Columnista
¿Qué
rol juegan las expectativas en la economía? Y ¿qué clases de
expectativas encontramos en ella? Lo primero que debemos despejar es el
concepto económico de expectativa, que se deriva de su significación general, mucho más amplia por supuesto:
"expectativa.
Aquella previsión o suposición sobre el futuro que afecta el
comportamiento presente. Las decisiones económicas raramente se toman
sobre la base exclusiva de los datos del presente: todo agente tiene,
por lo general, alguna idea de cómo evolucionarán los precios en el
futuro, y de acuerdo a ella decide su conducta. Sobre la base de las
expectativas es que se realiza la especulación, se efectúan
inversiones, se solicitan y otorgan préstamos y se desarrollan muchas
otras acciones básicas de la vida económica."[1]
Desde
luego que, esa "idea de cómo evolucionarán los precios en el futuro"
no significa -automáticamente- que sea correcta, que se ajuste a la
verdad, o que se condiga con la realidad. Es decir, dicha idea no
reviste ningún tipo de infalibilidad. A este aspecto, de alguna manera, alude la segunda parte de la definición que estamos comentando:
"Las
expectativas, por otra parte, no deben ser entendidas como una
previsión científica deducible a partir de una ley, sino como
estimaciones que tratan de reducir en lo posible el nivel de
incertidumbre propio de toda actividad económica: el hecho de que un
agente económico tenga expectativas definidas no es suficiente para
determinar por completo el curso de acción que se seguirá; es preciso
tener en cuenta que los otros agentes con los que el primero interactúa
también tienen expectativas, por lo que la resultante puede ser
diferente según tales expectativas coincidan o discrepen en mayor o
menor proporción."[2]
Sin
embargo, las expectativas como tales, poco valor tendrán si no existe
ese "curso de acción" que –forzosamente- ha de seguirles para que
adquieran alguna relevancia en el campo de la economía. En otras
palabras, si bien puede decirse que la expectativa es -sin duda- un
componente de la acción humana, no equivale a la acción humana en sí
misma, sino que, en cierto modo, es un prerrequisito de esta última. Se
puede actuar conforme a una determinada expectativa, o bien puede
dejarse de actuar por un cambio de expectativa.
A veces se ha hecho uso en economía del concepto de expectativas racionales:
"expectativas racionales.
Formulación de previsiones sobre el comportamiento futuro de la
economía sobre la base de la adquisición y uso racional de la
información. La teoría de las expectativas racionales supone que los
actores económicos ajustan su conducta no sólo a los datos de la
realidad presente, sino también a las expectativas de evolución que
pueden inferirse a partir de ella. De ese modo los inversionistas,
compradores y vendedores, estiman el comportamiento a futuro de
diversas variables macroeconómicas de importancia -crecimiento,
inflación, tasa de cambio, etc.- tratando de maximizar sus beneficios
ante la situación que racionalmente calculan que existirá. El hecho de
que los actores económicos procedan de esta manera, lo cual se
comprueba casi siempre en la práctica, resta poder de maniobra a las
políticas económicas de los gobiernos, pues los efectos de las mismas
son anticipados y contrarrestados por quienes intervienen en el proceso
económico."[3]
El
tenor de la definición parecería indicar una expectativa a más largo
plazo que la definida en primer lugar, y por otro lado da por implícita
la acción consecuente a la que hacíamos referencia más arriba.
M. N. Rothbard también se refiere a las expectativas (sin calificarlas) cuando explica el mecanismo en el que opera la inflación:
"Al
igual que en el caso de los billetes “asignados” que sirvieron de
papel moneda durante la Revolución Francesa, tenemos aquí una panacea
mágica para resolver las dificultades del gobierno: ¡inyectemos más
dinero en la economía, y los precios subirán sólo un poco!
Envalentonadas por el aparente éxito del plan, las autoridades aplican
más de lo que presuntamente ha funcionado tan bien, y la inflación
monetaria avanza a pasos acelerados. Con el tiempo, sin embargo, las
expectativas y opiniones del público respecto del presente y el futuro
económico sufren un cambio de vital importancia. La gente empieza a
comprender que no habrá ningún retorno a la pauta de preguerra, que la
nueva norma es la persistente inflación de los precios, que éstos
continuarán subiendo en lugar de bajar. Se inicia entonces la segunda
fase del proceso inflacionario, con la continuada caída de la demanda
de saldos de caja sobre la base de la siguiente composición de lugar:
“Será mejor que gaste mi dinero en X, Y y Z ahora, porque sé muy bien
que el año próximo los precios serán más altos”. Los precios empiezan a
aumentar más que el incremento de la oferta monetaria. El crítico
punto de inflexión ha llegado."[4]
La
primera fase a la que alude M. N. Rothbard se refiere a la expectativa
de que los precios bajen (se apunta a los precios de los bienes y
servicios que se compran con dinero y no al precio del dinero en sí
mismo, el que se llama poder adquisitivo y sobre el cual ya nos
hemos explayado). La continuidad de las políticas inflacionarias operan
en tal sentido en dirección a un cambio de expectativas de la gente
que, en virtud del mismo, deja de esperar que los precios bajen y se
lanza a comprar cualquier cosa tangible con tal de desprenderse del
dinero envilecido lo más rápido posible, que sólo ve depreciarse a
pasos agigantados, mientras su poder adquisitivo se derrite entre sus
dedos.
Como
ya se ha hecho notar, las expectativas en sí mismas no aportan ningún
dato concreto si no se traducen en una efectiva acción por parte del
agente económico específico.
[1] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991. Ver voz respectiva.
[2] C. Sabino. Diccionario... Op. Cit. Ídem.
[3] C. Sabino. Diccionario... Op. Cit. Voz respectiva.
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