Columnista
La
idea de que el "estado debe mejorar" la condición de la gente no es,
por cierto, nueva, pero ha ganado mucho impulso en las últimas décadas
entre personas –incluso- que tienen una cierta "cultura". Claro que,
poseer una cierta "cultura" no es sinónimo de ser depositario de ideas
claras, y menos aun de las ideas correctas. Se dice que el mal llamado
"estado benefactor" ha de ocuparse de tratar de igualar las rentas y
patrimonios de las personas. Pero no ha sido infrecuente en la
historia, y aun en la época actual, que detrás de la máscara del
"estado benefactor" se esconda un "estado" totalitario, como explica el
Dr. A. Benegas Lynch (h):
"Es
cierto que no es posible hacer un tajo en la historia separando el
antes y el después como si en nuestra época se hubiera abandonado el
sistema empobrecedor. Lamentablemente, a partir de la primera guerra
mundial, han aflorado sistemas socialistas y socializantes que parieron
sistemas totalitarios, autoritarios, algunos de los cuales se ocultan
bajo la fachada de aquella contradicción en
términos denominada “Estado Benefactor”. Hoy día, tal vez el ejemplo
más repugnante de una gigantesca y hedionda cárcel queda plasmada en la
Cuba de Castro."[1]
La
propia dinámica de los "estados benefactores" los lleva a convertirse
en "estados" totalitarios, ya que la pretensión de satisfacer todas las
necesidades de los individuos conduce inexorablemente a tal resultado.
Es por esa razón que, muchos países donde este tipo de "estados" han
tenido gran promoción, han debido de detenerse y -en muchos casos- dar
marcha atrás a la pretensión de constituir y afianzar tal clase de
"estados".
También
existe una gran mitología respecto a estados "benefactores" como
Suecia, país donde se pudo establecer tal tipo de política simplemente
porque previamente se siguieron mecanismos pro-capitalistas:
"Para
1950, antes de que se forjara el Estado Benefactor sueco, la economía
sueca se había cuadruplicado. La mortalidad infantil había sido
reducida en un 85 por ciento y la expectativa de vida había aumentado
milagrosamente en 25 años. Estábamos en camino a abolir la pobreza. Nos
habíamos globalizado."[2]
Para
repartir lo que el "estado benefactor" "generosamente" distribuye es
indispensable e inexcusable que antes se haya creado una riqueza
suficiente que lo permita, lo que sólo es posible y viable bajo un
sistema capitalista de producción, y no en ningún otro. En diferentes
palabras, el "estado" sólo puede regalar lo que antes otro u otros han
producido. Y siempre es mucho más fácil ser "dadivoso" repartiendo lo
que otros han elaborado, que haciéndolo con los bienes propios de cada
uno de nosotros.
Lo cierto es que, el estado "benefactor" empeora la condición de los pobres:
"el
“estado benefactor” -que siempre se comportó como un elefante en un
bazar- ha hecho mucho por denigrar el concepto de caridad (que siempre
es un acto voluntario realizado con recursos propios), ha generado más
pobreza y ha intentado pasar el mensaje que es responsabilidad del
estado el ocuparse del prójimo. Ahora amenaza con producir nuevos
desastres pero en el terreno ecológico. Es hora de rescatar el
imperativo moral del singular y no dejarse engañar por la hipocresía
del plural. Y cuando se recurre al singular debe estarse alerta que no
se trate del uso cínico del singular falso al que echan mano políticos
en campaña o en ejercicio machacando el tedioso “voy a resolver los
problemas del hambre, la pobreza y la marginación”. Este es un singular
falso porque significa el uso coactivo del fruto del trabajo ajeno.
Tras esto se esconde la verdad: el plural que sólo está disfrazado para
que los mequetrefes del poder puedan ocultar sus fechorías."[3]
El
"estado de bienestar" es el mecanismo por el cual se práctica la mal
llamada "justicia social", que consiste en despojar por la fuerza a
unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no les pertenece.
En pocas palabras, es la consumación del "estado" ladrón, o del
"estado" delincuente, en términos lisos y llanos.
"El
Estado Benefactor moderno ¿realmente ayuda a los pobres? La noción
generalizada, la idea que impulsó al Estado Benefactor y lo mantuvo
vigente es que, en esencia, redistribuye ingresos y riqueza de los
ricos hacia los pobres: el sistema de impuestos progresivos recauda
dinero de los ricos mientras que numerosas agencias y otros servicios
lo canalizan hacia los pobres. Pero incluso los (seudo) progresistas
PPSD, los grandes defensores e impulsores del Estado Benefactor, están
comenzando a darse cuenta de que cada parte y cada aspecto de esta idea
no es más que un mito. Los contratos gubernamentales, en particular los
militares, encauzan los fondos tributarios hacia las corporaciones
favorecidas y los trabajadores industriales, que reciben sueldos
sustanciosos."[4]
Este
tipo de "estados" no son más que fuente de corrupción, como se observa
en los populismos latinoamericanos (Argentina con los Kirchner,
Bolivia con Morales, Ecuador con Correa, Venezuela dominada por el
comunismo castrochavista, Nicaragua sandinista, etc.) donde los
gobiernos tejen y manejan fabulosos negociados, siempre a costa de los
que menos tienen. Así ya había ocurrido en EEUU como explica Murray N.
Rothbard:
"Las
leyes estatales o federales de prorrateo de combustibles determinan
límites máximos absolutos para la producción de crudo, con lo cual
elevan los precios del petróleo, que además se mantienen altos por las
restricciones a la importación. Y el gobierno concede en todo el país
un monopolio absoluto en cada área a compañías de gas, electricidad y
teléfonos, protegiéndolas de la competencia, y establece sus tarifas
para poder garantizarles un ingreso fijo. En todas partes y en todas
las áreas ocurre lo mismo: el despojo sistemático de la mayoría de la
población por parte del "Estado Benefactor"."[5]
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