personalidad de otros para ocultarse a sí mismo. Cuando está con médicos, se comporta con un médico.
Cuando está con gordos, se hace gordo.
Cuando está con negros, se hace negro.
Y así sucesivamente, relatado por Woody Allen con un desopilante humor que oculta al espectador la densidad filosófica y psicológica del tema de la alienación.
Zelig es tratado en el Hospital de
Manhatan por Eudora Fletcher, psiquíatra, quien logra curar a Zelig cortando
psicoanalíticamente el mecanismo de identificación usado por su paciente.
Pero
ya curado, surgen a la luz varias cosas que Zelig había relizado en sus
diversas alienaciones: mujeres con las que se había casado, y diversas víctimas
de su identificación con dentistas, cirujanos y parteros. La opinión pública se
le vuelve totalmente en contra y Leonard tiene una recidiva total de su
enfermedad. Desaparece. Corrían los años 30. Por una casualidad Eudora lo
descubre en una manifestación nazi: obviamente, Zelig se había sumergido en la
masificación de ese enorme movimiento totalitario.
Lo va a buscar, intentan huir
y……………….. Lo logran. Pero de un modo “espectacular”. Eudora trata de escapar en un avión (de los de
la 1ra guerra), dado que era piloto, pero se desmaya; Zelig se mimetiza
nuevamente, se convierte en piloto y cruza
todo el océano atlántico con el avión cabeza para abajo.
Entonces es recibido
nuevamente por la opinión pública norteamericana, con gran fervor. Recibe el
perdón presidencial, lo vitorean en las calles de New York y le dan las llaves
de la ciudad.
En el absurdo y la imposibilidad de
la hazaña, Woody Allen encuentra el símbolo de gran cantidad de personas que
tratan, como diría Buber, a muchas otras en tanto “eso”, como un mero
instrumento de diversión, cuando “sirven” como gran espectáculo, como gran
circo. No se le perdona a Leonard Zelig por ser él mismo, es más, eso
habitualmente no se perdona; al contrario, la opinión pública lo “ama” porque
le ha servido como espectáculo, tapando nuevamente su personalidad. Es lo que
ocurre con el fanatismo por grandes deportistas, cantantes, actores, etc.
Y los
“fans” se masifican de tal modo que también pierden su propio ser: ad-miran,
pero no miran hacia el otro en tanto su esencia. Ad-mirar es mirar de abajo
hacia arriba, como sugestionados por un aspecto que también nos produce
identificación con el admirado y por lo tanto perdemos también nuestro propio
yo. Ad-mirado y ad-miradores se alienan mutuamente: el ad-mirante se identifica
con un aspecto que absolutiza (el “sin límites”: regresión a la etapa infantil
más primaria del Edipo) y el ad-mirado se deja mirar de ese modo por un aspecto
que lo disfraza de super-man y le quita la esencia más profunda: un individuo
con límites.
Los medios de comunicación actuales y
las modernas tecnologías pueden incrementar el problema pero los fenómenos de
masificación son intrínsecos a la naturaleza humana. Woody Allen, en su
extraordinaria película, critica a la masificación de los movimientos
totalitarios pero también a una cultura masificada del espectáculo que endiosa
a seres comunes y corrientes produciendo entre los fans y el tan admirado
personaje un fenómeno de alienación mutua, e imposibilidad radical de encuentro
consigo mismo y, por lo tanto, una imposibilidad radical de amor auténtico.
Los que están en situación de ejercer
un legítimo liderazgo, ya político, religioso, artístico o educativo, para ser
verdaderos líderes tienen que enseñar, y para ello, deben estar precavidos y
cautos ante la fanatización. Parte esencial de su liderazgo será, por ende,
exhortar la conciencia crítica de aquellos a los que hablan, que es su
audiencia. El líder debe conducir a los demás no al fanatismo, sino a la madurez.
El líder debe, en términos lacanianos, barrarse a sí mismo públicamente, esto
es, mostrar sus límites. Puede ejercer sanamente una primera etapa de
transferencia (rol paterno) pero sólo para luego ejercer la segunda, donde el
paciente se descubre dolorosamente a sí mismo.
No se lo puede pedir esto, por
supuesto, a pobres adolescentes que, víctimas a su vez de sus padres, son
lanzados al ruedo de la fama que no pueden manejar,seguidos por otro ejército
de adolescentes fanatizados. Tampoco, tal vez, a ciertos deportistas cuya
insanía mental, igual que Zelig, es transformada en idolatría por la patología
mental de los millones de alienados que los siguen. Pero profesores, políticos
y líderes religiosos, por favor, estén atentos. Trabajamos con la palabra y la
sugestión. Es un arma de doble filo. Las palabras construyen los imperios y los
destruyen, las palabras curan o matan. El líder que fomenta el culto a su
persona, el líder que ya no puede mirar, sino sólo ser ad-mirado, se ha vuelto
adicto al endiosamiento de aquellos a quienes debía guiar hacia el bien
auténtico. Ya no es líder, es un amo, victimario de sus esclavos y esclavo, a
su vez de su borrachera de poder.
PUBLICADO CON LA AUTORIZACION DE SU AUTOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario