martes, 26 de noviembre de 2013

El principio de los derechos humanos

Por Alejandro A. Tagliavini :
Los derechos humanos empiezan, es una obviedad, en el derecho a la vida. Y la vida, ya lo sabían los clásicos griegos, se desarrolla de manera intrínseca, de adentro para afuera, como cuando los niños ganan altura no es cierto que suceda porque, durante las noches, las madres los cuelgan del perchero.
Pero dicen las malas lenguas que en la Casa Rosada hay vampiros de los que duermen colgados. Será por eso que el gobierno argentino provoca situaciones desopilantes como arrancarles dólares a los exportadores a precio vil, desalentando la producción, para ofrecerlos a viajeros por placer y compras superfluas. Pero en esto de desalentar la producción para alentar la vagancia el chavismo se lleva las palmas. Entre otras causas, debido a las súper rebajas socialistas decretadas por Maduro, decenas de miles de personas han esperado 10, 20, 40 horas o más en colas para comprar bienes prescindibles. Calcule las horas malgastadas en total.
Según estimaciones, 13 millones de personas han sido afectadas por el tifón Haiyan, en Filipinas. Las pérdidas globales relacionadas con el clima han aumentado desde los US$8,000 millones anuales durante los 80, hasta US$195,000 millones durante la última década, según el grupo asegurador Munich Re. El total de daños llega a US$3.7 billones entre 1980 y 2012. De ellos, el 74% se relaciona con las condiciones meteorológicas extremas. Según el Banco Mundial, invertir preventivamente antes de los desastres conllevaría un ahorro de hasta el 50%.
El huracán que inundó Nueva Orleans, por caso, no hubiera tenido efectos tan desastrosos de no ser porque las defensas diseñadas en una oficina burocrática estatal no eran las adecuadas que hubieran podido construir las personas afectadas, a través de compañías aseguradoras, por ejemplo, si el gobierno lo hubiera permitido. No es casual que 85% de las víctimas mortales por catástrofes ocurren en países con ingresos bajos o medios, según NacCatService. Es que, precisamente, el flojo crecimiento económico muestra que el desarrollo natural de esa sociedad está siendo coartado extrínsecamente.
En estos ejemplos se ve la ineficiencia cuando pretende desarrollarse la vida humana extrínsecamente. Lo más eficiente, finalmente, es aquello que hace que el hombre se desarrolle lo mejor posible, pero como el desarrollo natural es intrínseco la eficiencia también lo es, no puede ser impuesta desde afuera. “De cuantas acciones ejecuta el hombre, sólo aquéllas pueden decirse propiamente humanas… (cuando) él es dueño de sus actos… Son, pues, en realidad humanas las acciones que provienen de voluntad deliberada, y si otras ejecuta, serán acciones del hombre, más no acciones humanas, ya que no obra en ellas como hombre en cuanto tal”, dice santo Tomás en la Suma de Teología (I-II, q. 1, a. 1.).
Aristóteles distingue el ser –humano– en acto y en potencia (la posibilidad intrínseca de llegar a ser lo que aún no es). Consecuentemente, el movimiento, las acciones –el desarrollo– es, precisamente, el paso de la potencia al acto, es decir, “el acto del ente en potencia en tanto está en potencia” dice en la Física (III, 1). En definitiva, la verdadera autoridad existe cuando el obediente decide libremente, en cada acto, obedecer como cuando los niños van por la vida imitando a los padres o el aprendiz sigue al maestro para conseguir la excelencia. Así, la “autoridad” por imposición coactiva es inmoral, ineficiente.
Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

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