Por el Dr. Gabriel Boragina (*)
Columnista
Política
y jurídicamente, las palabras "estado" y gobierno representan
conceptos diferentes, sobre los que ya nos hemos ocupado extensamente
en otros lugares[1].
Sin embargo, no es posible dejar de reconocer que, en el uso coloquial
ambos vocablos son ampliamente utilizados como sinónimos, si bien con
una altísima carga de ambigüedad por parte de quienes así los emplean.
Con todo, es indudable que la mayoría de la gente se refiere
indistintamente a una misma cosa cuando usa una u otra palabra. Lo que
nos proponemos ahora, es trazar una breve semblanza de lo que para
algunos autores muy importantes significan los conceptos de "estado" y
gobierno liberal.
El profesor L. v. Mises parece diferenciar "estado" liberal de gobierno liberal:
"en
la constitución política de un estado liberal no resulta difícil
conceder una cierta independencia al gobierno local. La necesaria
coordinación de las partes dentro del todo está suficientemente
asegurada por la obligación impuesta a cada unidad territorial para que
maneje sus asuntos en el marco de las leyes."[2]
Según
este párrafo, para el distinguido economista austriaco, el de "estado
liberal" vendría a ser más bien un concepto de orden político antes que
económico, reservando –también en apariencia- el de gobierno liberal para aludir al aspecto económico, como, por ejemplo, lo hace en este pasaje:
"No
hubo nunca poder político alguno que voluntariamente desistiera de
interferir la libre operación y desarrollo de la propiedad privada de
los medios de producción. Los gobiernos toleran, en efecto, el derecho
dominical de los particulares sólo cuando no tienen otro remedio; jamás
admiten voluntariamente su conveniencia social. Hasta los políticos
liberales, reconozcámoslo, cuando llegan al poder, relegan a un cierto
limbo las ideas que les amamantaron. La tendencia a coartar la
propiedad, a abusar del poder y a desconocer la existencia de un sector
no sujeto al imperio estatal hállase tan implantada en la mentalidad
de quienes controlan el aparato gubernamental de fuerza y coacción que
no pueden resistir la tentación de actuar en consecuencia. Hablar de un
gobierno liberal, realmente, constituye una contradictio in adjecto. Sólo la presión de unánime opinión pública obliga al gobernante a liberalizar; él jamás, de motu propio, lo haría."[3]
Es
cierto que en esta parte L. v. Mises aparenta estar empleando -en
última instancia- como sinónimos las palabras "estado" y gobierno, que
es -como anticipamos- el uso general que le dan una mayoría de
personas. Con todo, no parece descartar de plano la existencia de un
gobierno liberal (a pesar de afirmar enfáticamente que se trata de una contradictio in adjecto)
sino que lo que más bien parece quiere indicar es que, ningún gobierno
llegará, ni por iniciativa propia ni espontánea ni -menos aun-
voluntariamente a practicar el liberalismo, sino que sólo y
exclusivamente por la vía de una intensa presión social en sentido
contrario a la opresión y la dominación podría un gobierno verse forzado
a volcarse hacia el liberalismo, con lo que, en resumidas cuentas,
podría hipotéticamente llegar a configurarse -en ciertos casos- algo
semejante a un gobierno liberal, no –reiteramos- por motu propio de sus
componentes, sino por oposición ("presión de unánime opinión pública")
de la sociedad. Es decir, la condición previa necesaria (aunque no
suficiente) de la existencia de un gobierno liberal, sería la de una
sociedad auténticamente liberal, que le sirva no sólo de base sino de
elemento de presión constante que lo impulse hacia el liberalismo.
Va
de suyo que un gobierno antiliberal no podría sostenerse en una
sociedad liberal, de tal suerte que, en tanto la sociedad de la que
emerge siga siendo liberal, el gobierno siempre se verá forzado a
enmarcar su accionar en dicha doctrina. Los gobiernos antiliberales
afloran únicamente allí donde mayoritariamente se los apoya o se les
teme.
El Dr. Mansueti, por su lado, resume las características que él entiende ha de tener un gobierno liberal:
"...en
un Gobierno liberal, las actividades privadas son privadas, y en ellas
no intervienen los Ministros ni diputados sino los jueces, y sólo en
los casos que van a Tribunales. Así la corrupción no desaparece, pero
al reducirse los Ministerios, la burocracia, las compras etc., se
limita a las obras públicas y poco más allá, y se reduce a niveles
manejables (y castigables) con sus remedios propios: judiciales."[4]
El
grado de liberalismo de un gobierno decrece en relación inversa al
aumento del grado de intervencionismo del mismo. Este fenómeno es
claramente observable en el mundo entero, y muy particularmente en
Latinoamérica, donde el aumento de los índices de corrupción en países
como Argentina bajo el régimen de los Kirchner, Bolivia con Evo
Morales, Ecuador con Correa y Venezuela castrochavista es una clara
demostración del hecho.
Hayek, define por exclusión al "estado" liberal:
"Cuando
al hacer una ley se han previsto sus efectos particulares, aquélla
deja de ser un simple instrumento para uso de las gentes y se
transforma en un instrumento del legislador sobre el pueblo y para sus
propios fines. El Estado deja de ser una pieza del mecanismo utilitario
proyectado para ayudar a los individuos al pleno desarrollo de su
personalidad individual y se convierte en una institución «moral»:
donde «moral» no se usa en contraposición a inmoral, sino para
caracterizar a una institución que impone a sus miembros sus propias
opiniones sobre todas las cuestiones morales, sean morales o
grandemente inmorales estas opiniones. En este sentido, el nazi u otro
Estado colectivista cualquiera es «moral», mientras que el Estado
liberal no lo es."[5]
Los
"estados morales" pues, resultan ser los estados totalitarios, o como
en el caso de los países citados, los que aspiran a serlo en el corto,
mediano o largo plazo.
[1] Véanse nuestros libros, La democracia; 2º edición. Ediciones Libertad, Buenos Aires, y Socialismo y capitalismo; 1º edición. Ediciones Libertad, Buenos Aires.
[2] L. v. Mises. Socialismo. Fragmento publicado por Estudios Públicos, pág. 23
[3] Ludwig von Mises. Liberalismo. La política económica liberal. Ed. Orbis, Madrid. págs. 92-93
[4] Alberto Mansueti. Las leyes malas (y el camino de salida). Guatemala, octubre de 2009. pág. 62
[5] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 109-110
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